domingo, 29 de diciembre de 2013

La sociedad resplandeciente

Una de las claves para entender en su dimensión más profunda la película –ya un clásico en su género- El resplandor (1980) nos la da el filósofo Eugenio Trías en su ensayo póstumo De cine. Aventuras y extravíos (2013) No es que la película no se deje entender. En este sentido, no es tramposa, como todas estas películas que se construyen a partir de claves deliberadamente escondidas por el autor, porque sólo de ese modo el final de la historia se hace más o menos comprensible. No, Kubrick no esconde nada, sólo que muestra lo estrictamente necesario para hacer comprensible la historia, como un pintor que renuncia al barroquismo para hacer visible su obra o un científico que elimina de su teoría aquellas hipótesis y leyes que resultan innecesarias para deducir las conclusiones. Ocurre, sin embargo, que no todo el mundo sabe ver cine, y para eso está el maestro del mirar que es Eugenio Trías.

Trías ha visto las relaciones –no todas, a mi entender, pero sí las fundamentales- entre los diferentes acontecimientos que se van sucediendo conforme avanza la trama en el Hotel Overlook, que es, como luego se verá, mucho más que un lugar aislado de la civilización (de ahí el interés tan manifiesto de Kubrick de enseñarnos cada uno de sus salones, estancias y pasillos) El hotel es sólo una de las partes que componen el entramado de relaciones de lo que Trías llama la “sociedad de los fantasmas”.

Hay suficientes elementos –los estrictamente necesarios- para entender los temores y deseos de esta sociedad así como sus limitaciones y carencias. La clave, sin duda, es la conversación entre Jack Torrance (poseído) y el espectro que poseyó a Grady (antiguo guarda del hotel) en los servicios (fantasmales) de la Golden Room. Jack dice: "Vi su foto en los periódicos. Cortó en pedacitos a su esposa y sus dos hijas y luego se voló los sesos." Y Grady (fantasmal) le replica: "No consigo recordarlo. Por cierto, su hijo trata de introducir un elemento extraño en esta situación: un negro, un cocinero negro. Su hijo tiene un gran talento, pero trata de utilizarlo contra usted. Es un chico muy terco y travieso." Jack le dice entonces: "Es la puta de su madre la que lo instiga." Y Grady: "Tal vez necesiten los dos unas palabritas. Tal vez incluso algo más. Yo me enteré de que una hija mía quiso incendiar el hotel con una cerilla. Las escarmenté. No querían que cumpliese mi deber."

De este encuentro se deduce que Jack es el instrumento para acabar con los elementos que amenazan con desvertebrar el entramado de esta sociedad de fantasmas, como lo fue en su día el antiguo guarda Grady. La comunidad de fantasmas necesita de Jack, de su mente y de su vigor, para acabar con el niño que es, sin duda, por su capacidad visionaria y telepática, alguien capaz de desentrañar el secreto de dicha sociedad. Los fantasmas tienen el poder de asustar, de aparecerse y desaparecer a su antojo (también Wendy los llega a ver), de detectar elementos amenazadores o de influir hasta apropiarse de la mente humana, pero necesitan de ésta para intervenir sobre los asuntos humanos y restablecer el orden natural. Invaden primero los sueños, los deseos, hasta que ya no queda nada de ese sí mismo que define la identidad, y entonces actúan impunemente sobre los familiares que ven sorprendidos cómo sus más allegados pierden la razón. Jack es el instrumento y su espíritu espectral quien se sirve de él.

Claramente, la película dibuja la dualidad de mundos que ya el viejo Platón entrevió entre el mundo de lo intemporal, que siempre está ahí, y el mundo del devenir, sujeto al ciclo de los nacimientos y las muertes; añadiendo, eso sí, un matiz, y es que así como los humanos en ocasiones pueden sentir la presencia intemporal de estos espectros fantasmales (y por tanto averiguar su naturaleza intemporal), los espíritus son incapaces de situarse desde el punto de vista humano y reconocer la identidad de aquél a quien poseen (de ahí que el Grady espectral sea incapaz de recordar lo que Jack le dice que hizo en el pasado histórico) Un último indicio de esta dualidad nos lo da la imagen final de la fotografía colgada en la pared del pasillo que separa el Salón Colorado del despacho de dirección. En esta foto se conmemora una fiesta celebrada el 4 de junio de 1929, Día de la Independencia, con todos los participantes vestidos de la época. En la parte inferior de la foto aparece sonriente y esplendoroso Jack Torrance, quedando de manifiesto la naturaleza intemporal de estos espíritus fantasmales que reiteradamente se manifiestan en la sociedad de los humanos.

Los fantasmas se aparecen e intervienen cuando ven amenazado su secreto, su existencia (esto explica que el anterior guarda Grady, sometido al poder manipulativo de su espectro fantasmal, acabara con la vida de sus hijas y de su mujer que amenazaban con incendiar el hotel) Sólo el resplandor, capaz de desterrar sucesos olvidados, puede hurgar en el secreto, descubrirlo, y por tanto acabar con ellos. La liberación final del niño con su madre anticipa el derrocamiento de esta sociedad fantasmal: “El tema de la película, como ya se ha dicho, es un combate a muerte entre la comunidad que «resplandece» y la sociedad de fantasmas. Pugnan –en hegeliana lucha a muerte, en tablero de ajedrez, pero de forma invisible- quienes se comunican a través del «resplandor» y quienes, mutados en fantasmas, dan vida de simulacro a sus presencias evanescentes. Dos fuerzas enfrentadas: la inteligencia de Danny (junto con la astucia de Wendy), y la poderosa maquinaria fantasmal de un hotel que revive y se recrea a partir del enloquecimiento de Jack, justo cuando el hotel queda aislado del mundo y se convierte en cápsula que encierra su propio arsenal de presencias fantasmagóricas.” (De cine, p. 123)