domingo, 25 de abril de 2010

Ese otro mundo

Todo arte supone una desrealización del mundo de lo cotidiano, de lo que nos es común, familiar. El artista debe derrumbar, aniquilar lo real, y desde ahí, desde las ruinas, levantar un nuevo edificio que nos transporte a un mundo deshumanizado pero al mismo tiempo reconocible. Por el arte nos elevamos (¿o descendemos?) a ese otro ámbito donde las leyes de la razón ya no rigen el comportamiento de las cosas, de las palabras; donde caben los objetos imposibles o las comparaciones más inverosímiles; donde, en definitiva, tiene cabida todo aquello que desborda los límites del entendimiento y del sentido común.

El poeta levantino López Picó dice en uno de sus versos que el ciprés es com l'espectre d'una flama morta, sobre el cual comenta José Ortega y Gasset:

La cosa ciprés y la cosa llama comienzan a fluir y se tornan en tendencia ideal ciprés y tendencia ideal llama. Fuera de la metáfora, en el pensar extrapoético, son cada una de estas cosas término, punto de llegada para nuestra conciencia, son sus objetos. Por esto, el ir hacia una de ellas, excluye el ir hacia otra. Mas al hacer la metáfora la declaración de su identidad radical, con igual fuerza que la de su radical no-identidad, nos induce a que no busquemos aquélla en lo que ambas cosas son como imágenes reales, como términos objetivos; por tanto, a que hagamos de éstas un mero punto de partida, un material, un signo más allá del cual hemos de encontrar la identidad en un nuevo objeto, el ciprés a quien, sin absurdo, podamos tratar como a una llama. (Ortega y Gasset, Ensayo de estética a manera de prólogo)

lunes, 19 de abril de 2010

¿Sabemos lo que es educar?

¿Sabemos lo que es educar? Porque si no lo sabemos difícilmente podremos elaborar métodos fiables que evalúen la educación de nuestros alumnos, elaborar informes de detección o diagnóstico de problemas en nuestro sistema educativo, o afrontar cualquier cuestión que afecte al proceso de la educación. Quizá no haya nada que sea la educación, o algo similar que se corresponda con dicho concepto, pero aun en este caso hemos de consensuar una definición si queremos verdaderamente afrontar los retos que nos sobrevengan.
La pregunta urge más todavía cuando se escuchan discusiones acaloradas en las salas de profesores entre los docentes sobre lo que debe ser la educación - que si la educación debe consistir en la transmisión de conocimientos, que si debe basarse en la instrucción a los alumnos desde los valores democráticos fundamentales, en formarlos y prepararlos para la vida adulta...-, sin antes haber reparado que quizá no se tenga una idea clara sobre lo que es la educación. Cuando acudimos al médico confiamos ciegamente en que éste sepa distinguir la salud de la enfermedad; de hecho, acudimos a este profesional porque entendemos que sus conocimientos se fundamentan en dicha distinción. Si no fuera así y el médico no supiera reconocer la salud en cualquier cuerpo nos quedaríamos en casa esperando desconfiados algún tipo de intervención divina. Lo mismo nos ocurre, siempre que seamos inocentes, ante un tribunal de justicia, del cual esperamos que no se deje llevar por ningún tipo de pasión y dicte sentencia guiándose por su sentido de la sensatez y de la justicia. Igualmente, debería exigirse a los profesionales de la enseñanza la asunción de una concepción objetiva y clara de lo que es la educación. Dicha concepción, más o menos compartida y flexible, sería el presupuesto para iniciar en las aulas un verdadero proceso universalizador de enseñanza y permitiría una comprensión de los factores que favorecen la educación y de aquellos otros que la entorpecen o impiden.
En definitiva, también los docentes, y en general la comunidad educativa, deberíamos dar un paso atrás y preguntarnos por lo que es la educación, si tal cosa existe, antes de plantear metodologías de aprendizaje para conducirla, entrar en otras disquisiciones sobre cómo potenciarla o difundir informes comparativos de evaluación de la enseñanza de las diferentes comunidades autónomas.

domingo, 11 de abril de 2010

Por la supervivencia del torero

Huelga decir que la mayoría de los intentos dialécticos de prohibir el arte taurino basan su justificación en el sufrimiento que recibe en las corridas el animal del toro. Este tipo de justificaciones, a nuestro modo de ver, omiten el daño -irreparable y silencioso- que ocasionaría para el torero la prohibición de su profesión.
Si reparamos en la condición del ser humano podemos descubrir que éste no puede vivir exclusivamente con lo estrictamente necesario para su supervivencia, no puede conformarse en su vida con satisfacer los dictados de su ser biológico, sino que, debido a su extraña naturaleza, lo que verdaderamente necesita es emprender posibilidades vitales que, si bien en muchas ocasiones no le van a proporcionar sustento ni alegrías, sino más bien penurías y pesar, las va intentar llevar a término en cualquier circunstancia. Este extraño fenómeno se explica por el deseo irrefrenable del ser humano - deseo que actúa por encima de sus necesidades biológicas - de realizarse conforme a su vocación y de cumplir así con lo que él cree que debe consistir su vida; y es que, desde lo más íntimo, cada cual se siente ser más uno mismo, diferente de los demás seres, que miembro de una especie. El hombre es ese ser que necesita realizar su vocación, expresar su singularidad, para poder 'estar bien' consigo mismo y sostenerse en su existencia:
El hombre que se convence a fondo y por completo de que no puede lograr lo que él llama bienestar - 'estar bien' -, por lo menos una aproximación a ello, y que tendría que contentarse con el simple y nudo estar, se suicida. El bienestar y no el estar es la necesidad fundamental para el hombre, la necesidad de las necesidades (...) El hombre no tiene empeño alguno por estar en el mundo. En lo que tiene empeño es en estar bien. Sólo esto le parece necesario y todo lo demás es necesidad sólo en la medida en que haga posible el bienestar. (Ortega y Gasset, Meditaciones de la técnica)
Desde este punto de vista puede entenderse el terrible daño que ocasionaría la prohibición del arte taurino para el torero, que vería truncada su posibilidad de realizarse como persona singular y perdería sentido todo su ser. Hemos de ser por ello bien conscientes de que prohibiendo el toreo no sólo acabamos con el toro de lidia, sino también y lo que es peor, condenamos a un suicidio seguro al profesional del toreo:
Muchas veces lo pienso. Esto no hay quien lo entienda. Un día, hablando con Antonio Gala, me explicó su vocación de escritor. No tuvo elección, como si aquello fuera algo natural. Pensé: Lo mío es lo mismo. Nunca imaginé nada que no fuera ser torero. No sé qué habría sido de mí de no serlo (...) Porque es mi vida. Aunque torear no es vivir; es sobrevivir. A veces da pena estar tan obsesionado con tu profesión. Quisiera pensar que algún día podría dejarla y dedicarme a divertirme, a disfrutar del dinero que he ganado. Pero cuanto más grande eres, más envidias ponerte delante de un toro. Me gustaría poder llevarlo con más alegría. No la alcanzo. Es una pelea conmigo mismo. Y así soy feliz. Pero así es muy difícil vivir (Morante de la Puebla, en Morante, el secreto del duende)
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