domingo, 27 de abril de 2008

Hagamos que la realidad hable

En el pasado siglo fueron varios los movimientos y las escuelas que crecieron con el único afán de combatir la pretensión racionalista de idear un mundo - el mundo de la ciencia- basándose en principios lógicos derivados de la razón. La constitución de un corpus científico, basado en los contenidos y principios de la racionalidad, proporcionaría para el racionalista la mejor forma de entender y habitar nuestra naturaleza, de ahí que su esfuerzo se orientara a una reflexión sobre la razón misma y a una exploración de sus posibilidades. Aquellas corrientes y escuelas vieron en esta tarea un esfuerzo infructuoso, y en su lugar propusieron formas alternativas de acercanos a la realidad, como parece indicarnos el teórico francés B d.'Espagnat:
Si lo real en sí se niega a decirnos lo que es -o cómo es- por lo menos consiente en decirnos, en cierta medida, lo que no es. No es conforme a los esquemas clásicos del mecanicismo, del materialismo atomista, del realismo objetivista, es decir, a ninguna de las variantes del realismo próximo (...) Es pues legímito calificarlo de lejano. Más aún, parece más o menos quimérico esperar que se pueda construir una imagen científicamente justa (libre de elementos arbitrarios) con ayuda de conceptos tomados de las matemáticas. En consecuencia, parece muy legítimo calificarlo como inconocible o velado. Pero de las dos palabras, es la segunda la que parece más correcta (...) Lo real en sí, aunque no es conocible en el sentido habitual de la palabra, no es tampoco rigurosamente inconocible; está velado.
B. d'Espagnat, Une incertaine réalité (en Los científicos y Dios, Antonio Fernández-Rañada)

sábado, 12 de abril de 2008

Incongruencias del relativismo de Nietzsche

El relativismo de Nietzsche, como todo relativismo, mostraba sus contradicciones; "la verdad no es cuestión de correspondencia con la realidad", decía, pero para afirmar esa falta de correspondencia era necesario conocer cómo era verdaderamente la realidad. Precisamente, Nietzsche había negado que la realidad pudiera ser conocida y, por tanto, caía en la falacia de la inconsecuencia autorreferencial: la consecuencia basada en una premisa que se ha comenzado por negar.
Incurría, también, en la autocontradicción típica del relativismo: si todo fuera relativo, ni no hubiera más que interpretación, entonces también la teoría de la voluntad de poder, como lo sugiere Vattimo, sería tan sólo una teoría entre otras, una interpretación relativa, sin ninguna validez objetiva.
Juan José Sebreli, El olvido de la razón