domingo, 30 de agosto de 2009

Hacia el hombre global

El Catedrático de Sociología Emilio Lamo de Espinosa, en un artículo recientemente publicado en el ABC (24-08-09), defiende que el verdadero reto al que se enfrentan las sociedades actuales consiste en cómo gestionar los problemas globales que van apareciendo. El reto está en encontrar (o construir) las herramientas que son necesarias para abordar los nuevos problemas que, como es el caso del terrorismo, la delincuencia organizada, la proliferación de armas nucleares, la carrera armamentística, los movimientos migratorios, las pandemias, los problemas medioambientales o la pobreza, debido a su naturaleza global, total, trascienden los límites de los Estados y Naciones:

Tenemos, es cierto, un nuevo (des) orden internacional, altamente conectado (más que nunca), y todavía constituido por Estados como unidades básicas, que es la base del sistema inter-estatal de Naciones Unidas. Pero al tiempo aflora algo radicalmente nuevo en la histioria de la humanidad: una sociedad abierta global que salta por encima de los Estados y deja obsoletos a ellos y a los organismos internacionales, nueva sociedad que exige, no otro orden internacional más, sino algo distinto y nuevo.

El problema, por tanto, no consiste tanto en la cuantía y embergadura de los problemas que se avecinan como en la naturaleza de éstos, que inutiliza el tipo de herramientas con los que hasta ahora han contado los Estados. El Estado de Derecho, la ciencia económica y política, la labor científica,..., deben hacer frente a una serie de asuntos que, por su naturaleza, rebasan las posibilidades de aquéllos, lo cual hace que cada vez sea más urgente pensar en nuevas posibilidades de diagnóstico y tratamiento de problemas. Por ello, antes de embarcarnos en aquella tarea, debemos preguntarnos por nuestra capacidad para descubrir los nuevos medios ateniéndonos al conocimiento de la naturaleza de los problemas venideros, a fin de constatar las razones por las que no funcionan los medios presentes y averiguar la efectividad de los futuros.

Me aventuro a suponer, como ya intuyó en el siglo pasado el pensador Ernst Jünger, que el nuevo reto acabe constituyendo, si no lo está haciendo ya, un nuevo tipo de hombre que, sintiéndose ciudadano del mundo global, sea capaz de una visión total que abarque la conexión e imbricación de los problemas transnacionales, para lo cual habrá de adueñarse de los medios totales que permitan descubrir y afrontar dichos problemas. Piénsese que un indicio de que este tipo de hombre está ya configurándose es que efectivamente acontece ese conocimiento global del que, en este caso, el sociólogo Emilio Lamo nos hace partícipes. Lo que cabe prever, por tanto, es que los nuevos retos acaben constituyendo un nuevo tipo de ciudadano capaz de respondabilizarse del bienestar de la ciudadanía global:
Ahora bien, en la medida en que los elementos que estaban en la base de la movilización de la técnica eran naturales, mitológicos y planetarios, las fronteras del Estado-nación eran siempre demasiado estrechas para la tarea del Trabajador. Sin duda, no se trataba de un nuevo imperialismo. El imperialismo se basaba siempre en la diferencia entre civilizados y bárbaros y, para una etapa planetaria dominada por el Trabajdor, regía el supuesto democrático extremo de la igualdad de todos los seres humanos como elementos de la movilización mundial de la técnica
(José Luis Villacañas Berlanga, 'Técnica y nihilismo' en Ernst Jünger y sus pronósticos del Tercer Milenio)

miércoles, 12 de agosto de 2009

Retorno a la Metafísica (III)

La ciencia está tan imbricada con la metafísica que no es infrecuente el hecho de que un hallazgo científico eche por tierra toda una concepción metafísica, y al revés, que un nuevo descubrimiento metafísico determine las posibilidades de la ciencia venidera. Un ejemplo de lo primero es el caso del descubrimiento de la naturaleza dual de la luz. En un comienzo se pensaba que la luz estaba formada únicamente por corpúsculos, hasta que, a la vista de nuevos experimentos, se determinó, contradiciendo las leyes más fundamentales de la razón, que la luz consiste en onda y corpúsculo a la vez. Imagino la reacción de sorpresa e incredulidad de los científicos al comprobar que una cosa pueda consistir en una propiedad y su contraria, como si alguien demuestra que la figura de un objeto consiste en ser redondo y a la vez en ser cuadrado.

La admisión de este pensamiento, del descubrimiento de la naturaleza contraria de la luz, supuso el derrumbamiento de toda una concepción metafísica que animó el positivismo de los siglos pasados. En efecto, si, como las evidencias científicas demuestran, la realidad contradice los principios de la razón, no se corresponde a ellos, es inadmisible el axioma metafísico según el cual el mundo se estructura conforme las leyes lógicas y las leyes de la realidad se identifican con los principios de la razón. No es casual, en este sentido, que, al tiempo que aparecieron dichos descubrimientos científicos, florecieran nuevas concepciones metafísicas con la pretensión de integrar dichos fenómenos. Es el caso del perspectivismo, que tan bien formula y sistematiza el filósofo Ortega y Gasset en sus Principios de Metafísica según la razón vital, y que desarrolla a la par de la nueva teoría de la relatividad de Albert Einstein. Según el principio del perspectivismo, la Realidad se organiza en perspectivas diversas, a veces casi idénticas, otras opuestas, pero nunca excluyentes: La realidad cósmica es tal, que sólo puede ser vista bajo una determinada perspectiva. La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo. (J. Ortega y Gasser, El tema de nuestro tiempo)

Este principio, cuya formulación se la debemos a Protágoras, y quien sabe si a algún otro filósofo anterior, aplicado a la ciencia física, permite integrar fenómenos aparentemente incoherentes o insostenibles, como el caso de la luz. Una de las implicaciones de la nueva concepción metafísica consiste en sostener que la realidad puede organizarse en perspectivas opuestas, sin caer por ello en contradicción. Dicho en otros términos: el perspectivismo implica que puede darse el caso de que un fenómeno se presente de formas opuestas (luz como onda y como partícula), sin que ese hecho contrarie el principio de no contradicción; y, en este sentido, a la luz de la nueva concepción metafísica, cualquier fenómeno contrario a la razón natural constituye algo perfectamente admisible. En efecto, desde el punto de vista de una concepción perspectivista de lo real, que se opone a la posición realista, las propiedades de ser onda y partícula no se refieren al ser en sí de la luz, lo cual sí cabría tachar de contradictorio, sino que, en tanto que cada aspecto o faceta de la realidad debe su existencia al sujeto concreto percibiente (perspectiva), cada propiedad (ser onda o corpúsculo) existe, y existe tal como es, mientras y en cuanto que cada sujeto la conoce. Ello hace sostenible la coexistencia de aspectos o propiedades contradictorios de la realidad, que ya no van referidos a una misma realidad, sino a perspectivas distintas (lo contradictorio, desde el perspectivismo, sería que un mismo sujeto percibiera al mismo tiempo que la luz es onda y partícula, lo cual nada tiene que ver con afirmar, desde una postura realista, que la luz consiste en ser onda y partícula a la vez)

martes, 4 de agosto de 2009

Escrito sobre la ceguera

La lectura durante estos días de la novela de Saramago Ensayo sobre la ceguera me ha hecho reparar en una vieja cuestión que ya los clásicos abordaron. Sin desvelar el argumento, que es más bien una parábola, podemos rescatar de la novela una visión pesimista de la humanidad, o, si no pesimista, cercana a la visión que Buñuel nos ofrece en El ángel exterminador, donde el encierro (in)voluntario que padecen los burgueses acaba despertando en ellos sus instintos más perversos y egoístas. En este caso, el encierro que padecen los personajes de Saramago es ocasionado por una extraña e inexplicable 'ceguera' que, como una epidemia, se va extendiendo y apoderando de la especie humana. Presos de unos ojos que no ven, los hombres, mujeres, ancianos y niños de la ciudad, y luego de todo el país, acaban sucumbiendo a sus instintos e impulsos más oscuros, a esa otra realidad que sólo en situaciones extremas se hace visible y aflora a la superficie de la conciencia.
Pero el verdadero tema de la novela es el de la responsabilidad. En ese mar de destrucción y perversión, la mujer que ve, la mujer del médico, toma consciencia de la brutal dependencia del ser humano respecto a sus sentidos, repara en su falta de voluntad y lucidez para organizar una nueva sociedad de ciegos y se queja de que nadie, ni siquera ella que ve, sea capaz de repensar las nuevas posibilidaes vitales que traería consigo dicha sociedad. El hondo pesimismo se deja entrever en sus palabras finales de que, en realidad, siempre hemos estado ciegos, y es que llevamos demasiado tiempo metidos en la caverna y hemos olvidado nuestra situación de prisioneros.
Sin embargo, y aún considerando la sabiduría de quien así nos advierte, con ocasión de la situación que nos presenta Saramago cabe todavía replantear la cuestión de si verdaderamente puede el hombre potenciar su naturaleza y explorar sus posibilidades vitales sin su facultad sensitiva, si no es la visión el fundamento de toda ciencia, religión y moral, si, después de todo, no es la ceguera el límite que nos separa de las bestias.