viernes, 3 de abril de 2009

Al llegar la paz

Al llegar la paz, atribuí a la tarde el milagro:
la presencia doblada de los juncos que la contenían
y el espacioso silencio de su ritmo vital condenado a morir.

Quise decirla, desparramando las sílabas al viento que caían a plomo en la espuma.

Y nadie me oyó.

Era el milagro.

"Que la tarde sea eterna y que el sol se enzarce en la tela roja de sus rayos",
murmuré.


Miguel Porcel Berdala 21/3/2009