domingo, 24 de marzo de 2019

Lo insólito

Dice Nietzsche en Aurora que «en los estados primitivos de la humanidad, lo “malo” se identifica con lo “individual”, lo “libre”, lo “arbitrario”, lo “insólito”, lo “imprevisto·”, lo “incalculable”» Y qué bien lo representa el cineasta Hitchcock en Los pájaros. Una película violenta, sí, pero de una violencia libre, insólita, imprevisible. Y caótica, porque el caos obra sin ley, o sería mejor decir que en el caos no hay lugar para la acción, pues toda acción precisa de ley. Kant lo vio muy bien cuando repara en los principios a priori de la sensibilidad y del entendimiento. ¿Cómo podría haber conocimiento de lo que no se deja identificar ni juzgar? No hay un qué por el que se pueda preguntar. No hay una causa que se pueda buscar. Lo insólito sobrepasa los marcos convencionales con los que el hombre construye ciencia y filosofía.


El sueño del hombre común es que el mundo acabe comportándose conforme los principios de la razón. Pero es eso, una esperanza. Esperanza quebrada, puesta en entredicho, cada vez que aparece lo insólito, de suyo inasible. Los pájaros -casi siempre negros- no aterrorizan porque amenacen la existencia humana, sino porque, atacando, muestran que cualquier cosa es posible. Y esto es lo que horroriza: que el caos haya entrado en la historia. Por ello, la trama no versa sobre ataques de pájaros, o sobre pájaros que atacan, sino sobre la manera como un suceso insólito -si cabe llamarlo de suceso- remueve y transforma las relaciones humanas. Es, diría yo, la película de Hitchcock que más claramente representa la experiencia de la fragilidad humana, como se reproduce cada vez que alguien, cayéndose, busca un agarradero y no lo encuentra.

En la medida que lo insólito no puede integrarse en ningún discurso -ni científico ni religioso ni mitológico-, no cesa en mover y remover el fondo emocional de los personajes; el de todos ellos, y especialmente el de la madre de Mitch, cuyas resistencias al final ceden al deseo natural de dar amparo. Hitchcock parece decirnos que el amparo humano nace de la consciencia del mal. Sí, lo caótico es lo «no interpretable», y, en tanto que no es integrable en ningún discurso y se pierden las referencias, mueve al ser humano hacia el contacto y el cuidado. Al menos -parece decirnos-, estamos juntos en esto.

jueves, 21 de marzo de 2019

Soledades silenciosas

Han sido varias las conversaciones que esta semana han puesto sobre la mesa de la sala de profesores un hecho que todavía algunos, los que se empeñan en hacer de cuerpos cooperaciones y de sujetos proyecciones compartidas, lo asocian a cierto cansancio laboral, o existencial. Se trata de la experiencia de soledad en lugares que, como cualquier centro escolar, por definición, deberían comportarse como asideros sociales y vacunas contra el aislamiento. Griteríos, llamadas de atención, permisos, disculpas, advertencias, consejos, consultas,... actos locutivos y perlocutivos que sistemáticamente interrumpen cualquier tentativa de recogimiento y ensimismamiento, sin embargo, no aíslan a la soledad de su lugar natural.

Los hay que, próximos a la jubilación, habiendo recorrido los vaivenes legislativos y la oleada necrológica de presuntos mediterráneos, se confiesan desprovistos de la piel con la que contactar con las nuevas generaciones noventeras, educados ya en el calor de los televisores y del flujo eléctrico de ordenadores. "Siento que ya no soy de este mundo. ¿Dónde ha quedado ahora el sentido común?" ¿Pero acaso no sigue habiéndolo, sólo que transformado por una época demasiado ocupada en el funcionamiento y la funcionalidad? También los nuevos, provistos de ilusión pero sin el fármaco que les sacará de ella, experimentan la soledad de quien quiere abrirse a un mundo demasiado modelado como para que pueda acoger sus pareceres. Soledades vividas, por mayores y jóvenes, que entre sí experimentan la distancia de quien se sabe de su tiempo, pero se empeña en franquearlo. Y también por profesores de medio recorrido que, con ratios de más de treinta alumnos y asignaturas de una hora semanal (y eso cuando una festividad o una actividad extraescolar no se cruza en tu camino), tienen que escuchar de sus alumnos "profesor", a secas, porque todavía no saben su nombre, y entonces también ellos, entre nombres sin historia ni folclore, acaban preguntándose quiénes son.

Soledades abiertas al recuerdo de lo que será toda una vida, no tan diferente a aquel sueño que una vez te despertó.

domingo, 17 de marzo de 2019

Emociones iniciales

Hay emociones iniciales que ya no terminan de pasar nunca. Retienen, más bien, a quien las vive en un perpetuo vano intento de volver a ellas, volviendo una y otra vez sobre ellas, como quien gravita en torno a un centro sabedor que nunca lo alcanzará. Funcionan como faros en medio de la oscuridad o relojes en medio de planicies, siempre haciendo volver a las vidas sobre sí, ya incansables y hacedoras de infinitos. Infinitas hubieran sido las conquistas de Don Juan, y las victorias de Ulises, y las obras de quien pintara el sol del membrillo o esculpiera bloques de hielo en castillos olvidados. Son los sabios del encuentro y del instante, y por ello mismo su historia nunca será biográfica, pues la gravidez de lo-que-ya-no-será no admite grafía, ni medición alguna. Son prisioneros que vuelven sobre su prisión, pero ya para siempre liberados del desánimo y de la charlatanería. Espíritus que una vez amaron, y triunfaron, y crearon, y vivieron, hasta no poder desprenderse de aquello que, aunque solo por una vez, los hizo poderosos.
 
 
Pero lo que lo fascina y lo retiene es el primer instante, el milagroso primer instante cuyos encantos aniquilan toda voluntad consciente, es decir, el instante que no se puede medir, que precede a toda seducción y a toda historia y que la memoria conserva a su pesar (Las pequeñas alegrías, Marc Augé)

viernes, 8 de marzo de 2019

Fuera de los no lugares

Preferiría no hacerlo, repite Bartleby ya desprovisto de alma, y así resuenan sus ecos en las tardes que nos vemos abocados a repasar proyectos sin término, correcciones, adaptaciones, permisos y autorizaciones, papeles varios cuya única finalidad parece ser la de desviar para siempre el genio que todos llevamos dentro. Alumnos con genio. Esos son los mejores. Capaces de desbancar opiniones que se atribuyen al sentido común y, si hace falta, retar al profesor, y con él a toda una generación. ¿Pero dónde queda el genio si no en talentos singulares, todavía no afectados por la vorágine de propagandas y revisiones que se han de acometer? ¿Acaso el sistema no se empeña en derribar palabras mal sonantes y entorpecer a todo aquel que, desde su emboscadura particular, no busca sino comprensión en un mundo que no se la dio?
 
Preferiría no hacerlo, en construcción condicional. Porque hay que hacerlo. No queda otra, si no quieres quedar fuera de lugar, aunque sea del no lugar. De ese no lugar que Marc Augé advierte que identifica al hombre de hoy. Y lo hace con estas palabras, anticipando lo que se nos viene: "Todas las interpelaciones que emanan de las rutas, de los centros comerciales o del servicio de guardia del sistema bancario que está en la esquina de nuestra calle apuntan en forma simultánea, indiferente, a cada uno de nosotros ("Gracias por su visita", "Buen viaje", "Gracias por su confianza"), no importa a quién: son las que fabrican al "hombre medio", definido como usuario del sistema vial, comercial o bancario." De eso se trata, de fabricar Bartlebys, y cuantos más y más complacientes, mejor, aunque sea para que terminen pronunciando su preferiría no hacerlo. Porque eso significa que ya han hecho, y mucho.

Cielo de ningún día

Un azul de nadie inmortaliza el cielo, su aire, y a mí que lo miro. Los relojes dejan de sonar, las voces de hacer historia y solo la brisa mueve el sonido.

Relámpagos huérfanos amenazan con romper los cristales y los ojos que miran. Y me apresuro a subir las persianas.

Sueño de la Noche del 7 de Marzo

martes, 5 de marzo de 2019

La insoportable sensación de ser

¿Y si llegó a ser un héroe de la aviación solo por no poder experimentar el peso de cada paso? ¿Y si escribió diez mil páginas con las más arduas reflexiones solo por no poder estar con los próximos? ¿Y si dio veinte vueltas al globo solo por no soportar el olor a raíz? La insoportable sensación de ser puede explicar tantas cosas que, a veces, atribuimos éstas a factores que, por efímeros, en realidad no pueden fundamentar ni explicar nada. ¿Por qué habríamos de sentir deseo de despegarnos del suelo, de las gentes o de las raíces, si no es suponiéndonos una animadversión creada desde los comienzos? Sí, todo se explica mejor si (nos) reconocemos que, en el fondo, se trataba de algo más sencillo. Quizá una aversión, un rechazo a algo que, de suyo, lo admite. La mirada del recién nacido no deja de asombrarse, de cada movimiento, de cada matiz, para después despertar atracción hacia unos y animadversión hacia otros. ¿Pero cómo podría ser de otro modo?
 
Removieron la paja con unas varas y encontraron en ella al artista. «¿Todavía ayunas?», preguntó el vigilante, «¿cuándo piensas dejarlo definitivamente?» «Perdonadme todos», susurró el artista del hambre; solo el vigilante, que tenía la oreja pegada a los barrotes, pudo oírlo. «Claro que sí», dijo el vigilante y se llevó el índice a la sien para sugerir al personal el estado mental del artista, «te perdonamos». «Siempre he querido que admiraseis mi capacidad de ayuno», dijo el artista del hambre. «Y la admiramos», dijo el vigilante en tono condescendiente. «Pero no deberíais admirarla», dijo el artista. «Pues entonces no la admiraremos», dijo el vigilante, «¿por qué no deberíamos admirarla?» «Porque tengo que ayunar, no puedo evitarlo», dijo el artista. «¡Vaya, vaya!», dijo el vigilante, «¿y por qué no puedes evitarlo?» «Porque», dijo el artista del hambre alzando un poco la cabecita, con los labios estirados como para dar un beso y hablando al oído mismo del vigilante, de modo que no se perdiera nada, «porque no he podido encontrar ninguna comida que me gustara. De haberla encontrado, créeme que no habría hecho ningún alarde y me habrá hartado como tú y todo el mundo.»” (Franz Kafka, Un artista del hambre)

sábado, 2 de marzo de 2019

Jornadas olímpicas sobre realidad y apariencia

Podemos estar de nuevo satisfechos con la enorme participación y expectación de nuestro alumnado en esta VI Olimpiada filosófica, que, una vez más, refleja que la filosofía genera pensamiento y reflexión, pero también entusiasmo y pasión encontrados. Pese a la aridez de la temática de esta edición -realidad y apariencia en el mundo actual-, los alumnos mostraron un vivo interés por resolver dilemas y abordar cuestiones que, a buen seguro, habrá despertado en ellos nuevas inquietudes sobre su realidad y la del mundo de hoy.



 
Desde la organización, os deseamos lo mejor a partir de ahora y confiamos volver a encontrarnos el próximo 11 de Abril en la Biblioteca María Moliner para el desarrollo de las defensas orales y la entrega de premios. Recordad que es un requisito defender públicamente lo escrito en las pruebas para poder obtener el premio final y el pase a la fase nacional. En unos quince días, aproximadamente, publicaremos en el blog los nombres de los alumnos clasificados para esa nueva fase que deberán acudir ese día al salón de actos de la Biblioteca María Moliner con la defensa preparada, así como los nombres de los clasificados en las otras modalidades de Fotografía y Vídeo.

Finalmente, también queremos agradecer la enorme labor de cooperación mostrada por parte de todos, alumnos y profesores. Y en especial a los profesores integrantes del grupo coordinador de la Olimpiada, sin quienes esta actividad no hubiera tenido lugar.

Aquí publicamos el enunciado de los ejercicios de Ensayo y Dilema.