sábado, 17 de octubre de 2015

El poder de la música

Últimamente estoy dándole vueltas a una idea que he encontrado claramente expresada en Todas las mañanas del mundo (1991), del director francés Alain Corneau, basada en una novela con el mismo título de Pascal Quignard. La novela la construye a partir de un relato anterior titulado La última lección de música de Chang Lien. Quignard reflexiona sobre la música planteando la tesis de que, a diferencia de cualquier otra expresión cultural, la música no es totalmente humana. El maestro Sainte-Colombe llega a decir que "la música sirve para expresar lo que no pueden expresar las palabras", de ahí que no pueda ir dirigida al oído, a los hombres ni a Dios. La música tiene algo de inhumano, o mejor, de ahumano, es decir, actúa desde tierra de nadie y sobre tierra de nadie, como aquella Naturaleza de los cuadros de Turner que irrumpe arrasando con todo, con los débiles y los fuertes, sin que el espectador pueda apelar a una justicia humana o cósmica.

La música llega ahí donde la ética y la política fracasan. No conoce fronteras porque no encuentra freno en la manera de entender y de sentir el mundo. Ahí radica su poder. Su poder es su origen.

Los pitagóricos vieron en la música la materialización de la forma matemática de estructurarse la realidad, pero no vieron que, a diferencia de la geometría o de la aritmética, la música tiene algo de irracional, o mejor, de (a)rracional. La razón agota el discurso matemático. No hay que salir de la razón para entender los fundamentos de la ciencia matemática y recorrer el conjunto de sus teoremas y composiciones. La matemática nace y muere en la razón, de ahí que se haya identificado el pensamiento lógico con el pensamiento racional. Sin embargo, la música, si bien ha tenido que ser provocada por la acción humana, tiene algo de incomprensible, de inasible, de inconsciente. La música, decía Heidegger, es, junto a la técnica, otra manera de desocultar el Ser.

Por ello la música, como el sueño, es capaz de invocar a los demonios y de resucitar a los muertos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

El poder de la música, sin embargo, es patente. Resulta apasionante seguir la relación entre Política y Música en el siglo XX. Los regímenes cuya política se sustentaba en un poder totalitario vieron en la música algo temible, que pretendieron dominar. Ahí está, entre otras, la historia del estalinismo con los músicos soviéticos. Sólo es necesario, para entender algo de esto, escuchar las últimas sinfonías de Shostakovich y enfrentarlas a las disquisiciones del régimen sobre ellas. Hasta el tirano teme derrumbarse. O teme no estar al compás de ese arte ¿demoniaco? (Dr. Faustus)en el que querría vivir y transcurrir perpetuamente en la Historia. El siglo xx empezó con un ruido y una furia que sólo los músicos supieron anticipar y construir "de facto".
P.

David Porcel Dieste dijo...

Apasionante tema el que planteas, ¿me darías referencias bibliográficas? Mil gracias

M. A. Velasco León dijo...

Música y política, tienes un vasto campo ante ti. Me viene a la cabeza, las relaciones de Wagner con Luis II de Baviera, que relató Visconti en su monumental “Ludwig”. En el siglo XX, y siguiendo con centroeuropa, conocerás las relaciones entre Adorno y Schomberg, (pero eso es filosofía, ¡por cierto! Jankélévitch tiene ente otros, un interesante libro relacionando música y filosofía:“La música y lo inefable” en Alpha Decay).
Me viene también Kurt Weill y su “opera de tres centavos” (el texto es de Brecht) que se inscribe en el ambiente de cabaret de entreguerras, treméndamente crítico con el poder político y con el ascendente nazismo en Alemania. La rama soviética también da mucho de sí. Ánimo con el tema.

David Porcel Dieste dijo...

Muchísimas gracias por las recomendaciones, Miguel Ángel. Parecen muy interesantes.