sábado, 22 de julio de 2017

En el espacio del pensar

Problematizar una realidad, reducirla a su aspecto problemático, es una forma de poder. Quien está detrás se cree con la autoridad suficiente para ver el problema y legitimar los esfuerzos orientados a su solución. La educación en España es un problema, se dice, pero con la mirada puesta en un determinado ideario o plan de acción. Nadie ve problemas si no hay una voluntad de reducir y apropiarse de la realidad. Sin embargo, lo que no ve el poder, en cualquiera de sus máscaras, es que lo real no es visible (y menos, abordable) con el prisma del problematismo. Lo que ve quien quiere ver problemas son problemas, pero esto, precisamente, gracias a que la realidad no es problemática. Si la realidad lo fuera, no haría falta agudizar la visión con lentes o prismas. A nadie que se queda sin oxígeno se le ocurre consumir su energía en decir que le falta el aire. Lo que hace es buscar aire, no declarar que le falta. Por tanto, la pregunta no debe ser por qué es un problema la educación en España, sino "por qué se ve como un problema." Es algo que podrían abordar aquellos que tanto se afanan en idear caminos y soluciones.

Sin embargo, este ideario sólo revelaría el origen causal de determinada tendencia social y política que, lejos de reparar, busca afianzar su poder. El poder es voluntad de poder. El poder busca sólo su acrecentamiento, de ahí que no es por la vía del poder como podamos llegar a la enmienda y la reparación. Decíamos en la entrada anterior, desde una visión más próxima al fenómeno, que la educación es un encuentro, como el arte, la religión o la magia. Es un encuentro por el que se lleva al límite al pensar, por el que se pone al alumno ante la disyuntiva de ejercitarlo o renunciar a él. De ahí que, tras el encuentro, el alumno, ya vuelto sobre sí, entiende que el conocimiento es una empresa respecto de la que debe pronunciarse, si forma parte de ella, y entonces procura el ejercicio del pensar, o la rechaza, y sale de los rieles del aprendizaje y la enseñanza. Esta es la disyuntiva sobre la que todos, en tanto que seres humanos, dueños de nuestro pensar, debemos, tarde o temprano, pronunciarnos. Pero mientras sigamos poniendo empeño en idear y solucionar, como si la educación fuera problemática o contuviera aspectos problemáticos, no haremos más que alejarnos (y alejarles) de aquella disyuntiva, quedándonos fuera para siempre del espacio público del pensar.

jueves, 6 de julio de 2017

Encuentros

Esta entrada la dedico a mis alumnos de 1ºBACH B/C

Desconfío de los métodos y las doctrinas. Se han construido por la presunción de que todos los casos son iguales, de que la singularidad no es relevante ni resta efectividad a aquéllos. Pero un grupo de alumnos es un grupo de seres singulares, con su idiosincrasia particular, su historia, su situación, sus expectativas... No deberíamos buscar métodos o doctrinas allí donde no hay lugar para aplicarlos. Pretenderlo asemejaría a querer tender un puente sobre los océanos o cavar un túnel bajo los desiertos... Por el contrario, deberemos permanecer atentos, vigilantes, a esa singularidad, no con el fin de integrarla a la nuestra, sino de prestar al alumno la oportunidad para que confíe en nosotros, sus profesores.

Un alumno que levanta la mano para preguntar es un alumno que, si lo hace con honestidad, confía en que sepamos acoger su pregunta. En ocasiones, no es tanto la respuesta lo que busca como que podamos anidar su pregunta. Otro alumno que después de clase pasea alrededor de la mesa del profesor lo hace, en muchas ocasiones, porque espera que te acerques y le escuches. Incluso hay alumnos que confían su porvenir, parte de su felicidad, a nosotros, y esperan que sepamos aconsejarles sobre aspectos de su vida que trascienden el ámbito de lo académico.

El hecho de confiar en alguien, que no se logra con métodos y doctrinas, es una de las condiciones para convertir la clase en un encuentro. Este es, para mí, el sentido de la enseñanza: hacer de cada clase un lugar para que unos cuantos, cuantos más mejor y siempre acompañados, podamos encontrarnos. No se trata, naturalmente, de un encuentro físico, social o cultural, por lo que no hay barrera física, social o cultural que pueda dificultarlo. En ese encuentro el alumno comprende que el pensamiento es algo accesible a todos y que a todos, de una u otra manera, nos incumbe. El encuentro, en este sentido, sirve al alumno para que, durante unos momentos, se sienta integrante de una humanidad un poco más comprometida.

miércoles, 5 de julio de 2017

Pensar la impresencia

Decía Descartes aquello de pienso, luego soy, con fe y fervor casi religiosos, después de la epifanía que luego marcará toda la modernidad. Descartes llamará a esta revelación el primer principio de su filosofía, el soporte sobre el que ahora sí podrá montarse todo un sistema de ideas, teorías y saberes. Pero es más bien Descartes quien se apoya en el yo soy. El yo, al que le impone la cualidad de ser, como antes había hecho Parménides con el Ser o Platón con la Idea, actúa de muleta con la que Descartes ya puede echar a andar. El yo soy es, ni más ni menos, una construcción, un artificio, sobre el que uno puede o no sostenerse. Algunos nietzscheanos, por ejemplo, desconfiaron tanto en el yo soy que acabaron viendo en Descartes un impostor y en su principio una impostura.

El yo, el Ser, la Idea, la Forma, Dios,... son, en todo caso, construcciones que invitan a la adhesión o a la herejía. Se dice: Dios (no) existe y sé cómo demostrarlo, como si Dios fuera el punto de partida. Más bien, como ya intuyera Nietzsche del yo soy, Dios, como tantas otras deidades, es una respuesta a una misma situación de punzante falta. Sí, andamos necesitados de yoes, de Ideas, de dioses, precisamente, porque no los tenemos ni nos son presentes... Quizá, después de todo, estén ahí para aliviar el dolor de la impresencia, la carga de no poder ver más que el contorno del paisaje.