domingo, 11 de marzo de 2018

A medio palmo de la salvación

Hay libros que, por sabios, cabe leer entre líneas, y debajo, y tras ellas. Sus palabras, por lo general próximas y amigas, esconden secretos para aquellos que saben mirarlas. Porque también las palabras se miran, a través, detrás, en profundidad. Tan habituados estamos a ver problemas y a buscar soluciones, a resolver y a tener que estar tan informados, que ya no sabemos distinguir las apariencias del fondo, la cáscara del fruto. Apenas sabemos mirar y, como diría el viejo Heráclito, escuchando sin entender, a sordos asemejamos.

¿Pero qué ha pasado para que hayamos perdido nuestra capacidad de ver? ¿Cuándo dejamos de ser anthr-opos? ¿La hemos extraviado? ¿Nos la han robado? ¿Por descuido nuestro? El caso es que desde todos los ángulos se nos insta a cuidarnos, a cuidar de nuestro cuerpo y de nuestro ánimo, a vigilar nuestras pertenencias y derechos, pero apenas se nos dice nada acerca de cómo proteger nuestro bien más preciado, aquel por el que somos capaces de ética y política, de amparo y fraternidad. Saber mirar -nuestro bien más preciado- significa saberse sustraído de aquellas actitudes hostiles que, como los totalitarismos y reduccionismos, amenazan con reducir el mundo a totalidades y plenitudes. Saber mirar significa también vivir en paz consigo mismo, y con los otros, que no es poco.

Una sabiduría de la mirada, o un camino hacia la proximidad de lo que importa, es lo que propone Josep Maria Esquirol en su último libro, La penúltima bondad. Pero es un camino que sabiamente define de "medio palmo", porque los grandes saltos, aquellos que pretenden elevarnos hasta las alturas, no acaban sino estrellando a quien los realiza. La revolución no pasa por enarbolar grandes ideas o pretender paraísos prometidos, sino, todo lo contrario, por caminar en otra dirección, buscando el medio palmo, quizá dejándonos inundar de lo que realmente importa: "Poco es mucho; poco es todo. Según como, casi-nada puede ser casi-todo. Medio palmo, y ahora mismo podríamos habitar unas afueras sin violencia, justas y fraternales. Evitaríamos todo el daño que nos hacemos a nosotros mismos, y afrontaríamos más unidos el mal inevitable vinculado a nuestra condición finita y mortal. En el pasado, si todavía más personas lo hubieran recorrido, se habrían evitado montañas de sufrimiento y de víctimas de la violencia y de la injusticia. Pocos centímetros hubieran bastado para impedir la aparición de los peores genocidas de la historia; pocos centímetros hubieran bastado para prevenir el estallido de muchas guerras; pocos centímetros, y la miseria no habría azotado el mundo tal como lo ha hecho ni mucho menos lo azotaría ahora."

4 comentarios:

Robin de los bosques dijo...


Saber mirar implica la conciencia de que nos falta, como dices, y a la conciencia le falta tiempo y sosiego para florecer. Me temo que andamos escasos de ambas cosas.
No sé si estaremos a un plamo de la salvación, pero siempre creí que la revolución empezaba por una misma, en las pequeñas acciones. A fin de cuentas es la intrahistoria de la que hablaba Unamuno, la que hace los días y la que construye a los pueblos.
Interesantes reflexiones las que propones, David. Título apuntado.

David Porcel Dieste dijo...

Gracias por tu comentario, Robbin, tan sugerente como siempre. Sí, también he creído siempre que la historia se hace desde dentro. Precisamente, de la generosidad hacia uno mismo comienza esa donación de tiempo y paciencia tan necesaria. Una vez más: gracias

M. A. Velasco León dijo...

Nos cuesta ver nuestras adherencias, tan cotidianas que tendemos a pasarlas por alto. Por ello lo más próximo es siempre lo más distante. Pasar por alto se medio palmo generar un mal tan vanal en sus causas como terrible en sus consecuencias.
Lo peor de todo es que todo impulso revolucionario, toda novedad viva y próxima siempre está condenada a osificarse y tornarse fría norma lejana.
Salud

David Porcel Dieste dijo...

Ética y estética en esto son inseparables. Al final, a quien sabe mirar se le exige una responsabilidad. Tiene que tomar partido. No tiene ya escapatoria. Un abrazo