Hay una luz que calma, apacigua, aquieta. Es la
luz de la vela en las noches de tormenta, la luz de los conceptos que ordena y
depura, la luz que espera al final de la cueva. Pero hay otra luz que arde, que
quema a quien se acerca a ella. Es la luz de quien ya no puede soñar, luz que
el poema no puede cicatrizar.
Hoy, tanta luz para ver solo
los hilos
perdidos de la noche recien muerta,
las agonías de
la esperanza,
las horas que
agitan las manos para que las escuchemos
tanta luz
para ver el
horizonte a lo lejos
como una boca
cerrada que no puede llorar.
Miguel Porcel,
25 de marzo de 2025