Hoy
más que nunca los discursos pueden apaciguar, acompañar a tantos corazones
sumidos en la confusión y la incertidumbre. Quizá, como en ningún otro tiempo, las
palabras deban apartar a la razón de promover la inquietud acariciando el dolor de
tantos hombres y mujeres prisioneros. Es el momento de hacer del lenguaje un sutil
instrumento cuya eficacia moral sólo se verá recompensada por un gracias
o un te quiero, como antiguos mitos que acompañaban a almas desamparadas
preparándolas para el bien morir. Quizá vaya siendo hora de abandonar la
confrontación y la dialéctica para dejar paso a ese otro discurso de palabras
suaves, endulzadoras de tiempos cegados por el desasosiego. Abandonaremos aunque sea durante unos días la disputa sobre quién lo hizo o por qué no tomaron medidas, como cuando recibíamos de nuestros padres aquellos cuentos regalados que nos abandonaban al sueño. Miraremos los ojos de los demás como estando necesitados de consuelo y de verdad. «La recompensará será bella y grande la esperanza».
José Antonio Porcel, Caminando
Debería llegar esta propuesta, que la mayoría hacemos nuestra -o eso creo-, especialmente a todos esos amplificadores, voceros inconscientes que colaboran difundiendo el veneno de los "políticos" del cuanto peor, mejor.
ResponderEliminarMuy cierto. Haciéndola nuestra ya hacemos mucho. Gracias por pasarte a la hora del vermú.
ResponderEliminarAlguien muy especial para mí decía siempre que nunca se debería hablar solo para destruir. Que siempre cabía una palabra amable.
ResponderEliminarOjalá aprendamos algún día y como dices, podamos ver consuelo en los ojos del otro.
Pues esa persona te quería el bien.
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