lunes, 21 de mayo de 2007

Filosofía y Ciencia, ¿un continuo?


Inauguro este blog de filosofía proponiendo la difícil cuestión de delimitar la filosofía de la ciencia. Recientemente Jesús Mosterín publicó un interesante ensayo que lleva por título Ciencia viva, cuya reseña os remito en la la página web de noticias bibliográficas, en el que, entre otras muchas cuestiones, propone abordar el problema de las relaciones entre la ciencia y la filosofía. Su tesis es clara: la ciencia y la filosofía se implican y necesitan mutuamente hasta el punto de que cada una de ellas no progresa sin la ayuda de la otra. Por un lado, aunque no sólo eso, la filosofía proporciona el rigor y la reflexión que la ciencia necesita para propocionar un conocimiento fiable y, consecuentemente, una tecnología que 'mejore' nuestras vidas. En este sentido Mosterín incide en la importancia de la epistemología para el saber científico, entendiendo aquélla como una reflexión crítica y rigurosa de la metodología científica que constantemente debe ser mejorada si queremos alcanzar un conocimiento fiable - "lo que proporciona autoridad científica a una idea no es el hecho sociológico de que algún científico más o menos famoso la haya defendido, sino el hecho epistemológico de que esté apoyada en una metodología sólida y fiable" -. Pero por otro lado, mientras que la reflexión crítica de la filosofía detecta problemas metodológicos en la ciencia orientándola adecuadamente, los hallazgos e investigaciones científicos echan por tierra las especulaciones filosóficas (se entiende que aquí Mosterín se refiere a las especulaciones de naturaleza metafísica)

En este último sentido Mosterín en su afán de delimitar la ciencia de la filosofía y reestablecer el papel que compete a cada una supone que la filosofía, más concretamente, las concepciones metafísicas del mundo, son discursos susceptibles de ser invalidados por los hallazgos científicos, lo cual hace que nos preguntamos de qué modo esto ocurre, pues que yo tenga entendido lo que caracteriza a las teorías metafísicas (como la teoría de los primeros atomistas Leucipo y Demócrito, la teoría de las ideas de Platón, la teoría del yo de Descartes, la teoría del Espíritu Absoluto de Hegel, o la teoría racio-vitalista de Ortega y Gasset) es que todas ellas postulan la existencia de entidades - átomos, Ideas, yo, Espíritu, Vida - que son primeras o fundamentales en el sentido de que se proclaman como el principio explicativo de todo lo observable e incluso de todo lo concebible. Quizá uno de los rasgos comunes a éstas y otras concepciones metafísicas es que todas ellas constituyen una especulación teórica, coherente y compleja, sobre cuál es el primer principio o causa última de lo cual todo lo demás participa, emana o es consecuencia. Como dice Ortega en ¿Qué es filosofía?, el hombre filósofo es aquel que no se conforma con el conocimiento limitado y problemático que proporciona la ciencia, sino que aspira a un conocimiento seguro y completo del Universo.
Hemos de tener en cuenta por tanto, como ya observa el filósofo Karl Popper, que una teoría metafísica de estas características siempre va a poder explicar e integrar cualquier hallazgo o evidencia que pretenda desmentir e invalidar su cosmovisión. Al metafísico le bastará alegar en su defensa que dicha evidencia es otra consecuencia o emanación más de la acción de ese primer principio que su teoría supone, con lo cual ésta no podrá llegar a invalidarse por ningún tipo de evidencia.
Entonces, si esto es cierto, ¿cómo puede la ciencia, con sus investigaciones y hallazgos, echar por tierra las grandes concepciones metafísicas (¿necesarias?) del mundo?, ¿pueden tocarse entonces la ciencia y la metafísica?, ¿pueden interactuar?