viernes, 19 de octubre de 2012

Nunca te lo explicaron


Te mueves un poco, todo muy inocente, tu nombre acaba en una agenda, todo de oídas, ha comenzado el proceso.

Una vieja máquina de escribir balbucea tus iniciales, un sello, también negro, aquí no hay color, machaca tu destino.

No hay fotografía, no saben nada de ti, pero estás condenado y es la hora del teatro, un drama, ya lo verás.

Te liquidarán por mucho que ahora lo dudes, sólo es cuestión de tiempo, te harán coger un sucio tren, te harán llegar a la última estación, la antigua, y no te dirán nada nuevo, y seguirás estando preso, y recibirás una citación y creerás un poco en ellos.

Acudirás y bajo un frío ártico encajarás la primera paliza, en eso consistirá el juicio, para eso te llamaron.

Los golpes innecesarios son siempre los más duros, los más crueles, ellos conocen el oficio.

Pedirás perdón sin saber el motivo, nunca entendiste los cargos, conservas tu inocencia, pero la innombrable maquinaria de piedra te seguirá torturando un poco más, no habrá piedad.

Y te dicen que se está haciendo justicia, y lo hacen sin gritar, sin aspavientos, como si todo fuese normal, como si ellos fuesen los buenos, y te hacen dudar, y te lo están quitando todo.

Te han tenido encerrado durante meses, acompañado solamente por el miedo, y ahora que no te quedan fuerzas, ahora que sueñas con un minuto más, aunque sea de mentira, ahora ya no quieren alargar la pantomima y recibes la última carta.

Lo harán a escondidas, posiblemente de noche.

Y en sus lápidas sí habrá flores, y datos y fechas y nombres y apellidos, y hasta un pequeño retrato.

Y nunca te pedirán perdón.


Samuel Porcel Dieste.



"Cuando los pacíficos pierden toda esperanza, los violentos encuentran motivos para disparar", James Harold Wilson.