domingo, 27 de febrero de 2011

Cierro los ojos

De nuevo nuestro ocasional colaborador y poeta Miguel Porcel Berdala nos invita a la lectura de una de sus últimas aportaciones. El poema nos habla del miedo, del horror, ¿a la nada?, ¿a no ser más?, ¿a descubrir que todavía no somos?... Y ese espanto ante el vacío -parece decirnos- nos obliga a abrir los ojos, a tratar con el mundo y los otros, a oír esos pájaros humildes que saltan en la barandilla, que esperan, quizá, ser también escuchados...En fin, disfrutadlo:

Cierro los ojos

Cierro los ojos.
Oigo como se va acercando a mi cara el ruido del horror,
su música.
Cuando el miedo estalla del todo y me cierra los oídos,
me hielan la carne los visajes de la danza.

Abro los ojos porque quiero salir:
lo que veo ahora es la luz,
lo que escucho es el canto de los pájaros humildes que saltan en la barandilla.

Cierro otra vez los ojos,
y duermo de nuevo.

Miguel Porcel,
29 de enero de 2011

viernes, 25 de febrero de 2011

Una valiosa lección

Porque fue mi maestro quien me enseñó no solamente cuan poco sabía, sino también que cualquiera que fuese el tipo de sabiduría a la que yo pudiese aspirar jamás, no podría consistir en otra cosa que en percatarme más plenamente de la infinitud de mi ignorancia.

Karl Popper, Búsqueda sin término

miércoles, 23 de febrero de 2011

Aforismos varios VII

Para Ana Belén, en este tiempo que parece dilatarse:

La muerte parece existir solo para quien la anticipa.

Lo caduco y perecedero carecen de opuestos.

Es la razón la que opone lo eterno e inmortal a lo perecedero. Más allá de aquélla, no hay tal división.
En la música se adivina el silencio de los dioses.

jueves, 17 de febrero de 2011

Aforismos varios VI

Para escépticos y no escépticos,

Quien tiene verdaderas razones para no creer en nada ya sabe algo.

El error de Descartes consistó en no dudar de su propia filosofía.

La filosofía, a diferencia de la ciencia, no busca asentar fundamentos, sino desmontar los ya establecidos.

Un filósofo crédulo es como un cuadrado redondo: un ser imposible.

viernes, 11 de febrero de 2011

El don del librepensador

Existe cierta inclinación instalada en lo más hondo del ser humano a realizar aquello que la sociedad espera de él. Quizá sea el miedo a la soledad lo que explica este fenómeno, visible en muchos ámbitos y contextos. De alguna forma, parece que nos cuesta desatender lo que la sociedad demanda de nosotros y recogernos en nuestra intimidad para descubrir lo que verdaderamente pensamos y sentimos sobre cualquier asunto. Debe ser por eso por lo que me gusta tratar con artistas, científicos y filósofos, verdaderos expertos en el arte de la ensimismación y del recogimiento. Su libertad y fortaleza radican precisamente en su capacidad para desatender lo social y apostar por ellos mismos. De hecho, el don del librepensador no radica en su talento, variable y multiforme, sino en la valentía para suspender las demandas del yo social, recogerse en sí mismo y actuar conforme al pensamiento recibido. Es gratificante comprobar que todavía hay alumnos con la fortaleza y el inconformismo suficientes para cuestionarse el discurso de los otros y aventurar preguntas todavía no resueltas. La sociedad luego vivirá de ellos.
No se crea que es desear faena tan fácil. Observen ustedes la específica angustia que experimenta el nuevo rico. Tiene en la mano la posibilidad de obtener el logro de sus deseos, pero se encuentra con que no sabe tener deseos. En su secreto fondo advierte que no desea nada, que por sí mismo es incapaz de orientar su apetito y decidirlo entre las innumerables cosas que el contorno ofrece. Por eso busca un intermediario que le oriente, y lo halla en los deseos predominantes de los demás. He aquí la razón por la cual lo primero que el nuevo rico se compra es un automóvil, una pianola y un fonógrafo. Ha encargado a los demás que deseen por él. Como hay el tópico del pensamiento, el cual consiste en la idea que no es pensada originariamente por el que la piensa, sino tan sólo por él repetida, ciegamente, maquinalmente reiterada, hay también un deseo tópico, que es más bien la ficción y el mero gesto de desear. (Ortega y Gasset, Meditación de la técnica)

viernes, 4 de febrero de 2011

Himno

El lenguaje nos libera de la servidumbre de lo inmediato y del instinto, pero también aprisiona en vano ese fondo intemporal del que rebrotan los sueños y la poesía. Hoy os dejo con algo de Bécquer, y es que con tanto bilingüismo había olvidado la carencia de todo idioma.
Para Marta ("mi amiga"):
Himno
Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de este himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.
Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarle, y apenas ¡oh hermosa¡
si teniendo en mis manos las tuyas
pudiera, al oído, contártelo a solas.

Gustavo Adolfo Bécquer