El mito de la caverna nos habla de la incomunicación, claro; o de la imposibilidad de comunicar, cuando la naturaleza nos lleva hasta ver transformados y distintos. Quien ha sido llevado a la luz no puede ver las sombras como las ven quienes todavía no saben de aquella. Por ello, al final, aparece el terror a ser arrancado del antiguo compañerismo, de la morada donde todo eran imágenes difusas y confusas aunque acogedoras. La incomunicación, o la imposibilidad de comunicar, lleva muchas veces a la desesperación y a la violencia. ¿Podríamos contactar, caso de encontrarnos, con lo que desde aquí llamamos ‘inteligencia extraterrestre’? ¿Podría ella contactar si diera con nosotros? Es uno de los grandes temas de la novela Solaris, de Stanislaw Lem, que cuestiona de un plumazo toda la ciencia y la literatura basadas en la presunción del contacto entre humanos y alienígenas, como si cualquier existencia, por ser extraterrestre, tuviera como la terrestre que funcionar entendiendo, sintiendo, queriendo, amando. Cuando miramos el mundo lo hacemos, y al hacerlo, lo habitamos. ¿Acaso sabemos vivir de otra manera?
“La solarística, decía Muntius, es un
sucedáneo de religión de la era cósmica, fe disfrazada de ciencia; el Contacto,
el objetivo que pretende, no es menos vago y oscuro que el trato con los santos
o el sacrificio del Mesías. Empleando fórmulas metodológicas, la exploración
equivale a liturgia, el humilde trabajo de los investigadores se traduce en
espera de una epifanía, de una Anunciación, ya que no existen, ni deben existir
puentes entre Solaris y la Tierra. Ese paralelismo obvio, al igual que muchos otros
(falta de experiencias comunes, carencia de ideas transmisibles) es rechazado
por los solaristas, de la misma forma que los creyentes rechazaban los
argumentos que cuestionan su dogma de fe. ¿Qué es lo que espera la gente que
suceda, una vez establecida la «conexión informativa» con los mares
inteligentes? ¿Un registro de vivencias relacionadas con una existencia
interminable, tan remota que no recuerda ni siquiera sus inicios? ¿La
descripción de los deseos, pasiones, esperanzas y sufrimiento liberados durante
los momentáneos partos de las montañas vivas? ¿La transformación de la
matemática en existencia encarnada, y de la soledad y el abandono en absoluta
plenitud? Todo ello constituye una amalgama de conocimientos intransferibles y
si intentamos traducirlos a cualquier lenguaje terrestre, los valores y
significados pretendidos se perderán, quedándose para siempre al otro lado.” (Solaris)