lunes, 1 de febrero de 2016

Tiempo que te encuentra

El tiempo no es. O es una mera abstracción, consecuencia de esa actividad intelectiva que tan bien nos define. Se dice del tiempo que pasa cada vez más rápido, como si fuera un tren que circula a gran velocidad. Tampoco se ahorra o se gana tiempo; en todo caso, se estira la sensación de premura o de apresuramiento. ¡La cantidad de negocios que se alimentan de la imposición a vivir deprisa! 

Ahorra tiempo quien vive deprisa, quien se apresura por vivir. Pero, dice un antiguo proverbio, al hombre feliz el reloj no le da las horas.

Luego está el otro tiempo, el que no se busca, sino que te encuentra. Y entonces descubres atónito que el Tiempo no existe, porque lo que hay son tiempos, formas diferentes de vivir el tiempo superpuestas unas a otras, como universos paralelos...

A un asceta ilustre llamado Nârada, que había ganado por sus innumerables austeridades la gracia de Visnu, se le apareció el Dios y le prometió realizar cualquier voto que hiciese. "Enséñame el poder mágico de tu Mâyâ", le pide Nârada. Visnu asiente, y le hace signo de que le siga. Poco tiempo después, hallándose ambos en un camino desierto y lleno de sol, y sintiendo sed, Visnu ruega a Nârada ande unos metros más, hacia donde se divisa un pueblecito y le traiga agua. Nârada se precipita y llama a la puerta de la primera casa que encuentra. Le abre una muchacha muy bella. El asceta la mira largamente y se olvida a qué había venido. Entra en la casa y los padres de la muchacha le reciben con el respeto debido a un santo. El tiempo pasa. Nârada acaba por casarse con la muchacha y conoce las delicias del matrimonio y la dureza de una vida de campesino: Nârada tiene ahora tres hijos, y después de la muerte de su suegro es propietario de la granja. Pero en el curso del decimosegundo año, lluvias torrenciales acaban por inundar la región. En una noche, se ahogan los rebaños, se hunde la casa. Sosteniendo con una mano a su mujer, con otra a sus dos hijos, y llevando al pequeño sobre el hombro, Nârada se abre difícilmente camino a través de las aguas, pero la carga es demasiado pesada. Se escurre, y se le cae al agua el pequeño. Nârada suelta a los otros dos niños y se esfuerza por encontrar al pequeño, pero es demasiado tarde: el torrente se lo ha llevado muy lejos. Mientras busca al pequeño, las aguas se han tragado a los otros dos niños, y poco tiempo después a la mujer. El mismo Nârada cae, y el torrente lo arrastra sin sentido como a un pedazo de madera. Cuando se recobra, depositado sobre una roca por el agua, recuerda sus desgracias y se echa a llorar. Pero de pronto oye una voz familiar: "¡Hijo! ¿Dónde está el agua que debías traerme? Te espero desde hace más de media hora." Nârada vuelve la cabeza y mira. En lugar del torrente que todo lo había destruido, vio los campos desiertos, brillantes bajo el sol. "¿Comprendes ahora el secreto de mi Mâyâ?", le pregunta el Dios. (Mircea Eliade, Imágenes y símbolos)