jueves, 28 de enero de 2016

Saber estar

Tener que ser es siempre una carga. Además, generalmente, conduce a sentimientos negadores como el desánimo, la culpa o la frustración. La sociedad, el lenguaje, la propia tradición, anclada en aquella división funesta que ya Parménides estableció entre el ser y el no ser, nos instan a buscar el ser allí donde no lo hay, allí donde se extienden los territorios vírgenes donde todavía no ha llegado esa imposición a "ser" de la que aún se nutre la metafísica occidental. Que si tenemos que ser abogados, juristas, médicos o amas de casa; que si tenemos que ser buenos, justos o pecadores; que si tenemos que conocer el "ser" de esto o de aquello para saber a qué atenernos en nuestros afanes vitales. En fin, desde fuera o desde dentro, emergen un sin fin de "seres" que no sólo nos sujetan a una determinada actividad, sino que nos atan a un determinado camino rara vez transitable. Porque, ¿realmente las cosas son?, ¿qué significa que las cosas sean?, ¿acaso la pregunta no es "si el lenguaje es"?, ¿acaso no es el "ser" por el lenguaje, y no al revés? Aun recuerdo la fascinación de aquellos personajes tarantinianos que, como el Señor blanco en Reservoig Dogs, se afanaban desesperadamente en ver en algún infiltrado, como el Señor naranja, un amigo, alguien que les confiriera una identidad y les hiciera "ser" en medio de ese discurso enmarañado de nombres y situaciones ficticios. Como apunta el filósofo José Luis Molinuevo, a raíz del nuevo retrato cinematográfico de David Foster Wallace, ya va siendo hora de renunciar a ese "tener que ser" en aras de un "estar", liberado siempre de comportamientos ególatras y monomaníacos.

miércoles, 6 de enero de 2016

Ni realismos ni idealismos

Estamos mal acostumbrados a situar el debate filosófico acerca del valor epistémico de la ciencia en la vieja disputa entre realismo e idealismo, como si la única alternativa fuera la de afirmar la posibilidad de conocer el mundo fidedignamente o la de defender el papel inventivo del conocimiento. Vamos, que ya va siendo hora de desbancar esta postura reduccionista por la que parece que el sujeto se limita a reproducir lo observado o a engendrar nuevos órganos de visión. El reduccionismo dicotómico luego conduce a ejercicios sintéticos que, lejos de arrojar luz sobre la cuestión, desvían al lector de su verdadero quid. 

Para el caso del valor epistémico de la ciencia, Wittgenstein advierte que la esencia de la cuestión se halla fuera de los límites de aquella dicotomía, afirmando que la ciencia ni describe el mundo ni lo inventa. Más bien, informa acerca de nuestro modo de describirlo, que será mejor cuanto más útil y preciso resulte. Así, la ciencia, por ejemplo, la mecánica newtoniana, será un sistema de representación o descripción del mundo tan válido como cualquier otro, sólo que en virtud de su aplicabilidad y funcionalidad es el que escogemos. Pero el hecho de que el sistema newtoniano nos sirva para describir el mundo no dice nada de éste. Lo que nos dice algo acerca del mundo es el modo preciso y determinado en que es posible describirlo por este medio. Así, del mundo ya podemos decir con sentido que puede ser descrito mediante la mecánica newtoniana, y del modo como lo hace

"6.342 Y ahora vemos la posición recíproca de lógica y mecánica. (Cabría hacer, también, que la red se compusiera de figuras de otro tipo, de triángulos y hexágonos, por ejemplo.) Que una figura como la arriba citada pueda ser descrita mediante una red de una forma dada, es cosa que no dice nada sobre la figura. (Porque esto vale para cualquier figura de este tipo.) Pero lo que caracteriza a la figura es esto: que puede describirse enteramente mediante una determinada red de una determinada finura. Así pues, tampoco enuncia nada sobre el mundo el hecho de que pueda ser descrito mediante la mecánica newtoniana; pero sí, ciertamente, el hecho de que se deje describir así mediante ella, como, en efecto, es el caso. También dice algo sobre el mundo el hecho de que pueda describirse más sencillamente mediante una mecánica que mediante otra."

(Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus)