martes, 27 de noviembre de 2018

Quedarse sin hora

La vida -se dice- es resistencia. Piense el lector en la actividad más sencilla que se le ocurra y verá que se hace frente o contra algo. Respirar y alimentarse, contra el tánatos; llegar aprisa, contra la impuntualidad; educar en valores, frente a la indisciplina; hacerse viejo, frente a la soledad. Vivir resistiendo casi se ha convertido en el imperativo categórico de un mundo de imperativos. ¿Dónde queda la existencia volátil, ligera, apoyada si cabe en las sustancias segundas de los conceptos? ¿Habrá terminado el tiempo para practicar lo que los sabios de Atenas aconsejaban como la verdadera felicidad? Hay relojes que dan la hora, y otros que te dejan sin hora. ¡Pero si estos son los mejores! Sin hora no hay nada que atender, o respecto de lo que llegar puntual, o que solucionar, o que mandar. Unos días atrás los maestros zen aconsejaban desprendernos de lo vano, porque sólo entonces podemos contemplar, que en su filosofía consiste en vivir contemplando. En gerundio. Sin objeto.


Piense el lector en la actividad más felicitante que haya vivido y verá que nada le dio las horas.