Pese a lo valioso que es saber recibir, la
vida moderna nos insta a iniciar movimientos de dirección totalmente distinta.
Olvidamos que la vida, con su presencia y verdad, es recibimiento. Recibimos el
nacimiento, pero también el primer amor, la dicha y la desdicha, la infancia y
la vejez, la muerte del ser querido y la propia. Y es preocupante el modo como
nuestras sociedades nos distraen de este hecho, haciéndonos creer que las cosas
importantes son las que se consiguen y que en nuestro deber está destacarnos de
los demás para ser quienes verdaderamente merecemos ser. «Hoy voy a conseguir
todo lo que me proponga», leía el otro día en una de las paredes del instituto.
Se nos educa en la promesa de alcanzar vidas mejores a base de entrenamiento y
duro ejercicio, cuando lo verdadero solo puede ser recibido. Se nos enseña a
obtener cosas, que si títulos académicos, una buena carrera profesional,
infinidad de likes, una vivienda
digna, una vejez tranquila, cinco o seis semanas de vacaciones al año, y nos
perdemos en la carrera desenfrenada temiendo no ser nada por no conseguir nada.
De pronto las metas conseguidas van pesando a nuestras espaldas y, cuando nos
queremos dar cuenta, descubrimos que en la vida no hemos hecho más que
conseguir cosas. «¿Qué has hecho en la vida?» Se nos pregunta. ¿Y por qué no
«qué te ha dado la vida»?
viernes, 10 de octubre de 2025
Jaque al conseguimiento
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