miércoles, 1 de agosto de 2007

Otro adiós a Ingmar Bergman

Recientemente ha fallecido en la isla de Farö el escritor, dramaturgo, guionista y director de cine sueco Ingmar Bergman a sus 89 años. En cada una de sus numerosas películas puede descubrirse ahí manifestadas sus inquietudes más vitales e inconfundibles, compartidas, eso sí, por otros pensadores como su maestro Sören Kierkegaard o su cómplice Jean Paul Sastre. La irreversibilidad de la muerte, de la de cada cual, vivida (como no podría ser de otro modo) para mismo, el vacío a la llamada de Dios, la falta de herramientas conceptuales y sensitivas para certificar su existencia, son asuntos que desde muy joven inquietaron al pensador sueco y que luego se tradujeron en su vasta filmografía.
Personalmente desde niño me inquietaron dos de sus películas consideradas por los cinéfilos como obras maestras dentro de su amplia obra. Y es que no hay un año en el que no vea de nuevo (a veces imaginativamente) El séptimo sello (1956) o Fresas salvajes (1957), sobre todo ésta última, que sobresale en su trayectoria como director. Fresas salvajes nos recuerda el momento irrevocable de la muerte, que llegará un día en el que tengamos que hacer un repaso y una valoración de nuestra vida, de la forma como la hemos vivido, de nuestras decisiones e indecisiones, de nuestros aciertos y errores, pero sobre todo, nos recuerda que en el momento último no habrá más juez que uno mismo, que será cada cual el que deba morir con dignidad o con culpa.
Fresas salvajes es un viaje interior que realiza el personaje Isak Borg, interpretado magistralmente por otro de los grandes directores nórdicos Victor Sjöström, hacia sus recuerdos y vivencias más primigenias, desde su temprana infancia en la que descubre los secretos más arraigados de sus primeros encuentros hasta los momentos en los que decide consagrar su vida a la medicina y el cuidado de los hombres. Pero ese viaje a su vez se convierte en un momento asombroso de lucidez para el doctor. En el trayecto descubre su posibilidad, todavía viva, de acabar con un egoísmo que se había adueñado de sus acciones y de reencontrar una generosidad perdida que le va a permitir abrirse a los otros y entrar en comunión con los demás (“La comunidad con los demás es nuestro instinto más profundo, buscamos eso y lo anhelamos con todas nuestras fuerzas para soportar la realidad: la soledad total.” Ingmar Bergman). Porque en el fondo a Bergman no le interesan la muerte, el no ser o Dios, considerados como realidades aisladas de la vida, del ser, o de la Nada, sino lo que implica y significa para nosotros el hecho irrenunciable de nuestra muerte, de nuestra existencia y de esa radical soledad.

Os animo a ver Fresas salvajes antes de que sea demasiado tarde…