Saber escuchar las piedras, sus quejidos, su belleza. ¿Podría alguien vivir de esa sabiduría? ¿Podría alguien acampar en ella y librarse de la historia? Andantes las visitan, quizá para recordarse que todavía son mortales. O las escalan, para sentirse más próximos a ellas, como quien recorre el cuerpo de la amada para cerciorarse de su pasión. Montaña amada, y abrazada.
Sí, también las montañas se arrugan, y esperan inconscientes el momento de deshacerse. Los relojes, mientras, sincronizan, fijan, regulan, desechan, hasta que ya no pueden dar la hora.
Preciosa reflexión. En efecto, las piedras contienen una sabiduría infinita y aunque ya en estado inerte, esperan renacer con las experiencias y sentimientos de los que las visitan.
ResponderEliminarAguda reflexión de mi más querida animista.
ResponderEliminarTambién ellas, las piedras, tienen una historia aunque no lo sepan. Y es que toda historia, incluida la natural, es siempre nuestra historia, de los amantes.
ResponderEliminarSalud y gracias.
A ti por tu comentario, como siempre, tan esclarecedores. Abrazos
ResponderEliminar...y las piedras lo que desean es ser piedras, Borges dixit. Es lo que anticipa el silencio.
ResponderEliminarSí, y me da que ningún físico podrá reducir ese ímpetu a ley. ¡Pero qué fácil es ser piedra y qué difícil humano! Abrazos.
ResponderEliminarQué bonito, David. La montaña siempre me pareció el único sitio donde era posible trascender. Al menos donde era más sencillo entender su significado.
ResponderEliminarSí, y es quizá la gran asignatura pendiente: darla a conocer. La montaña, las nubes, la luz, parecen estar ahí para admirarnos. Un fuerte abrazo.
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