domingo, 5 de agosto de 2007

Bergman, Unamuno y el no ser

Leyendo a Unamuno (pienso en Del sentimiento trágico de la vida (1912)) uno recuerda los conflictos internos que dan vida a los personajes bergmianos. La razón, nos dice Unamuno, resulta insuficiente para garantizar la existencia de un Dios que asegure nuestra inmortalidad. Sierva del deseo, de la vida, la razón a lo sumo puede acabar reconociendo sus límites y dejar de pronunciarse sobre toda realidad trascendente. Y entonces la alternativa (al menos una de ellas, la otra, la esperanza, es demasiado esperenzadora para el director sueco) es la desesperación, que tan bien manifiesta Ingmar Bergman en el personaje del caballero (El séptimo sello (1956)), quien tras regresar hastiado de las Cruzadas anhela calmar ese desgarro motivado por la imposibilidad de la razón. Su vida se convierte entonces en un incesante grito de desesperación.

Unamuno confiesa sentir horror a la nada, al no ser más, prefiriendo sucumbir en el peor de los infiernos que desaparecer definitivamente. La nada, aquello que no puede ser conceptualizado, ni menos imaginado ni representado, el límite del ser y del conocer (¿pero puede tener límites el ser, no era lo ilimitado?), significa para Unamuno lo que todo hombre rehuye, repugna en su vida. Y la única manera de repugnar esa realidad es afirmando incesantemente el ser, lo que cada cual es, deseando perpetuamente seguir siendo quién uno es.

¿Pero por qué ese horror al no ser?, ¿puede sentirse horror a lo que no es?, ¿pero no es el no ser un concepto demasiado humano para que llegue a horrorizarnos tanto? Es indudable que la negación la introduce el hombre.

Olvidaba además que la idea de no ser más es algo que algunas personas parecen haber anhelado (por las razones antes aludidas, ¿puede alguien anhelar algo que por definición no es?), para quienes el presente, su propio yo, debido a las circunstancias, les resulta insufrible, insoportable, y aquellos anhelos de perpetuidad se transmutan en un deseo de no ser más. Pienso ahora en el caso de Ramón Sampedro (al menos como lo caracteriza Alejandro Amenábar en su película Mar adentro (2004)) que a lo largo de su vida luchó por que se le reconociera el derecho a morir, a no ser más (nunca habló de querer encontrarse con Dios, eso es un privilegio que no podía permitirse)

No se puede morir en vida y luego volver a vivir. No se puede jugar con la muerte. Eso la convierte en un asunto más serio, en objeto de reflexión. Ya Platón desde los albores del pensamiento trató en vano de anticiparla. La muerte entonces es ante todo objeto de reflexión. Y es que es menester encontrar creencias firmes sobre el asunto, sobre lo que implica para nosotros la muerte, el estar muertos, para saber a qué atenernos en la construcción de nuestro porvenir.