Las
palabras se amontonan como queriendo salir con el nuevo curso, llenas de nueva
savia ellas. Pronto sonará el pistoletazo de salida y ya no habrá motivo para
llegar tarde. ¿Quién no será puntual el día que se presenten nuestros alumnos con
su carpeta recién comprada y esos libros forrados con el amor de madre? ¿A
quién no le latirá de verdad el corazón cuando haya de revisar su horario por
temor a equivocar el aula? ¿Qué jefe de estudios no cuidará de meter todas las
vocales y consonantes en Peñalara, o qué padre no besará a su hijo en la
mejilla deseándole buena suerte? Y en las noches previas al estreno, cuando
todos duerman y apenas alguien sueñe, ¿Qué luna no iluminará con su mejor azul pasillos
y aceras por donde correrán riadas de pisadas? ¿Pero qué será esta vez lo que
digan los recién llegados cuando asomen su cabecita y se vean solos como la
primera vez? ¿Qué mano será la que tiendan? ¿La derecha o la izquierda? ¿O será
el pie tembloroso lo primero que adelanten?
Y
todos, a un mismo tiempo, mientras la palabra siga perdurando sin ser leída,
quizá bajo la vieja tierra húmeda, pensando ya en el nuevo curso.
Me temo que algunos detalles que describes, aunque hermosos, empiezan apertenecer al pasado.
ResponderEliminarPero la palabra permanece, húmeda y necesaria -al menos hasta que mudemos en otra especie-.
¡Buen comienzo!
¡Gracias!
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