domingo, 4 de septiembre de 2011

El problema de la autoridad moral

Me opondré tanto como el que más a que toda o una gran parte de la educación del pueblo se ponga en manos del Estado. Todo cuanto se ha dicho sobre la importancia de la individualidad de carácter y la diversidad de opiniones y conductas implica una diversidad de educación de la misma indecible importancia. Una educación general del Estado es una mera invención para moldear al pueblo haciendo a todos exactamente iguales; y como el molde en el cual se les funde es el que satisface al dominante en el Gobierno (...), establece este un despotismo sobre el espíritu, que por su propia naturaleza tiende a extenderse al cuerpo. John Stuart Mill, Sobre la libertad
La tarea del Gobierno, añade el filósofo Ignacio Sánchez Cámara en su reciente ensayo La familia. La institución de la vida, es la de asegurarse que se den las condiciones para que el alumno reciba una buena educación, pero en ningún caso debe fijar los fines y valores últimos que han de gobernar la vida de los futuros ciudadanos. El Estado no debe por tanto erigirse como educador moral, porque además de que los valores morales no se prestan a ser aprendidos por la fuerza, el poder político, en tanto que, por naturaleza, le interesa fundamentalmente ver acrecentada su fuerza, siempre va a tratar de modelar las mentes de los alumnos para conformarlos a su ideología e intereses. En definitiva, dado que el poder político se sustenta en la opinión mayoritaria, sólo puede aspirar a tratar de imponer los valores mediocres imperantes; pero nunca podrá servir de instrumento de perfeccionamiento moral para el individuo.
La cuestiones que asaltan la mente de quien lee estas palabras son muchas, pero me gustaría reparar en las siguientes: si no es el Gobierno, ¿quién debe ser el responsable de reflexionar y determinar los fines últimos que han de regir la vida?, ¿debe ser asunto público o pertenece por el contrario a la intimidad de la persona fijar dichos valores?, ¿y cuáles son los criterios que han de tenerse en cuenta para determinar quién o qué deben ser las autoridades morales responsables de la educación moral de los ciudadanos?, ¿acaso una educación racional y planificada como apostaba Platón?, ¿quizá la opinión de algún líder espiritual inspirado por el poder divino?, ¿o la opinión mayoritaria fruto del acuerdo y el consenso? La cuestión no es baladí, y, ciertamente, es la respuesta a este tipo de preguntas lo que luego determina la configuración política de las sociedades.