martes, 29 de diciembre de 2015

Orden y pureza

Un prejuicio muy extendido es la afirmación de que los totalitarismos políticos se basan en la idea de la superioridad de la raza. Según el modo de pensar habitual, los sistemas totalitarios defienden que el orden político se basa en la superioridad ontológica de una raza o de un conjunto de razas sobre otros, y que es precisamente dicha superioridad la que legitima a la raza superior a disponer de privilegios que no disponen las inferiores. Sin embargo, una lectura atenta de La sociedad abierta y sus enemigos nos lleva a pensar, más bien, que estos sistemas políticos se fundamentan en el principio ontológico de que el orden subyace en la pureza racial. En efecto, desde el punto de vista popperiano, los principios del Estado totalitario platónico -representativo del totalitarismo político en general- no inciden tanto en la relación de superioridad e inferioridad entre razas como en la preservación de la pureza racial. Los totalitarismos, más que defender la superioridad ontológica de un linaje, buscarían mecanismos políticos para evitar la mezcla entre razas y así no dar lugar a desórdenes internos. La sociedad de castas basada en la división de clases sería la consecuencia de la necesidad de preservar la pureza racial, no su causa. Al respecto, Platón, refiriéndose a los orígenes de la corruptibilidad política, ya advierte del peligro de proceder a la mezcla racial y clasista: "En consecuencia, serán elegidos gobernantes aquellos totalmente ineptos para su tarea de vigías, es decir, de inspección y custodia de los metales de las razas, oro y plata, bronce y hierro. De este modo, el hierro habrá de mezclarse con la plata y el bronce con el oro y de esta aleación surgirá la Variación y la absurda Irregularidad; y toda vez que surjan éstas a la luz, habrán de engendrar la Lucha y la Hostilidad. De aquí, pues, cómo debe describirse la ascendencia y el nacimiento de la Desunión, allí donde se observa su presencia."

¿Pero cuáles son las raíces de esta idea que supedita el orden político a la preservación de la pureza de la naturaleza? La pregunta no es fácil de responder, porque encontramos ya indicios de ella en las más antiguas concepciones filosóficas que habría que rastrear. Pudiera pensarse también que se trata de una de esas ideas enquistadas en la naturaleza del entendimiento humano, como diría Kant, a priori, de forma que el entendimiento estuviera constituido para asociar la idea de pureza a la de orden. En efecto, ¿no vemos ya la Naturaleza, compuesta de sustancias bien distintas y diferenciadas, como un todo legislado? De hecho, desde los orígenes de la mineralogía, se ha buscado también preservar la pureza de los minerales, devaluando la mezcla entre los mismos. O pudiera tratarse de una idea derivada de alguna otra más fundamental y constitutiva del mundo antiguo, como aquélla que ve en el reposo y la quietud un signo de perfección y en el cambio un síntoma de imperfección: ¿acaso no pretendía Platón con su sociedad de castas constituir un estado perfecto, acabado, como tal, sustraído de la ley de la corruptibilidad inmanente al tiempo histórico? O quizá se trate de una idea a la que se ha llegado por observación, y el hombre la formara tras observar que la Naturaleza, siempre sabia, guarda celosamente un orden jerárquico basado en la separación de géneros y especies, siendo contrario a sus intereses cualquier forma de mezcla entre individuos de diferentes especies. En cualquier caso, se trata de una idea que la historia ha demostrado ser contraria al propio impulso vital humano, más próxima al thanatos que al eros, a la disolución que a la preservación.

jueves, 24 de diciembre de 2015

Relato de un sueño

La Noche siempre es fuente de riqueza. Es ella la que nos sumerge al mundo de los sueños, de lo elemental, de lo más primitivo y por ello verdadero de nosotros. El sueño descubre verdades que a la intuición y a la consciencia pasan inadvertidas, como hacen los mitos que irrumpen allí donde nacen los dioses y las palabras.

A la luz del sueño, la vigilia es una fantasmagoría.

Relato de un sueño del pasado Abril de 2006

Mi madre con entusiasmo me da la noticia de que acabo de recibir una herencia que me permitirá afrontar el futuro con mayor holgura. Siento la mirada recelosa de algunos familiares que se preguntan quién ha sido el responsable de que sea yo el único poseedor de la herencia. Mientras tanto, mis padres me aconsejan que guarde muy bien las llaves que intuyo abrirán las puertas de mi nueva casa.

Es de noche y nos encontramos todos cerca de la urbanización de Zaragoza. Pronto se acerca a nosotros un hombre con muchos libros usados bajo sus brazos. Mi padre, que parece conocer su identidad, me lo presenta como uno de los mayores sabios del país. Habla con él y luego me dice que si decido entregarle las llaves de mi nuevo hogar, recibiré de él una educación para llegar a ser un gran filósofo. Comprendo que la suma de mis bienes es el precio que debo pagar para recibir mi nueva educación. Apenas mi padre termina de decírmelo, entrego las llaves al sabio. Juntos nos alejamos de mis familiares y nos disponemos a tomar un autobús, en concreto, el número 42.

Ocurre entonces que el sabio repentinamente acelera el paso y con las llaves en su mano toma el autobús, quedándome fuera. Corro tras el autobús, que se aleja por las calles de Zaragoza en plena noche. Comprendo que nunca le daré alcance. Vuelvo con mi padre y le pregunto por el motivo de la reacción del gran sabio, que no entiendo por qué puede haberme engañado. Mi padre me confiesa que el sabio ha decidido que sea otra la persona que reciba sus enseñanzas, una persona de mayor talento que yo. Me confiesa que el sabio le insinuó que no era la persona adecuada para recibir la educación que me convertiría en un gran filósofo. Otra persona cercana a mí, de mi misma sangre, había sido la elegida.

Entiendo tristemente que el sabio pueda tener razón y alejándome solo hacia la ciudad veo el autobús que dobla la última curva antes de perderse para siempre en el horizonte. Me siento solo en medio de la gran ciudad. Detengo mi paso, miro a mi alrededor y la luna cómo ilumina la ciudad.

En ese mismo momento me pregunto que quizá no sea necesario recibir la educación de un gran sabio para ser un filósofo. Entiendo que no puedo perder nada desafiando al gran sabio y a los hombres que creen en él. 

Sonrío y vuelvo con los míos con dos libros bajo los brazos.

Sueño de Abril de 2006

martes, 8 de diciembre de 2015

Nuevos dioses y un mismo amor

Últimamente estoy dándole vueltas a una idea que aparece claramente expresada en películas del cineasta Tarkovski como Sacrificio (1986) o, todavía más explícitamente, en Solaris (1972). El cineasta ruso plantea la tesis de que la condición para que exista el amor es la conciencia de la mortalidad, propia o ajena. Es decir, sólo puede amarse aquello que uno sabe puede perder, de ahí que acciones sacrificiales en aras de la salvación de realidades como la humanidad, el planeta, o todo lo que no sea uno mismo, tienen sentido si el redentor se ha situado desde un punto de vista lo suficientemente lejano para contemplar la fragilidad de éstas. Vemos el árbol, pero no vemos el bosque, suele decirse, por lo que hay que alejarse del bosque para verlo, y para verlo como un árbol más, como una realidad sujeta a los mismos infortunios y adversidades. El amor nace entonces como una respuesta a la conciencia de la fragilidad de las cosas. Quizá sea el deseo de preservación, y no el de poderío, lo que está detrás de todo.

Si esto es así, ningún Dios puede amar, no debería amar. ¿Tendría sentido que un ser inmortal amase algo que sabe nunca va a perder? Si el amor es protección y amparo, y éstos se alimentan de la percepción de la fragilidad del objeto amado, el amor sólo puede existir entre seres frágiles conscientes de su fragilidad. En un mundo de seres inmortales el amor sería totalmente prescindible. Ya no habría nada que proteger. Por ello, me cuesta conciliar la idea cristiana del amor como condición del ser –el mundo es porque hay amor- con la idea de la inmortalidad de Dios y de las almas. Más bien, me inclino a pensar que Dios mismo –como concepto y  creencia- es otra respuesta al sentimiento de fragilidad que nos inspira este mundo sujeto al infortunio y a la adversidad. Lo que habría que examinar, en este sentido, es por qué esta creencia –traducida a una serie de hábitos y modos de vida - ha dejado de servirnos como forma de protección, y qué está ocurriendo para que otros dioses nacientes (como la Técnica, ese dios incipiente al que todos adoramos y rendimos sacrificio sin apenas proponérnoslo) estén ocupando su lugar.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Grecia. Entre la tragedia y la rebelión

Para los interesados en conocer la historia reciente de Grecia, jalonada por un triste encadenamiento de crisis económicas, políticas, sociales, que ha llevado al pueblo heleno a múltiples formas de rebeldía y oposición, recomiendo encarecidamente leer la visión "desde dentro" que nos muestran diferentes especialistas griegos en el número de la Revista Ábaco Grecia. Entre la tragedia y la rebelión. Como señala el coordinador de la monografía Daniel Marías, "se ha realizado el esfuerzo de poner a disposición del público hispano nueve artículos originales escritos por intelectuales griegos, especialistas universitarios de diferentes disciplinas: geografía, sociología, antropología, ciencia política, economía que nos ofrecen su particular análisis desde Grecia, el epicentro de la noticia y de los hechos."



Y como hablamos de la historia de Grecia, qué mejor ocasión para teorizar sobre la idea misma de historia y de lo que significa narrar historias. Como ya comenté en una entrada anterior, mi pretensión con el artículo ¿Qué significa contar historias? Esbozo para una crítica de la razón histórica como forma de conocimiento, que aparece en el citado número, no es tanto desmontar toda una filosofía de la historia, que ya se anticipa con Hegel, como poner en jaque los esfuerzos realizados para hacer de la historia una ciencia. Nuestro propósito, en este sentido, ha sido el de mostrar la íntima contradicción en la que se apoyan los intentos filosóficos de hacer de la historia una razón o de la razón una historia.

sábado, 17 de octubre de 2015

El poder de la música

Últimamente estoy dándole vueltas a una idea que he encontrado claramente expresada en Todas las mañanas del mundo (1991), del director francés Alain Corneau, basada en una novela con el mismo título de Pascal Quignard. La novela la construye a partir de un relato anterior titulado La última lección de música de Chang Lien. Quignard reflexiona sobre la música planteando la tesis de que, a diferencia de cualquier otra expresión cultural, la música no es totalmente humana. El maestro Sainte-Colombe llega a decir que "la música sirve para expresar lo que no pueden expresar las palabras", de ahí que no pueda ir dirigida al oído, a los hombres ni a Dios. La música tiene algo de inhumano, o mejor, de ahumano, es decir, actúa desde tierra de nadie y sobre tierra de nadie, como aquella Naturaleza de los cuadros de Turner que irrumpe arrasando con todo, con los débiles y los fuertes, sin que el espectador pueda apelar a una justicia humana o cósmica.

La música llega ahí donde la ética y la política fracasan. No conoce fronteras porque no encuentra freno en la manera de entender y de sentir el mundo. Ahí radica su poder. Su poder es su origen.

Los pitagóricos vieron en la música la materialización de la forma matemática de estructurarse la realidad, pero no vieron que, a diferencia de la geometría o de la aritmética, la música tiene algo de irracional, o mejor, de (a)rracional. La razón agota el discurso matemático. No hay que salir de la razón para entender los fundamentos de la ciencia matemática y recorrer el conjunto de sus teoremas y composiciones. La matemática nace y muere en la razón, de ahí que se haya identificado el pensamiento lógico con el pensamiento racional. Sin embargo, la música, si bien ha tenido que ser provocada por la acción humana, tiene algo de incomprensible, de inasible, de inconsciente. La música, decía Heidegger, es, junto a la técnica, otra manera de desocultar el Ser.

Por ello la música, como el sueño, es capaz de invocar a los demonios y de resucitar a los muertos.

jueves, 17 de septiembre de 2015

¿Qué significa contar historias?

Es sabido que la ciencia es un discurso narrativo, lo mismo que la religión, la literatura o la historia. La cuestión que ha gravitado en torno a este hecho durante gran parte de la filosofía del pasado siglo es si existe una lógica o una razón narrativas, esto esun patrón o principio que dé cuenta y explique el paso de una narración a otra (en el caso de la ciencia, de una teoría a otra). Al respecto, una de las premisas del historicismo en su defensa de aquella lógica narrativa es que la presunta Verdad no consiste en una aproximación objetiva a los hechos (la propia idea de facticidad existe en y por la narración), sino en una metanarración construida por la superposición lógica de otras narraciones más elementales. En esta línea hay que situar el pensamiento del filósofo Ortega y Gasset, que con tanto empeño se afanó en mostrar que la historia narrativa (de la ciencia, de la metafísica, de las emociones, de los valores....) no es caprichosa, sino pautada, obediente, como la corriente que sigue el nivel que imponen las esclusas.

Con nuestro trabajo, publicado en el número 83/84 de la Revista Ábaco bajo el título ¿Qué significa contar historias? (Esbozo para una crítica de la razón histórica como forma de conocimiento), hemos profundizado en la naturaleza de la razón narrativa con vistas a discutir algunos de los postulados que articulan la propuesta orteguiana de la razón histórica como vía de (re)conocimiento. Entiéndase bien: no se ha pretendido desbaratar toda una filosofía de la historia que aún hoy resuena en los círculos más actuales, sino, más bien, ponerla en entredicho, sembrar dudas sobre ella, esto es, obligar a revisarla. Así, a los interesados en los entresijos de aquella filosofía de la historia afanosa de lógica y patrones, les invito a adentrarse en esta otra narración que no hace más que añadir abruptos allí donde se creía transitar sin dificultades.


De nuevo, agradezco el enorme gesto de la prestigiosa Revista de cultura y ciencias sociales por publicar mi trabajo y prestar una sección en sus contenidos a la investigación filosófica.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Servir para... o servir a

Desde hace ya algún tiempo tengo la firme convicción de que el estado de salud de una civilización se mide por el grado de inutilidad de sus conocimientos. Y es que el conocimiento, per se, es inútil. Con esto no quiere decirse que no pueda hacerse ninguna aplicación de él (también de Don Quijote o de películas de Woody Allen se han escrito tratados de psicología orientados a reformar las mentes contemporáneas), sino que el conocimiento, por sí mismo, no sirve para nada; salvo, en todo caso, para apaciguar la inquietud propia del creador. Por ello, una recurrente aplicabilidad de conocimiento es un síntoma claro de falta de inquietud y curiosidad humanas. A mayor curiosidad, menor interés por aplicar el conocimiento, y viceversa.

Entiéndase bien: no se trata de reivindicar la proliferación de conocimientos inútiles, sino que deje de juzgarse la valía del conocimiento por su grado de aplicabilidad. Cualquier entendido en física, matemáticas, química, astronomía, filosofía, sabrá distinguir el conocimiento de su aplicación. En una entrada anterior decíamos que una obra de ciencia es una novela más. Su realidad es una realidad novelada, narrativa (y sobre esto girará un artículo mío que en breve saldrá publicado bajo el título ¿Qué significa contar historias?) Como cualquier otra narración, no sirve para nada. Lo mismo que Don Quijote o las películas de Woody Allen, tampoco la teoría de la relatividad de Einstein o la mecánica de Galilelo sirven. Lo que sirve es la aplicación que de la teoría se hace, lo cual presupone ya un espíritu pragmático y una búsqueda decidida de utilidad (ambos hechos, coyunturales y no necesariamente presentes)

sábado, 18 de julio de 2015

Sueño de una noche de tormenta

Vivíamos un tiempo invertido: no es que los sucesos caminaran hacia atrás y el pasado fuera ahora ese horizonte que tanto perseveramos. Los niños eran los príncipes y tótems, las necesidades (como la de sueño) no obedecían a ritmos regulares y uniformes, y los lugares íntimos presuponían una colectividad. Se vivía en los refugios y, cuando había que refugiarse, la gente salía a la calle. El ritmo de la semana laboral, religiosa, también se había invertido: bastaba trabajar un día a la semana para acumular lo necesario y todos los demás días se renunciaba a lo fútil y prescindible. Nadie anhelaba el lujo, y en cambio sí contemplar el paso del tiempo. Las tormentas constituían un espectáculo natural que hechizaba a todos. No había ya televisores, considerados antiguallas, y las gentes, de toda índole, se reunían en tiendas de campaña y provistos de chubasqueros para experimentar la fuerza de los rayos. Era un tiempo en que la Noche duraba más, y el Sol apenas estaba considerado.

Cuando la Tierra quería, lo mismo que había hecho con la vida, revivía a los muertos que ahora se reencontraban en su antiguo hogar. Todos conocíamos este capricho de la Tierra, de ahí que no nos sorprendiera encontrarnos repentinamente en nuestra cocina o salón a alguno de nuestros lejanos antepasados del que apenas sabíamos su nombre. Era habitual que tuviera que pasar un tiempo hasta que estos se adaptaran a su nuevo presente, pero el hecho de que sus descendientes los aceptaran con naturalidad, como quien espera un nacimiento, les ayudaba a superar el trance. Se celebraban, junto a los nacimientos, los renacimientos, y desde el momento en que alguien renacía cambiaba su fecha de cumpleaños. La muerte podía sentar mejor o peor, dependiendo de la forma como había envejecido o muerto la persona. 

A veces, la Tierra quería que renacieran a un tiempo personas que habían compartido sus vidas. Y así fue como una Noche de tormenta me encontré en la cocina de la casa del pueblo a mis dos abuelos junto al hermano de uno de ellos, y una cuarta persona que no pude identificar. Mi abuela destellaba una alegría infinita de reencontrarse con su familia, y mi abuelo, de tez más amarillenta, todavía daba síntomas de perplejidad.

Sueño de una noche de tormenta, 

18 de julio de 2015

viernes, 19 de junio de 2015

La solución está en la mezcla: entre el autoritarismo y el libertinaje

Imaginemos que a los políticos de turno se les ocurriera, siguiendo la idea de David Welch, idear un sistema educativo armado con estrictos controles de calidad que recayeran no sólo en los programas y recursos educativos, sino también en los profesores. Y, puestos a imaginar, supongamos que existiera la tecnología necesaria para ejercer dicho control sobre la labor educadora de sus agentes. Los profesores no sólo ficharían para entrar en los institutos, sino que irían provistos de poderosos sistemas injertados de máquinas moleculares capaces de controlar lo que dicen o dejan de decir durante sus clases. Un superordenador central captaría simultáneamente y a tiempo real la información procedente de aquellos robots liliputienses e iría evaluando a los docentes en virtud de la "calidad" de sus exposiciones o pensamientos, y de acuerdo con estándares de calidad previamente fijados por la clase política o cierta comunidad educativa cuidadosamente elegida. Sólo aquellos profesores que superaran dichos controles podrían renovar sus contratos periódicamente. Sin embargo, aquellos que no los superaran, por su incompetencia, desidia o desinterés, serían inmediatamente expulsados del sistema educativo. Naturalmente, dicho computador también tendría en cuenta en el proceso evaluador el potencial cognitivo de los alumnos, de manera que la variable del contexto cultural y social de los pupilos no serviría de excusa a una mala labor. La educación, en definitiva, consistiría en un elaborado sistema de gestión y control de recursos.

Como es obvio, los profesores, para mantener su puesto de trabajo, por motivos de mera supervivencia, acabarían por amoldarse a aquellos estándares de calidad y centrarían sus esfuerzos en reproducir los conocimientos que mejor respuesta obtuvieran. El sistema tendería a la uniformización de la enseñanza y al pensamiento único. A nadie se le ocurriría apartarse de aquellos conocimientos que se consideraran operativos o positivos para el sistema, y menos cuestionar los fines para los que se encaminara el sistema en su conjunto. Inevitablemente, el profesor acabaría supeditando su labor a lo que se exigiera de él, renunciando a ensayar nuevas propuestas de metodología o de selección de contenidos. En definitiva, la libertad del profesor se reduciría a su mínima expresión.

Pero ahora supongamos el caso contrario. Imaginemos que se apostara por un sistema educativo basado en la libertad plena del docente, de manera que éste pudiera decidir no sólo los contenidos a impartir, sino también los fines de la educación y la metodología a utilizar. Habría tantas metodologías y diversidad de contenidos como concepciones de la educación: para algunos profesores el fin de la educación estaría encaminado a atener las necesidades sociales del momento, otros defenderían que, por encima de todo, habría que acrecentar la curiosidad en los alumnos, habría también quienes basarían su enseñanza en la construcción de valores....  La tendencia de dicho sistema conduciría inevitablemente a una diversidad cuasi infinita y multiforme de conceptos, métodos y fines.

En un sistema como éste, sin apenas controles que sujetaran la labor docente, proliferarían, como es obvio, todos aquellos vicios humanos enraizados en la naturaleza humana. Los institutos se llenarían de profesores vagos, desinteresados, negligentes...; y con ello los alumnos acabarían siendo víctimas de la propia naturaleza humana. Asimismo, éstos optarían por cursar aquellas asignaturas cuyos profesores fueran más benévolos y rehuirían de aquéllas impartidas por los docentes más exigentes. Al no existir controles que regularan o evaluaran el seguimiento de los itinerarios educativos, los alumnos perderían la visión del conjunto y sus mentes acabarían amasando una amalgama confusa y caótica de conocimientos.

En efecto, parece claro que un exceso de libertinaje puede ser tan pernicioso como un exceso de autoritarismo. Por tanto, si los elementos puros han demostrado ser dañinos, habrá que buscar la solución en la mezcla. Aristóteles ya lo vio en su búsqueda del término medio, que la aplicó no sólo a la educación sino también a la vida (y no debió de irle mal pues acabó siendo el maestro oficial de Alejandro Magno) Pero, ¿qué principio debe regir dicha mezcla?, ¿qué cantidad ponemos de cada elemento y en base a qué medida? Siguiendo un principio elemental de la química, podríamos añadir la cantidad de elemento suficiente para que se active el otro elemento, pero sin que éste desaparezca o predomine sobre aquél: si introducimos un exceso de autoritarismo, la libertad acabará por disolverse, pero si apenas hay autoritarismo, el libertinaje terminará predominando. De ahí que la medida de autoritarismo debe ser la precisa para que, en respuesta o como reacción a ella, aparezca una dosis razonable de libertad, de manera que, a su vez, ésta propicie la reacción necesaria de control y autoridad para contrarrestarla.

Si ya lo decía el viejo Heráclito: la vida es tensión, lucha de opuestos, y sólo porque existe esta tensión puede fluir la vida.

martes, 16 de junio de 2015

Sólo iré a donde no pueda llegar tarde

Nuestro querido colaborador Miguel Porcel nos regala este poema que sitúa al lector ante la encrucijada en que, una vez más, consiste la vida. Por un lado, la vida, la nuestra, nuestros empeños y acciones, sólo adquieren valor y sentido porque la sabemos finita, limitada (¿qué valor podríamos dar a nuestras acciones si nos supiéramos eternos? Ninguno, pues siempre quedaría la posibilidad de posponer nuestros empeños. Lo mismo que a la luz de lo infinito, las cantidades se anulan; a la luz de la eternidad, el valor de lo temporal desaparece) Pero, por otro lado, como alude el poema, porque la vida es temporal, abocada a un término, esa proximidad al fin, ese tiempo de tránsito, justamente nos devuelve la lucidez que a fuerza de empeñarnos habíamos perdido, y por la que recordamos que al final, vaciados ya de esperanzas, sólo seremos, nada más. Huimos de la temporalidad inventándonos eternidades, tratando de ser esto o aquello, pero al final, cuando atisbamos la primera sombra, “hija de la primera luz”, bendecimos la esperanza de no esperar más, el sosiego de no vivir desasosegados ("No esperaré nada a sus pies") 

Por fin dejamos de vivir movidos por el deseo de ser lo que no somos; por fin simplemente somos, afirmación del ser, existencia sintiéndose existir, pura dicha.

En fin, disfruten del poema:


Sólo iré a donde no pueda llegar tarde,

Sólo iré a donde no pueda llegar tarde,
allí donde la higuera  haya estado esperándome desde el  primer día
dando sus frutos, sin embargo, con los ojos cerrados a cualquier boca y voluptuosidad.
Fuere la hora que fuere a mi llegada
me acogerá la primera sombra, hija de la primera luz,
y en ella llevaré el fruto a mi boca seca de la espera
y  me llenaré de todas las noches y humedades que hayan sido
y que han dormido  en su sabrosa dulzura.

No esperaré nada a sus pies,
sólo seré
tal vez representado por el silencio que habrá recogido todas las voces en su vientre
por lo que, llegado el nuevo día, un siguiente big bang desparramará el conocimiento allí contenido
que cada uno armará de nuevo.

Y ella estará allí,
esperándome,
será casi de noche, pero ya de día,
bendeciré, puede decirse, su presencia,
la oleré con el  beso primero repetido,
el incienso  llenará el aire y lo que hay más allá del aire,
las campanas se oirán
y  ya no habrá más que cuerpos alados
yéndose a la campiña o al mar de donde nace la espuma
y el blanco y la luz que envuelve a los ciegos y a los que dicen ver.

Miguel Porcel      

2, 3 de junio de 2015

sábado, 6 de junio de 2015

Mundos novelados

Bien puede leerse la Crítica de la razón pura del maestro Kant como una novela, aburrida, pero novela al fin y al cabo. Y lo mismo ocurre con los grandes libros de ciencia como los Principios matemáticos de la filosofía natural de Newton o Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano de Galileo. Y decimos que pueden leerse como novelas porque todo cuanto hay escrito en ellos no se refiere al dominio de las cosas que son, sino al de las que pueden o deben ser. Es frecuente atribuir a la ciencia o a la epistemología un poder descriptivo, como si fueran los únicos saberes capaces de describir el mundo cual conjuntos de hechos analizables y descriptibles. Sin embargo, más bien, aquellos saberes tienen un carácter prescriptivo, pues no informan de cómo es el mundo sino de cómo tendría que comportarse dadas unas condiciones ideales, inexistentes al fin y al cabo.

La crítica trascendental kantiana no se ocupa de analizar algo que se da de hecho, sino aquello que tiene que darse (lo que llama Kant las formas a priori de la sensibilidad y del entendimiento) para que de hecho haya conocimiento. Pero lo que tiene que darse, por definición, no pertenece al dominio de cosas que existen de hecho, sino a las que existen por derecho. De ahí que Kant no haga psicología, sino teoría novelada. Asemeja en este sentido a la teoría del derecho, que nos habla de realidades inexistentes en el mundo fáctico, o a la física de Galileo, cuyas leyes del movimiento no describen el movimiento real y visible de los cuerpos, sino cómo deben comportarse éstos dadas unas condiciones a priori inexistentes (resistencia 0, uniformidad y rectitud del movimiento, etc) Por ello, el mundo que describe Galileo es puramente ideal, lo mismo que el mundo que describe Kant o el que describe la teoría del derecho. Pero entonces, ¿qué diferencia hay entre el mundo de la ciencia y el mundo ideal de Cervantes o de Borges? Pero sobre todo, ¿qué relación puede establecerse, si es que puede establecerse, entre el mundo de los objetos (ser) y el de los conceptos (deber ser)?

jueves, 16 de abril de 2015

Fase final de la I Olimpiada de Filosofía de La Rioja

Durante la jornada de ayer tuvo lugar la celebración de la fase final de la I Olimpiada de Filosofía de La Rioja. El acto se desarrolló con suma expectación y los alumnos demostraron en todo momento un vivo interés por exponer clara y razonadamente sus diferentes posturas en torno a cuestiones filosóficas planteadas. Sólo nos queda desear suerte a los alumnos ganadores que representarán a La Rioja el próximo 24 de Abril en Madrid durante la fase nacional y agradecer tanto a alumnos como a profesores la buena acogida de esta primera Olimpiada de Filosofía. 



               Conjunto de participantes de la I Olimpiada de Filosofía de La Rioja


        Finalistas y ganadores de la Olimpiada de Filosofía (de izquierda a derecha, Carlos Lapedriza, Sandra Recio, Alba Gurrea, Elvira Gil, Carmen Barriuso, Selma Abdalahe)




Y ahora con los miembros del Tribunal (de izquierda a derecha, David Porcel, Alicia Somalo, Alba Milagro, Raúl Ruiz, Andrés Rubio)





David Porcel Dieste, Coordinador de la Olimpiada

jueves, 26 de marzo de 2015

Resumen de la jornada de ayer de la I Olimpiada de Filosofía de La Rioja

Queridos alumnos, compañeros, padres y madres;

desde el blog de la asociación de profesores y de la Olimpiada de Filosofía de La Rioja quería agradeceros, como coordinador del evento, vuestra implicación e interés por el desarrollo de las pruebas. La jornada de ayer transcurrió con mucha expectación y el ímpetu mostrado en la realización de los diferentes ejercicios hace presumir que será muy difícil llegar a un dictamen claro sobre los ganadores. En cualquier caso, hasta el próximo miércoles 15 de Abril a las 18:00 de la tarde no se harán públicos los resultados e igualmente esperamos vuestra acogida cálida y masiva.













Agradecer, igualmente, a la Universidad de La Rioja su interés y recepción del evento. Aquí tenéis enlazado la noticia de su página web.

David Porcel Dieste

sábado, 28 de febrero de 2015

El poder de "El Turco"

Hace un tiempo tuve un sueño que narraba algo así como:

Me encontraba paseando por la avenida de Madrid en Zaragoza. Era otro tiempo, futuro. Lo notaba en las casas, los escaparates, la luz. La estética se había vuelto prescindible. Nadie parecía reparar en el proceso de descomposición que corroía las paredes y las aceras. En los escaparates solo se veían luces, destellos, que permitían intuir la existencia de nuevas necesidades para mí desconocidas. No había nada que mostrar. La imagen se había independizado del objeto. A los lados veía escaleras metálicas que no llevaban a ninguna parte. Parecían fragmentos de un pasado remoto. El Sol estaba más cerca, pero no hacía demasiado calor. Era como si hubiese perdido fuerza. Por un momento pensé que el hombre había descubierto el secreto de la gravedad, ahora regulada a su voluntad (...)

Recuerdo que tuve la sensación de que el sueño pretendía descubrirme algún secreto, alguna intuición que sólo el tiempo acabaría dando forma y concisión. Y así ha sido como algunas lecturas desde aquel sueño han ayudado a modelar lo que antes carecía de definición. El sueño insinúa la independencia de lo excedente (luces, destellos, que permitían intuir la existencia de nuevas necesidades) respecto de lo superfluo. La imagen, esto es, aquel aspecto impresionable del objeto, se ha independizado de éste y ha pasado a ser el auténtico objeto de culto y adoración. Los paseantes de aquella avenida ahora sólo parecen detenerse ante las luces y destellos, y no por lo que ellos esconden o representan, sino por lo que ellos son en sí mismos. La apariencia, que no aparenta nada, es ya suficiente para despertar la atención.

Este fenómeno de apariencia distópica es ya una realidad presente, sólo que todavía no reconocida. ¿O acaso no estamos convirtiéndonos en auténticas construcciones orgánicas preparadas para atender señales lumínicas, portadoras de secretos inconfesables? La técnica, antes de servir, hechiza, encanta. Los grandes publicistas y diseñadores industriales lo saben y se aprovechan de ello. Jünger los llama magos, pues lo mismo que la magia hace con el niño, la técnica lo hace con el adulto. Su poder, como el de Aladino, se alimenta del deseo más que de la persuasión. En efecto, tanto el inventor como el mago saben que en el fondo nadie quiere descubrir el truco, sino que le continúen hechizando:

Y en ese ambiente muy particular y particularmente estimulante estalló la bomba: apareció el autómata dotado de inteligencia, de inteligencia decididamente superior a la humana. No solamente pensaba, en sentido estricto, sino que se había dirigido hacia una auténtica y verdadera especialización, poniendo el cuidado de escogerla de entre las más arduas. Jugaba solamente, pero espléndidamente, al ajedrez. Y al ajedrez batía regularmente a todo "humano" que osase desafiarlo. Este autómata (digámoslo inmediatamente: este falso autómata) era el "Turco", nombre derivado del traje que llevaba. Hizo que se hablara de él más que todas las otras serias y nobles creaciones que lo habían precedido: logró una fama inmensa, vivió una verdadera epopeya, atravesó el mundo asombrando y engañando a los miembros de al menos tres generaciones; fue el protagonista de un increíble batiborrillo científico-aventurero-filosófico." (en Los falsos adanes, Gian Paolo Ceserani)

lunes, 9 de febrero de 2015

Presentación del número 80/81 de Ábaco

La REVISTA ÁBACO tiene el gusto de invitarle a a la presentación del número 80/81 monográfico titulado "Frentes Marítimos. Memoria del Litoral."

La presentación tendrá lugar en Oviedo, el día jueves 12 de febrero de 2015 a las 19 horas en la Librería Cervantes en la c/ Doctor Casal, 9, 33001, Oviedo. Teléfono 985207761

El acto contará con la intervención de:

Miguel A. Alvárez Areces, director de la revista Ábaco

María Cruz Morales Saro, Catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo

María Soledad Álvarez Martínez, Coordinadora del monográfico, Catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo

El en el acto se presentará también el libro "Espacios portuarios y villas costeras. Modelos de estrategias urbanísticas y patrimoniales de regeneración y transformación del litoral asturiano" resultado del Proyecto de Investigación MICINN-HAR2011-24464

Tras las intervenciones se realizará un coloquio con los asistentes.

domingo, 25 de enero de 2015

Acaba la tarde

Creemos ilusamente que el otro nos mira, como cuando de niños jugábamos mirando de reojo a esa madre o ese padre a quien siempre nos confiábamos.

Creemos ilusamente que nuestras acciones dejarán huella, como sobreponiéndose a la arena movediza y siempre inconclusa.

Creemos en el reconocimiento como si de un otro intemporal se tratara, cuando éste forma parte de la misma amalgama.

Sólo los restos, aquello con lo que además no contábamos, perdurarán para un ojo ciego, que no alcanza a ver....

.... (una reflexión de David Porcel al hilo de Acaba la tarde)



Acaba la tarde

Acaba la tarde.

Qué alegría volver a la cena, al plato viejo, al agua,

a los ojos cerrados.

Soy dueño de todo, salvo  de los desechos que fui dejando en las horas.

Papeles hechos añicos  me reclamarán cuando esté en el mejor de los sueños.

No esperes testigos de nada,

nadie es testigo, excepto de su ceguera.

Desconsuélate: estabas solo,

ni el peor de los crímenes dejó una huella visible,

ni el amor pisó una tierra que pudiera delatarte.

Sólo los restos, en los rincones donde se reúne el polvo,

darán cuenta  de ti y te lo harán recordar

para saber de tu existencia.


Miguel Porcel

3 de diciembre de 2014

sábado, 17 de enero de 2015

En busca de la predicción

Así anticipa Jacques Ellul el futuro tecnológico: “No es un azar que la hidroelectricidad capte las cascadas y las obligue a ir por conductos cerrados: de la misma manera, el medio técnico absorbe el medio natural. Nos encaminamos rápidamente hacia el momento en que ya no dispondremos de medio natural. No olvidemos que la noche desaparecerá cuando hayan tenido éxito las investigaciones dedicadas a fabricar «auroras boreales» artificiales. Entonces será de día sin interrupción en todo el planeta…" (La edad de la técnica) El interés de la predicción no radica tanto en su grado de cumplimiento o de éxito como en el hecho mismo de que se tome en serio. Esto es un síntoma de que el presente contiene algo que permite anticipar aquello que aparecía en la predicción, con independencia de que luego se cumpla o no. Pues bien, en este artículo -que compone el nuevo número de la Revista Fedro dedicado a la mirada y al arte de mirar- nos hemos tomado en serio tal predicción y hemos pensado un camino para recuperar aquello de lo que nos vería privado esta sobrenaturaleza tecnológica. Espero que disfrutéis del número.

David Porcel

martes, 13 de enero de 2015

Jerarquía de necesidades

Lo mismo que se habla de jerarquía de valores, puede hablarse de jerarquía de necesidades. Hay necesidades más y menos superfluas, más o menos necesarias. Algunas historias de la técnica se quedan en el aspecto fenoménico, superfluo, y así sus alusiones y comprobaciones sólo aclaran un aspecto del asunto. Por ejemplo, es frecuente encontrarse en los manuales y tratados de la técnica la idea de que la invención del reloj mecánico -para algunos historiadores, el instrumento clave de la modernidad- responde a la necesidad que sintió el hombre del medievo de ordenar sus rezos. Sin embargo, y atendiendo al aspecto nouménico del asunto, debiéramos dar un paso más y preguntarnos por lo que llevó al hombre a necesitar de un orden para sus rezos y prácticas religiosas. Esta necesidad de orden y repetición explicaría no sólo el deseo de contar con nuevos instrumentos para medir el tiempo, sino para cualquier otro fin imaginable. ¿O acaso la necesidad de orden y control no explica el hecho mismo de la técnica, y no sólo la aparición de tal o cual técnica particular?

Por ejemplo, es sabido que el hombre del neolítico mejoró su agricultura gracias a su fijación por la repetición, manifiesta en los movimientos de los planetas o en la sucesión regular de las estaciones. Tampoco hubiera proliferado la técnica artesanal si el hombre no hubiera sentido una necesidad de orden y uniformidad, visible en la actividad tejedora -en sí misma, repetitiva-, en las labores de fundición del hierro o de cocción del barro -basadas ambas en un principio de manipulación repetitiva-. Los niños suelen ya despertar a temprana edad esta necesidad de orden y repetición, deleitándose con la imitación continuada de aquello que ven o la reproducción exacta de aquello que escuchan. Y nadie duda del enorme valor terapéutico del hábito y de la rutina: ¿o no abrazamos con serena alegría la llegada del orden tras abundantes días de descontrol y desenfreno?

Por ello, quizá debiéramos situar esta necesidad en los primeros puestos de aquella jerarquía, y, siguiendo el mismo principio argumentativo, preguntarnos si no existe también en la naturaleza humana una necesidad de similar fuerza e ímpetu, aunque de dirección opuesta, esto es, tendente hacia el caos y el desorden, lo incierto e imprevisible; lo que los freudianos han llamado thánatos o pulsión de muerte.