sábado, 24 de marzo de 2012

Revisando el fundamento de la moral

Vaya, vaya, quizá convendría revisar los programas y manuales de ética que sitúan la libertad como el fundamento de la moral. Porque cabe pensar que la libertad, entendida como la capacidad de elegir una opción entre varias posibilidades, no sea el fundamento de la moralidad ni por ello deba consistir en el objeto primero de la reflexión ética. Quizá, después de todo, nuestra libertad no sea algo absoluto, en sí mismo, sino algo relativo, supeditado a una capacidad anterior. En este sentido, algunas propuestas actuales advierten que la libertad precisa del fenómeno de la atención, por el cual el mundo se nos hace presente de múltiples y multiformes maneras. Fruto de esta atención, el mundo se nos abre de una manera distinta, ofreciéndonos posibilidades que habían permanecido hasta el momento invisibles, y sobre las cuales ya podemos actuar conforme a nuestro proyecto de ser. Claro que no podría existir la atención si no tuviéramos un firme propósito de ser algo determinado. Dicen que el primer síntoma de la depresión, de esa enfermedad que enfría el deseo y vuelve al hombre inhábil para la realización de cualquier proyecto, grande o pequeño, es la pérdida de la atención. Por tanto, aquí se cumple eso de que no queremos porque somos libres, sino que somos libres porque queremos.

sábado, 10 de marzo de 2012

Una ética para un mundo manipulable

El sentido común nos dice que la técnica es aquello que sirve para manipular el medio natural y así conseguir algún beneficio que de otra forma no se lograría. La técnica, así vista, se entiende como la mejor manera, si no la única, de alcanzar los codiciados ideales de seguridad, comodidad y bienestar. Dicho de otro modo: el uso y potenciación de la ciencia y la técnica están legitimados en tanto en cuanto favorecen la creación de nuevas posibilidades vitales y un mayor dominio de nuestro entorno natural. Está visión se ajusta, por otra parte, a los ideales democráticos de garantizar la igualdad de oportunidades y el derecho a la libertad de investigación científica. Claro que la técnica se puede entender de muchas maneras, o puede verse desde aspectos distintos. El filósofo Josep M. Esquirol, de la mano de Heidegger, en su ya citado libro El respeto o la mirada atenta, atiende a otro aspecto y nos presenta la técnica como una forma de mostrar, de manifestar, de hacer presente. Vamos, que la técnica es esencialmente una forma de "revelación":


Un simple instrumento contribuye a ver las cosas de manera distinta de como se las veía cuando aún no se contaba con él. El telescopio o el microscopio son ejemplos privilegiados y evidentes: inventado el microscopio se empezaron a ver con él estructuras de la realidad cuya existencia ni siquiera se sospechaba antes. Pero lo mismo acontece con otras cosas no tan evidentes a primera vista: cualquier técnica trae consigo una mirada diferente sobre el mundo. Los instrumentos agrícolas fueron mostrando la tierra como algo cultivable; las barcas y los botes -las técnicas de la navegación- revelaron el mar como navegable. Es muy posible que el mar fuera antes visto como lo inmenso y especialmente poderoso, como el infranqueable límite del mundo conocido, pero con la construcción de barcos la visión cambio; perdudaría sin duda algo de la antigua manera de verlo -y quizás se mantiene todavía- pero, con los barcos que lo navegan, y cada vez a más velocidad y casi sin ningún peligro de naufragio, nuestra visión del mar, es decir, la revelación del mar, lo que del mar se nos muestra, es ya otra cosa.


Esta forma de ver la técnica, esta perspectiva del fenómeno tecnocientífico, lleva al autor a ver el mundo actual como un mundo desencantado y manipulable. Dice Esquirol que la tecnociencia revela un mundo cada vez menos enigmático y propenso a la imaginación y más a la exploración científica. El desencanto del mundo revelado por la tecnociencia, a su vez, va unido a un mundo de cosas manipulables, dispuestas para ser vendidas y usadas. Ésta es su razón de ser:


Tienen poca consistencia y una vida efímera. No están concebidas, ni son vistas, como algo que tenga que durar. Precisamente por eso, cuando se acumulan (y no se gastan), hay que hacer algo como, por ejemplo, rebajar su precio, devaluarlas, para favorecer así su paso a la fase de uso y consumo. La conversión en recurso de casi todo lo que nos rodea es obra del sistema moderno de la tecnociencia, en complicidad con un sistema económico basado muy especialmente en el consumo. De modo que hoy el mundo tiende a aparecérsenos (a revelarse) como un enorme almacén de existencias.


Incluso el lenguaje, el lenguaje de la información, al servicio siempre del afán de control y poder, se convierte en algo disponible y consumible. Tan pronto aparece una noticia que llena todos los medios de masas, se hace caduca a la luz de una nueva noticia que ahora ocupa el lugar central, dispuesta para ser usada y desechada. Pero quizá el síntoma más revelador de la idiosincrasia de la era de la información, apunta el autor, consiste en la parálisis creciente de nuestra facultad del pensamiento y del juicio. La acumulación, fluidez y masificación de la información genera la ilusión de que todo está dado y establecido y, por tanto, que ya no es necesario pensar:


El ciudadano conectado se siente muy informado, casi sólo por el hecho de que tiene disponible tan enorme cantidad de información que, además, se actualiza día a día. Pero incluso aquí hay algo que falla. ¿Acaso no es evidente que no es lo mismo una información elaborada y pensada que un dato? ¿Hemos olvidado ya que el juicio necesita de maduración y que no es lo mismo disponer de información que tener juicio?


Se impone por tanto una ética para la era de la ciencia y la tecnología, una ética -válida incluso en períodos de crisis- que nos prevenga de esta conjura tramada por el sistema económico actual para usar y consumir las existencias, al tiempo que favorezca la creación de lugares y tiempos idóneos para la reflexión y maduración como procesos previos al juicio.

viernes, 2 de marzo de 2012

El respeto o la mirada atenta

He dado con un libro verdaderamente esclarecedor, de esos que no olvidas en unos cuantos años y quién sabe si en una vida entera. Se trata de El respeto o la mirada atenta (2006), de Josep M. Esquirol. No es este el lugar para hacer una síntesis del libro o elucubrar sobre su contenido. Si lo hiciera a más de uno le privaría del placer de su lectura. Pese al título, y por lo que llevo leído, el libro no habla tanto del respecto y la atención como de la esencia del mundo tecnocientífico con el que tenemos que manejarnos. Vamos, que es de esos libros que una vez los cierras sientes que el mundo en el que vives se ha hace más cercano y comprensible. Seguramente, una vez digerido -el libro, no el mundo-, nacerá alguna reflexión que tendré el gusto de compartir. Por el momento, os dejo con esta cita que Emmanuel Mounier publicó en 1949:


Finalmente, acabamos de dar el giro decisivo. La ciencia y la técnica iban metiendo cada vez más, como dijo Valéry, el milagro en el comercio. Atisbar las más lejanas estrellas, crear y dirigir la vida, vaciar los mares, allanar las montañas, captar la energía de las nebulosas, retrasar la muerte...: ya no hay conquista alguna de la que no sepamos afirmar sin presunción que sea imposible a la humanidad, a poco que disponga de unos cuantos miles de años. Por otra parte, la ciencia nos permite algunos billones más antes de la congelación fatal de nuestros descendientes. Mas he aquí que, puestos en camino, se nos presenta una nueva sorpresa: un poder único ya adquirido, contrario a todos los demás, el poder de hacer saltar este planeta y la humanidad que lo habita, así como su mismo poder de crear otros poderes. Instante solemne. Hasta ahora no se podía decir de la humanidad que fuera dueña de su futuro, pues estaba aún condenada a un porvenir, mientras que cada hombre individualmente puede, llevando al límite negativo su libertad, practicar la autooccisión. Ahora la humanidad como tal va a deber tener que autoelegirse y será necesario, con toda evidencia, un esfuerzo heroico para no elegir la mala facilidad, el suicidio. Podemos decir que su madurez comienza justo en esta hora." (Mounier, E., "El pequeño miedo del siglo XX" en Obras, vol. III, Salamanca, Sígueme, 1990, pp.376-377)


Por cierto, que el filósofo Josep M. Esquirol acaba de publicar también en Gedisa Los filósofos contemporáneos y la técnica