Los días en la educación son como aquellos veranos de los pueblos, cuando las nubes se convertían en luz que hacía cálida el resto de la tarde. Los días en la educación son de lloros y de risas, de alegrías y de penas, de tropiezos y de tropezones, de panes y bizcochos, de reuniones y palabras que a veces se pierden pero que no por ello cabalgan solas. Los días en la educación son de encuentros y de sustos, de anhelos y agradecimientos, de miedos y sudores, cuando todos, adultos o niños, profesores o conserjes, nos hacemos más humanos. Los días de la educación son de timbres y protocolos, de ritmos y acelerones, de avisos y de alarmas, de sueños no dormidos y noches acompañadas. Y son días de aciertos y desaciertos, de juicos y prejuicios, de asaltos y sobresaltos, cuando nos acercamos a los otros para pedirnos, solo, una sonrisa.
Los días en la educación son días de amor y aventura, cuando la vida te decía que es ahí donde tienes que estar.
