sábado, 12 de enero de 2019

Al otro lado de la balanza

El mayor castigo que podemos infringirnos es negar lo salvaje, que está incluso en el movimiento abstracto de las horas y en la regularidad monótona de los horarios, en nuestros lugares de trabajo y en los períodos prefabricados de esparcimiento. Lo salvaje, como sugiere Gary Snyder en su Práctica -y enseñanza, añadiría yo- de lo salvaje, yace ahí, fuera y dentro de nosotros, a pesar y contra una tradición intelectualista que no ha hecho sino arrinconarlo con el cerco de la obediencia y la perfecta razonabilidad. ¿Pero dónde queda lo salvaje en los mundos de hoy? "Nuestros cuerpos -dice Snyder- son salvajes: el rápido giro involuntario de la cabeza ante un grito, el vértigo al mirar sobre un precipicio, el corazón en la garganta en un instante de peligro, la recuperación del aliento, los silenciosos momentos reponiéndose, observando, reflexionando... Todos son respuestas universales del cuerpo mamífero y están presentes en el conjunto de nuestra clase biológica." También nuestras mentes guardan lo salvaje: "Las sensaciones y la percepción no provienen exactamente del exterior, y el insistente flujo de pensamientos e imágenes no se encuentra completamente en el interior. El mundo es nuestra consciencia y nos rodea. Hay más cosas en la mente, en la imaginación, de las que "tú" puedas llevar cuenta: pensamientos, recuerdos, imágenes, enojos y gozos surgen espontáneamente. Las profundidades de la mente, el inconsciente, son nuestras áreas salvajes interiores, y es ahí donde ahora hay un lince."

La razón, que nunca ha sido perfecta, salvo en las teorías de los "perfectos" racionalistas, lejos de apresar lo salvaje, también es salvaje. Ahora resulta que racionalistas e irracionalistas estaban equivocados, pues ambos se decantaban por un lado de la balanza cuando nunca ha habido balanza. Y es que lo civilizado es otra forma de manifestarse lo salvaje, u otra forma de huir de lo salvaje, o de ahuyentarlo, o de buscarlo. Utilizando la metáfora del juego, diríamos que lo civilizado es el movimiento de la cometa y lo salvaje el viento que la mueve. La ilusión es creer que el niño dirige algo, como si el viento fuera un medio o un recurso servil. Todo lo contrario: la voluntad es sólo ocasión para que el viento se manifieste salvajemente, en forma de balanceo, o de remolino, o de nada.

¿Estamos entonces a tiempo de desilusionarnos? ¿Podemos mirar todavía ahí lo salvaje? La respuesta de Snyder apunta, más bien, a un ideario ético: "Más difícil es imaginar una civilización que lo salvaje pueda soportar, aunque esto sea, justamente, nuestra obligación. Lo salvaje no es solo la "preservación del mundo", es el mundo. Todas las civilizaciones, ya sean orientales u occidentales, hace tiempo que siguen un rumbo de colisión con la naturaleza salvaje, y hoy existen naciones desarrolladas que tienen el insensato poder de erradicar de la faz de la tierra no solo seres, sino especies y procesos completos. Necesitamos una civilización que pueda convivir entera y creativamente con lo salvaje. Y debemos comenzar a hacerla crecer aquí, en el Nuevo Mundo."
 
                                          
                                             (Ángel de la muerte, Evelyn de Morgan)

Desoír lo salvaje que yace ahí es como desoírnos a nosotros mismos. No hablar su lenguaje, la mayor de las osadías.