jueves, 17 de septiembre de 2015

¿Qué significa contar historias?

Es sabido que la ciencia es un discurso narrativo, lo mismo que la religión, la literatura o la historia. La cuestión que ha gravitado en torno a este hecho durante gran parte de la filosofía del pasado siglo es si existe una lógica o una razón narrativas, esto esun patrón o principio que dé cuenta y explique el paso de una narración a otra (en el caso de la ciencia, de una teoría a otra). Al respecto, una de las premisas del historicismo en su defensa de aquella lógica narrativa es que la presunta Verdad no consiste en una aproximación objetiva a los hechos (la propia idea de facticidad existe en y por la narración), sino en una metanarración construida por la superposición lógica de otras narraciones más elementales. En esta línea hay que situar el pensamiento del filósofo Ortega y Gasset, que con tanto empeño se afanó en mostrar que la historia narrativa (de la ciencia, de la metafísica, de las emociones, de los valores....) no es caprichosa, sino pautada, obediente, como la corriente que sigue el nivel que imponen las esclusas.

Con nuestro trabajo, publicado en el número 83/84 de la Revista Ábaco bajo el título ¿Qué significa contar historias? (Esbozo para una crítica de la razón histórica como forma de conocimiento), hemos profundizado en la naturaleza de la razón narrativa con vistas a discutir algunos de los postulados que articulan la propuesta orteguiana de la razón histórica como vía de (re)conocimiento. Entiéndase bien: no se ha pretendido desbaratar toda una filosofía de la historia que aún hoy resuena en los círculos más actuales, sino, más bien, ponerla en entredicho, sembrar dudas sobre ella, esto es, obligar a revisarla. Así, a los interesados en los entresijos de aquella filosofía de la historia afanosa de lógica y patrones, les invito a adentrarse en esta otra narración que no hace más que añadir abruptos allí donde se creía transitar sin dificultades.


De nuevo, agradezco el enorme gesto de la prestigiosa Revista de cultura y ciencias sociales por publicar mi trabajo y prestar una sección en sus contenidos a la investigación filosófica.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Servir para... o servir a

Desde hace ya algún tiempo tengo la firme convicción de que el estado de salud de una civilización se mide por el grado de inutilidad de sus conocimientos. Y es que el conocimiento, per se, es inútil. Con esto no quiere decirse que no pueda hacerse ninguna aplicación de él (también de Don Quijote o de películas de Woody Allen se han escrito tratados de psicología orientados a reformar las mentes contemporáneas), sino que el conocimiento, por sí mismo, no sirve para nada; salvo, en todo caso, para apaciguar la inquietud propia del creador. Por ello, una recurrente aplicabilidad de conocimiento es un síntoma claro de falta de inquietud y curiosidad humanas. A mayor curiosidad, menor interés por aplicar el conocimiento, y viceversa.

Entiéndase bien: no se trata de reivindicar la proliferación de conocimientos inútiles, sino que deje de juzgarse la valía del conocimiento por su grado de aplicabilidad. Cualquier entendido en física, matemáticas, química, astronomía, filosofía, sabrá distinguir el conocimiento de su aplicación. En una entrada anterior decíamos que una obra de ciencia es una novela más. Su realidad es una realidad novelada, narrativa (y sobre esto girará un artículo mío que en breve saldrá publicado bajo el título ¿Qué significa contar historias?) Como cualquier otra narración, no sirve para nada. Lo mismo que Don Quijote o las películas de Woody Allen, tampoco la teoría de la relatividad de Einstein o la mecánica de Galilelo sirven. Lo que sirve es la aplicación que de la teoría se hace, lo cual presupone ya un espíritu pragmático y una búsqueda decidida de utilidad (ambos hechos, coyunturales y no necesariamente presentes)