sábado, 13 de abril de 2019

El maestro que quiso enseñar

Un joven maestro había reunido toda clase de conocimientos para iniciar con entusiasmo e ilusión su andadura vocacional. Sabía filosofía, matemáticas, historia, geografía, ciencias naturales, arte..., y su sentir era el de tener que ofrecer esos conocimientos a curiosos aprendices. Sin embargo, a los pocos días, autoridades educativas exigieron de él que dominara el arte de la programación, pues ellas tenían que saber qué estaba impartiendo y cuándo lo estaba haciendo. Decidió, entonces, dejar de cultivar el conocimiento de los mares, países y cordilleras, y ocupar ese tiempo para preparar el arte de la programación. Como además era muy concienzudo y meticuloso, le llevó más tiempo del previsto conocer las técnicas y la jerga que se requería. Con esta ligera carga prosiguió con entusiasmo su labor vocacional. Pero pronto las mismas autoridades educativas le informaron que tenía que dominar el uso de ciertas técnicas de la comunicación para desempeñar su trabajo. De nuevo, tuvo que renunciar a seguir cultivando lo que tanto amaba, apartando en esta ocasión los libros de álgebra y geometría. Siguió explicando a sus alumnos filosofía, arte y ciencia natural, pero algo más cansado porque sabía que luego tendría que programar lo que explicaba y aprender las instrucciones que harían funcionar los dispositivos que utilizaba. A los pocos meses, de nuevo las autoridades educativas le llamaron para informarle esta vez que tenía que dominar una lengua extranjera, ya que debía impartir una asignatura en un idioma que no fuera el suyo. Y ya sólo pudo enseñar filosofía, porque el resto del tiempo lo ocupaba en programar, leer instrucciones y aprender un idioma extranjero.

Ya cansado, cuando había transcurrido sólo un año, y previendo que podría quedarse sin tiempo para cultivar lo que más amaba, la filosofía, se plantó ante las autoridades educativas y les preguntó: si ahora no me permitís aprender y explicar filosofía, ¿qué voy a poder programar? ¿en qué podré utilizar las técnicas que he aprendido? ¿y qué podré traducir al idioma extranjero?

Al escuchar estas palabras, las autoridades respondieron:

En realidad, joven maestro, no estás aquí para enseñar, sino para demostrarnos que eres una persona cumplidora y obediente. De otra forma, ya no estarías con nosotros.

4 comentarios:

Robin de los bosques dijo...

Muy buena y triste entrada. Me da pena decir que es la obediencia lo que quiere de nosotros el sistema educativo y a su vez lo que nosotros y nosotras evaluamos en nuestro alumnado, pero creo que tienes toda la razón. Me estoy dando cuenta de que pese a que esté "programado" atender la diferencia y sus necesidades, en el fondo es todo una gran mentira. Las personas diferentes e implicadas que quieren enseñar, lo hacen pese al sistema, no gracias a él. Los niños y niñas diferentes acaban en el margen no bilingüe y todo, en muchos casos, por no querer o poder practicar más la obediencia.
Un abrazo.

David Porcel Dieste dijo...

Y quizá por esto la sensación extendida de desánimo. Pero en tus palabras también está la vacuna: la enseñanza circula por raíles distintos de los que propone el sistema. Un abrazo, querida maestra

M. A. Velasco León dijo...

De acuerdo con Robin en que nuestras autoridades lo que quieren de nosotros es obediencia y que, a su vez, sea esto lo que nosotros cambiemos por títulos.
En cuanto a lo de ser cumplidores, suele tener como premio el aumento de las cargas, sobre todo las que corresponden a quienes no lo son.
Me gusta el tono de cuento.
Salud

David Porcel Dieste dijo...

Sí, algo zen. Claro, y cuanta mayor sea la carga mayor la necesidad de cumplimiento....hasta que "preferiría no hacerlo".