viernes, 18 de octubre de 2013

...la cosa no va de fines...

Hay saberes que no necesitan de ninguna legitimación. Es el caso de la Metafísica, que no halla su razón de ser en motivos sociales, económicos o políticos. El hombre hace metafísica como el poeta hace poesía, porque le invita a ello su propia naturaleza curiosa y afanosa. La diferencia estriba en que mientras el poeta busca el deleite, el metafísico no cesará hasta que crea haber encontrado un saber completo, un sostén a un conocimiento sospechosamente desprovisto de sentido y fundamento.
 
Uno de los males de nuestro tiempo, mucho más pernicioso que las actuales políticas educativas que tanto revuelo están trayendo, y que uno no puede dejar de escuchar allí por donde se mueve, es la idea comúnmente extendida de que un saber se define por la finalidad para la que ha sido pensado, lo cual equivale a decir que, fuera de los fines, no tiene cabida el conocimiento. Desde este punto de vista, la medicina, por ejemplo, se define por el fin de curar enfermos; la física, por el fin de conocer el mundo físico y proporcionarnos herramientas para crear más herramientas; el arte, por el de evadirnos o entretenernos en un mundo ya suficientemente monótono y gris... Sin embargo, hay saberes que no han nacido para ninguna finalidad, porque no es el fin el que los mueve, sino el deseo, que es cosa distinta. El fin es algo que proyecta la inteligencia en aras de un futuro esperado, que no siempre deseado, mientras que el deseo, la necesidad, no atiende a razones ni expectativas. Su discurso es otro.

El peligro entonces no es tanto el escaso interés por lo metafísico -¿cuándo lo ha habido?-  como este imperialismo del modo de pensar finalista,  que da cabida tanto a la idea de que "la filosofía debe quedar fuera del sistema porque no sirve para nada" como a su réplica "como si toda forma de conocimiento tuviera que servir para algo...", anulando así toda otra posibilidad de pensar en términos no finalistas. Y el caso es que no es verdad que la filosofía no sirva para nada, pero tampoco que tenga que dejar de servir para tener su lugar. No es que la filosofía sirva o deje de servir; sencillamente, la cosa no va de fines...