lunes, 8 de marzo de 2010

Un retorno a los espacios artificiales

Hoy día nuestra relación con la la técnica ha cambiado respecto a tiempos pretéritos, no muy lejanos. Ello quizá obedezca a una cambio de sensibilidad de nuestra época, que lleva a concebir la naturaleza, la voluntad y el conocimiento como medios para favorecer y potenciar la eficiencia tecnológica y la rentabilidad económica.

Nuestra relación con la técnica ha sufrido una transformación sustancial respecto a siglos anteriores, y es lógico, dado el creciente despliegue tecnológico que va conformando nuestra circunstancia y, en algún aspecto, quizá mermando nuestro grado de libertad. Hoy día, si observamos cualquier construcción tecno-orgánica, cualquier sistema técnico dispuesto para un fin por el que se integran elementos orgánicos y humanos, vemos que el límite que separa lo técnico de lo natural se difumina hasta casi diluirse. Dicha integración entre lo orgánico y lo artificial consiste en que las funciones sensitivas y cognitivas propias del cuerpo humano conectan de una forma precisa y global con las nuevas tecnologías de la informática y la comunicación, convirtiéndose así el ser humano en un elemento funcional más del engranaje tecnológico en creciente expansión. Por ello, estos sistemas o construcciones orgánicas, consistentes en la integración plena e inmediata del mundo de lo orgánico y de lo artificial, acaban traduciéndose en híbridos tecno-orgánicos en los que la técnica realiza las funciones de la Naturaleza y ésta las funciones propias de aquélla.

La tecnología deja entonces de ser considerada únicamente como un medio para favorecer el logro de nuestros deseos y necesidades y se convierte así en un fin en sí mismo, en el referente en torno al cual gravita todo lo demás, incluido la voluntad y el conocimiento humanos. Es decir, el fin de la actividad técnica ya no consiste tanto en la satisfacción de necesidades y deseos del usuario como en cumplir de forma eficiente el fin para el cual ha sido dispuesto la construcción tecno-orgánica, de la cual aquél forma parte. Este proceso de supeditación de la realidad humana al espacio de lo artificial explica el hecho de que el designio de nuestra vida dependa cada vez más de procesos tecnológicos inconscientes, como se observa en el uso de artefactos clínicos, bélicos, o relacionados con la comunicación y el transporte.

Por otra parte, esta inserción de la voluntad y del entendimiento en el engranaje tecnológico conlleva a la necesidad de definir al ser humano como un ser funcional, que, como tal, olvida otras posibilidades y experiencias vitales, más cercanas a su naturaleza. En efecto, el grado de libertad y poder del hombre sobre las construcciones técnicas se reduce sustancialmente si consideramos que, desde el momento en que participa de dichas construcciones, las opciones como usuario se le reducen a cumplir o no con la función asignada para el funcionamiento del artefacto. Las posibilidades existenciales ahora quedan circunscritas a una determinada tarea fijada por el sistema, y los ritmos espontáneos y propios del corazón y del pensamiento dejan paso a una automatización de los procesos orgánicos que sincroniza perfectamente con la que regula los procesos técnicos. Una de las notas características de este tiempo que nos toca vivir, por tanto, es que la vida anímica, supeditada a las condiciones que el propio proceso tecnológico impone, queda desligada del yo en tanto que ella entra a formar parte activa en dicho proceso mientras que el yo queda relegado al papel de mero observador.
Un problema, quizá el más grave, al que nos conduce esta situación es que dicha movilización tecnológica, que parece avanzar según leyes propias, nos va alejando de los espacios reservados para la meditación y la libertad y nos hace olvidar el bien que supone disfrutar de la condición de seres libres. Al respecto, parece que una de las consecuencias más negativas de la nueva tendencia hacia la movilización consiste en el progresivo desenraizamiento de nuestros lazos naturales y espirituales al que, de manera imparable, dicho proceso conduce. Y es que el regreso a esos espacios naturales, destinados para las actividades creadoras, exige vivir y experimentar un tiempo distinto del mecanizado, dejar de ser parte activa del proceso tecno-orgánico y, aunque sea de forma esporádica, desengancharnos de sus demandas e imposiciones.