domingo, 25 de enero de 2015

Acaba la tarde

Creemos ilusamente que el otro nos mira, como cuando de niños jugábamos mirando de reojo a esa madre o ese padre a quien siempre nos confiábamos.

Creemos ilusamente que nuestras acciones dejarán huella, como sobreponiéndose a la arena movediza y siempre inconclusa.

Creemos en el reconocimiento como si de un otro intemporal se tratara, cuando éste forma parte de la misma amalgama.

Sólo los restos, aquello con lo que además no contábamos, perdurarán para un ojo ciego, que no alcanza a ver....

.... (una reflexión de David Porcel al hilo de Acaba la tarde)



Acaba la tarde

Acaba la tarde.

Qué alegría volver a la cena, al plato viejo, al agua,

a los ojos cerrados.

Soy dueño de todo, salvo  de los desechos que fui dejando en las horas.

Papeles hechos añicos  me reclamarán cuando esté en el mejor de los sueños.

No esperes testigos de nada,

nadie es testigo, excepto de su ceguera.

Desconsuélate: estabas solo,

ni el peor de los crímenes dejó una huella visible,

ni el amor pisó una tierra que pudiera delatarte.

Sólo los restos, en los rincones donde se reúne el polvo,

darán cuenta  de ti y te lo harán recordar

para saber de tu existencia.


Miguel Porcel

3 de diciembre de 2014

sábado, 17 de enero de 2015

En busca de la predicción

Así anticipa Jacques Ellul el futuro tecnológico: “No es un azar que la hidroelectricidad capte las cascadas y las obligue a ir por conductos cerrados: de la misma manera, el medio técnico absorbe el medio natural. Nos encaminamos rápidamente hacia el momento en que ya no dispondremos de medio natural. No olvidemos que la noche desaparecerá cuando hayan tenido éxito las investigaciones dedicadas a fabricar «auroras boreales» artificiales. Entonces será de día sin interrupción en todo el planeta…" (La edad de la técnica) El interés de la predicción no radica tanto en su grado de cumplimiento o de éxito como en el hecho mismo de que se tome en serio. Esto es un síntoma de que el presente contiene algo que permite anticipar aquello que aparecía en la predicción, con independencia de que luego se cumpla o no. Pues bien, en este artículo -que compone el nuevo número de la Revista Fedro dedicado a la mirada y al arte de mirar- nos hemos tomado en serio tal predicción y hemos pensado un camino para recuperar aquello de lo que nos vería privado esta sobrenaturaleza tecnológica. Espero que disfrutéis del número.

David Porcel

martes, 13 de enero de 2015

Jerarquía de necesidades

Lo mismo que se habla de jerarquía de valores, puede hablarse de jerarquía de necesidades. Hay necesidades más y menos superfluas, más o menos necesarias. Algunas historias de la técnica se quedan en el aspecto fenoménico, superfluo, y así sus alusiones y comprobaciones sólo aclaran un aspecto del asunto. Por ejemplo, es frecuente encontrarse en los manuales y tratados de la técnica la idea de que la invención del reloj mecánico -para algunos historiadores, el instrumento clave de la modernidad- responde a la necesidad que sintió el hombre del medievo de ordenar sus rezos. Sin embargo, y atendiendo al aspecto nouménico del asunto, debiéramos dar un paso más y preguntarnos por lo que llevó al hombre a necesitar de un orden para sus rezos y prácticas religiosas. Esta necesidad de orden y repetición explicaría no sólo el deseo de contar con nuevos instrumentos para medir el tiempo, sino para cualquier otro fin imaginable. ¿O acaso la necesidad de orden y control no explica el hecho mismo de la técnica, y no sólo la aparición de tal o cual técnica particular?

Por ejemplo, es sabido que el hombre del neolítico mejoró su agricultura gracias a su fijación por la repetición, manifiesta en los movimientos de los planetas o en la sucesión regular de las estaciones. Tampoco hubiera proliferado la técnica artesanal si el hombre no hubiera sentido una necesidad de orden y uniformidad, visible en la actividad tejedora -en sí misma, repetitiva-, en las labores de fundición del hierro o de cocción del barro -basadas ambas en un principio de manipulación repetitiva-. Los niños suelen ya despertar a temprana edad esta necesidad de orden y repetición, deleitándose con la imitación continuada de aquello que ven o la reproducción exacta de aquello que escuchan. Y nadie duda del enorme valor terapéutico del hábito y de la rutina: ¿o no abrazamos con serena alegría la llegada del orden tras abundantes días de descontrol y desenfreno?

Por ello, quizá debiéramos situar esta necesidad en los primeros puestos de aquella jerarquía, y, siguiendo el mismo principio argumentativo, preguntarnos si no existe también en la naturaleza humana una necesidad de similar fuerza e ímpetu, aunque de dirección opuesta, esto es, tendente hacia el caos y el desorden, lo incierto e imprevisible; lo que los freudianos han llamado thánatos o pulsión de muerte.