A mis antiguos compañeros
del Colegio Azúa (1984-1992):
Saber
que ya no podremos comer de aquellos corruscos o ver acercarse la valla verde
cada mañana. Saber que ya no podremos alzarnos como victoriosos alpinistas de
piedras marmóreas. Saber que no podremos correr por los campos infinitos de
partidos logrados. Saber que ya no estaremos con quien fue nuestro primer
amigo, tan querido en momentos de amarga intemperie. Saber que ya no tendremos
que esconder la salchicha de los martes en el hueco del radiador. Saber que no
nos acompañará aquel tierno amor del que todavía un destello alumbra nuestros
días. Saber que ya no seremos aquellos niños incapaces de ambición y deshonra. Saber
que perdimos para siempre la virginidad del dolor, cuando en días soleados todavía
se nos abría el corazón de manera distinta. Saber que ya nadie más nos regalará
por vez primera. Saber que ya no seremos todo aquello, que se fue, sin pedirnos
permiso ni apenas advertírnoslo. Saber que pertenecimos a un pasado cuyo
recuerdo todavía nos hace volver a llamar a la puerta, de cristal duro, pero
sin nada al otro lado.
Saber
todo ello nos hace mejores, ahora y entonces.