martes, 4 de agosto de 2009

Escrito sobre la ceguera

La lectura durante estos días de la novela de Saramago Ensayo sobre la ceguera me ha hecho reparar en una vieja cuestión que ya los clásicos abordaron. Sin desvelar el argumento, que es más bien una parábola, podemos rescatar de la novela una visión pesimista de la humanidad, o, si no pesimista, cercana a la visión que Buñuel nos ofrece en El ángel exterminador, donde el encierro (in)voluntario que padecen los burgueses acaba despertando en ellos sus instintos más perversos y egoístas. En este caso, el encierro que padecen los personajes de Saramago es ocasionado por una extraña e inexplicable 'ceguera' que, como una epidemia, se va extendiendo y apoderando de la especie humana. Presos de unos ojos que no ven, los hombres, mujeres, ancianos y niños de la ciudad, y luego de todo el país, acaban sucumbiendo a sus instintos e impulsos más oscuros, a esa otra realidad que sólo en situaciones extremas se hace visible y aflora a la superficie de la conciencia.
Pero el verdadero tema de la novela es el de la responsabilidad. En ese mar de destrucción y perversión, la mujer que ve, la mujer del médico, toma consciencia de la brutal dependencia del ser humano respecto a sus sentidos, repara en su falta de voluntad y lucidez para organizar una nueva sociedad de ciegos y se queja de que nadie, ni siquera ella que ve, sea capaz de repensar las nuevas posibilidaes vitales que traería consigo dicha sociedad. El hondo pesimismo se deja entrever en sus palabras finales de que, en realidad, siempre hemos estado ciegos, y es que llevamos demasiado tiempo metidos en la caverna y hemos olvidado nuestra situación de prisioneros.
Sin embargo, y aún considerando la sabiduría de quien así nos advierte, con ocasión de la situación que nos presenta Saramago cabe todavía replantear la cuestión de si verdaderamente puede el hombre potenciar su naturaleza y explorar sus posibilidades vitales sin su facultad sensitiva, si no es la visión el fundamento de toda ciencia, religión y moral, si, después de todo, no es la ceguera el límite que nos separa de las bestias.

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