sábado, 14 de septiembre de 2024

Límites del cuidado

CUIDADO del medio. Cuidado del otro. Cuidado de sí mismo. ¿Pero cuáles son los límites del cuidado? Es una pregunta que me hice releyendo este verano algunos relatos de Kafka, como La metamorfosis, o la historia de lo que le pasó a Gregor Samsa cuando se vio transformado en insecto. La conversión en insecto -impremeditada, real- transforma las relaciones de Gregor con su familia, pero también con su casa, con su habitación, con sus cosas. La conversión en insecto lo obliga a protegerse de manera distinta y a ensayar nuevas posturas y acciones que lo ponen en un nuevo escenario. Nada de lo que sabía como humano le sirve para comportarse como insecto. Se encuentra renaciendo en un mundo desconfiado y hostil, que no puede saber nada de lo ocurrido y que va a acabar renegando de cualquier forma de convivencia entre seres de diferente naturaleza. Somos cuerpo, y el cuerpo nos transforma, nos reúne, nos agrupa, generando vida y convivencia. Pensamos maneras de convivir y cuidarnos juntos, modos de llegar a acuerdos y evitar disputas, porque primero nos sentimos semejantes y nos sabemos con dos ojos, dos piernas y un tronco, y queremos acercarnos más, quizá para tocarnos, quizá para cuidarnos, quizá para decirnos algo al oído. De otro modo, convertidos como Gregor en insectos y conscientes de esta conversión en un mundo humano, nos abocamos a la incomprensión, la persecución y el horror.



4 comentarios:

M. A. Velasco León dijo...

Sin embargo, conocemos desde antiguo venimos presenciando la convivencia entre seres de diferente naturaleza, entre los cuales, a veces, incluso se produce el cuidado mutuo. Los perros y los humanos, los animales que han criado a otro que no era de su especie (recordemos al conocido chico de Aveiron), todos los seres simbióticos, ... incluso los parásitos beneficiosos para quien los porta, y por supuesto para ellos también. La naturaleza ofrece tantos ejemplos de cuidado como de descuido, tantos de convivencia como de lucha. Por eso ¿dónde están los límites del cuidado?
Un abrazo

David Porcel Dieste dijo...

Muy cierto, y en eso precisamente estaba pensando mientras escribía la reflexión. Y he pensado (Luc Ferry escribe mucho sobre ello, por ejemplo, Nuevo orden ecológico) que podemos amar a cuerpos semejantes: cuerpos que viven, que lloran, que se alegran, que miran, y te miran. Un perro, un gato, un pájaro que echa a volar, como desplegando sus alas para que veas su belleza y la creas a su alrededor, son criaturas cercanas a nosotros –frente al insecto, que es extraño, ajeno, extranjero-. Podemos abrazar a un perro, cogerlo entre su lomo, acurrucarlo a nuestro regazo, frente al insecto, que es inaprensible, pero no ya solo por su diminuto tamaño, que nos sobrepasa en pequeñez, sino porque aun cuando fuéramos menguando y nos igualáramos a él, como le ocurre en la ficción a ese Increíble hombre menguante, sentiríamos un abismo entre sus antenas y nuestros ojos, entre sus patas -volátiles, cartilaginosas- y las nuestras, mucho más consistentes y sustanciosas. A un insecto no se le abraza. Un insecto te apresa, te corta, te espanta. ¿Quién querría empequeñecer hasta el punto de tener que enfrentarse a una araña o a una mosca por un trozo de pan o de queso?

M. A. Velasco León dijo...

Claros ecos de "el increible hombre menguante", aderezados con pensamientos derrotistas de Gregorio Samsa, escucho en tus ejemplos. ¡Qué gran película! una de esas joyas de la serie B de los cincuenta. Estoy de acuerdo con que siempre habrá algo/alguien que se levante una barrera tan invisible como insalvable entre ese ser y nosotros. Pero habría que pensar algún ejemplo diferente a los insectos. Me temo que se van a convertir en un gran aliado para proporcionarnos proteinas en un futuro próximo, de hecho ya se emplean. Lo cual cambiará el imaginario que de ellos tenemos.
Tal vez el gran problema presente sea el de inducir a muchos, mediante discursos de rechazo y enfrentamiento -de odio, al fin y al cabo- a mirar a otros seres humanos como si de insectos se tratase, impidiendo así cualquier tipo de cuidado.

David Porcel Dieste dijo...

Es verdad. Basta cambiar las condiciones como percibimos el mundo para cambiar el mundo, para bien o para mal. Gracias por tus aportaciones, siempre tan estimulantes.