jueves, 8 de septiembre de 2011

¿Qué hay de la familia?

Los estudios más críticos sobre el sistema educativo actual español suelen focalizar la raíz de los problemas de nuestra educación en los siguientes factores: la falta de disciplina presente en las aulas, la paulatina disminución de conocimientos y destrezas exigibles a los alumnos, y la falta de vías educativas alternativas preparatorias para el mundo profesional antes de los 16 años -al respecto puede leerse el excelente artículo De por qué abandoné la enseñanza pública, y tres sugerencias para mejorarla.- Lo primero conduce a la creciente desmotivación del profesorado que ve como el deseo que animó su carrera profesional y le llevó a dedicar años de su vida para la preparación de su docencia va mermándose día tras día, hasta que no queda nada de aquella ilusión pretérita y se llega a la situación del típico profesor que espera con sus alumnos que toque cuanto antes el timbre para irse a casa y olvidarse de todo el día. Muchos profesores, y a mí también me ha pasado, me han reconocido que a veces sienten que no se les paga por educar, sino por cuidar que unos cuantos desarrapados no se maten en el aula, sobre todo si les corresponde impartir una asignatura "maría" como Educación para la ciudadanía en grupos apartados de los famosos "bilingües", o les toca "lidiar" con alumnos que cursan la alternativa a la religión, en la que éstos esperan, literalmente, no hacer nada o hacer lo que el profesor les deje. Si a esta tendencia sumamos el hecho de que un alumno, un poco avezado, en dos o tres meses de estudio puede sacarse todo un 4º de la ESO y que el sistema permite que haya alumnos que, independientemente del número de materias suspensas, tengan que pasar curso porque ya no pueden repetir más veces, el resultado es el actual fracaso escolar y la falta de conocimientos, esfuerzo acumulado y sacrificio que lastra un alumno que acaba la enseñanza obligatoria. Medidas hay muchas para añadir exigencia a nuestros alumnos (verdaderos perjudicados) y poner freno a esta tendencia de camuflar las cifras mediante un exceso injustificado de transigencia por parte de los políticos.


Sin embargo, creo sinceramente que el problema no sólo habría que tratar de solucionarlo desde una revisión del sistema. Es más, creo que toda tarea en este sentido puede resultar fútil si antes no se toma consciencia de una realidad mucho más presente y problemática en nuestra sociedad. Se trata, a mi juicio, de la profunda crisis que está viviendo en la actualidad el agente educador y sociabilizador fundamental: la familia. Creo que cualquier tentativa para mejorar la educación en nuestro país debe pasar por reflexionar sobre la situación de la familia española en nuestros días. Y es que el núcleo familiar es la principal fuente de la que emanan los valores y creencias que luego va a heredar el futuro alumno que llena nuestras aulas. De ahí que sea fundamental cerciorarnos de que dichos valores sean los adecuados y permitan efectivamente que el alumno pueda desarrollarse conforme a sus verdaderos intereses e inquietudes.

domingo, 4 de septiembre de 2011

El problema de la autoridad moral

Me opondré tanto como el que más a que toda o una gran parte de la educación del pueblo se ponga en manos del Estado. Todo cuanto se ha dicho sobre la importancia de la individualidad de carácter y la diversidad de opiniones y conductas implica una diversidad de educación de la misma indecible importancia. Una educación general del Estado es una mera invención para moldear al pueblo haciendo a todos exactamente iguales; y como el molde en el cual se les funde es el que satisface al dominante en el Gobierno (...), establece este un despotismo sobre el espíritu, que por su propia naturaleza tiende a extenderse al cuerpo. John Stuart Mill, Sobre la libertad
La tarea del Gobierno, añade el filósofo Ignacio Sánchez Cámara en su reciente ensayo La familia. La institución de la vida, es la de asegurarse que se den las condiciones para que el alumno reciba una buena educación, pero en ningún caso debe fijar los fines y valores últimos que han de gobernar la vida de los futuros ciudadanos. El Estado no debe por tanto erigirse como educador moral, porque además de que los valores morales no se prestan a ser aprendidos por la fuerza, el poder político, en tanto que, por naturaleza, le interesa fundamentalmente ver acrecentada su fuerza, siempre va a tratar de modelar las mentes de los alumnos para conformarlos a su ideología e intereses. En definitiva, dado que el poder político se sustenta en la opinión mayoritaria, sólo puede aspirar a tratar de imponer los valores mediocres imperantes; pero nunca podrá servir de instrumento de perfeccionamiento moral para el individuo.
La cuestiones que asaltan la mente de quien lee estas palabras son muchas, pero me gustaría reparar en las siguientes: si no es el Gobierno, ¿quién debe ser el responsable de reflexionar y determinar los fines últimos que han de regir la vida?, ¿debe ser asunto público o pertenece por el contrario a la intimidad de la persona fijar dichos valores?, ¿y cuáles son los criterios que han de tenerse en cuenta para determinar quién o qué deben ser las autoridades morales responsables de la educación moral de los ciudadanos?, ¿acaso una educación racional y planificada como apostaba Platón?, ¿quizá la opinión de algún líder espiritual inspirado por el poder divino?, ¿o la opinión mayoritaria fruto del acuerdo y el consenso? La cuestión no es baladí, y, ciertamente, es la respuesta a este tipo de preguntas lo que luego determina la configuración política de las sociedades.