jueves, 20 de abril de 2017

Momentos gordianos

Estos últimos días me he visto envuelto en una serie de circunstancias que, más dadas que elegidas, me han hecho descubrir nuevas sensaciones, nuevas emociones, hasta el momento sólo intuidas. En la vida hay momentos que, por su extrañeza, se convierten en nudos gordianos capaces de abrir la vida a nuevos horizontes. El momento del enamoramiento, de la pérdida (siempre de ti mismo), del desconcierto, son ejemplos de ello. La existencia de tales momentos constituyen siempre un nuevo punto de partida, pueden llegar a transformar nuestra relación con los demás, pueden incluso llegar a arrebatarte, a aniquilarte hasta que no quede nada de ti.

Mi nudo gordiano, durante estos días, ha sido el descubrimiento de lo incierto. Soy persona de certezas, no porque las tenga, sino porque las busco, aproximarme lo más posible a ellas, siempre con obstinación. Y, normalmente, la vida me provee de herramientas para ello. La filosofía, por ejemplo, siempre me ha provisto de una lógica, de un sentido, aunque sea en forma de crítica o superación. Después de años de dedicación, puedo decir: es cierto que Kant, Shopenhauer, Ortega o Jünger se equivocaban. Y andaría en las mismas si mi formación hubiera sido matemática o económica.

No hay que confundir lo incierto con lo desconocido. Mientras que lo desconocido se presta a ser descubierto, está ahí aguardando una respuesta, lo incierto no admite el descubrimiento, no se desvanece con el conocimiento. Persiste a pesar de él. De ahí que la actitud de quien vive en lo incierto sea la actitud vigilante. De repente, no hay seguridades ni puntos de apoyo, no puedes amarrarte a nada. Casi no puedes confiar en nadie. Cualquiera puede equivocarse. Todo se desvanece a tu alrededor. Incluso la idea misma de seguridad se tambalea. Tampoco hay autoridades. Nadie tiene ya autoridad moral para decirte nada. Te has convertido, sin quererlo, en un vigilante.

Me pregunto, ahora ya en mi sillón, dejándome acariciar por un Sol radiante, siempre generoso, escuchando uno de los conciertos para piano de Mozart, si no es la situación descrita la primigenia, aquella que explica que ahora, después de millones de años de evolución, sólo en determinados momentos, gordianos, podamos caer y no hallar suelo.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta cómo has distinguido lo desconocido de lo incierto. Lo incierto es enigmático, por eso abre la puerta a la inseguridad más absoluta, pues es el no-saber; es vislumbrar el abismo, presentir la aniquilación quizá, y cuando esto ocurre uno se instala en un desasosiego permanente. Los albores de la humanidad bien pueden representar con rotundidad la imagen de lo incierto, aunque tras años de evolución la posibilidad de que el mundo se resquebraje a nuestros pies sigue estando ahí. Y como dices, lo incierto siempre acecha, y no se desvanece tampoco con el conocimiento, pues lo incierto es lo innombrable. Sin embargo, la experiencia de lo incierto no aparece de repente, y menos para quienes la Filosofía nos permite con más facilidad estar alertas, vigilantes.

No hay que confundir lo incierto con lo imprevisto, aunque ambos puedan tambalear nuestras seguridades, que no nuestras certezas. Lo imprevisto es con lo que no cuentas, aquello que no eliges y te viene de golpe, aquello que no puedes atisbar desde tu posición de vigía y por inesperado, te desconcierta. Y entonces te reta, te pone a prueba en la experiencia de nuevas sensaciones porque, de repente (ahora sí de repente), algo ha surgido que escapa a tu control. Si además ello ocurre en un ámbito que dominas, que amas, aunque ni mucho menos lo abarque en su totalidad, es suficiente para que la sensación dominante sea la de desasosiego.

Lo incierto es lo que muy bien describes, pero tú no estás ahí. Y ni siquiera sospechas el abismo porque sigues haciendo pie, no has perdido tus puntos de amarre. Tal vez lo que se halle detrás de tanta inquietud o confundida con ella sea la rabia de la impotencia al ver que el absurdo se impone al sentido, la improvisación a toda lógica, la mala fe a la voluntad buena, y que sea de estas sensaciones desde las que nace la indefensión, la inseguridad y la desconfianza de la que hablas.

Y claro, para los que nos habían dicho que esto iba de enseñar, aquí está el auténtico nudo gordiano.
Tau

David Porcel Dieste dijo...

Estimado/a Tau,

me ha gustado mucho tu descripción de lo incierto: enigmático, acechante, innombrable. Creo, en efecto, que has dado en el clavo. Lo incierto sería aquello con lo que, irremisiblemente, contamos, en tanto que nos afecta, nos inquieta, y ante lo cual caben diferentes actitudes. Es el no-saber, precisamente, porque el saber precisa del (des)conocimiento. Había pensado en Nietzsche cuando escribía la entrada, en su idea de que necesitamos contar con una serie de mentiras, de metáforas, de discursos faltos de fundamentación, para poder funcionar y relacionarnos, y en que todo va bien mientras dichas mentiras no se tambalean... Había pensado en quienes, ilusos de sí mismos, se creen sus mentiras y no salen de ellas para juzgar cuanto les rodea... Pero sí, en este caso me temo que el exceso de vigilia y desconfianza radican en un miedo injustificado a la pérdida... Acostumbro a ver el aspecto filosófico de cuanto me ocurre, pero me quito el sombrero a tu análisis psicológico.

Gracias y un abrazo sincero. David

Anónimo dijo...

Lo peor:el encuentro con lo real puro, con aquello que no solo no puede decirse, sino que por ello
se covierte en La Certeza que anula al sujeto.
Me viene a la cabeza el relato "El sapo amarillo" de Oskar Panizza, cuya lectura te acerca a las lindes de esa experiencia.

Me parece que tú hablas de la agresión que produce el encuentro con la perversión de los códigos, cuando el otro, persona o institución, inocula su particular modo de negar cualquier diferencia, cualquier falla que el lenguaje contiene.
Y esto me lleva a recordar "La metamofosis" de Kafka , al mundo kafkiano en general.
A nuestro mundo, ya sabes.

David Porcel Dieste dijo...

Ahora sí que tengo ganas de leer los relatos de Oskar Panizza. En efecto, porque entonces el discurso significativo, el sentido, resulta insuficiente, hasta inapropiado, y te encuentras como el señor K. Excelente reflexión.

M. A. Velasco León dijo...

Hola David y Anónimo.
Has intuido la situación primigenia de nuestra especie, y me trae a la cabeza la teoría del desfondamiento humano de Luis Cencillo. Somos seres sin un suelo, sin una base bajo nuestros pies: "Pues bien, la comprobación de que nunca le viene al hombre dado por naturaleza, de modo unívoco, espontáneo y fijo, y, por lo tanto, definitivamente cierto, el significado de lo que es, le afecta y le rodea; el hecho de que el ser humano carece de una base naturalmente dada, de una vez para siempre, desde la cual comprender y comprenderse, valorar y optar, es lo que denominamos exactamente desfondamiento."(Cencillo)
Por eso los humanos vivimos perpetuamente en el filo, y cualquier mal paso nos desestabiliza. Lo malo es que no sabemos cuál es paso bueno y cuál malo.
También dice que somos seres sin una raíz dada por la naturaleza, sino que somos radicalmente indeterminados. Las seguridades que tu y todos amamos son siempre constructos y provisionales.
Has enfrentado el choque entre unas raíces aéreas, que flotan en el vacío y la visión de ese vacío que se vislumbra entre su trama. Y más en el caso de la trama de lo legal-burocrático, que ofrece como ninguna otra una seguridad que puede ser, llegado el caso, absolutamente insegura. Porque toda nuestra construcción siempre resulta, como mínimo, bivalente.
Gracias por la recomendación de Panizza y os recomiendo Cencillo, "El hombre noción científica" o el "Tratado de la Intimidad y los saberes" (difíciles de encontrar pero podemos buscar alguna solución)
Saludos

David Porcel Dieste dijo...

Gracias, Miguel Ángel, por tu comentario y la recomendación. Me gusta la imagen de las raíces aéreas, porque se trata precisamente de eso: Fundamento, pero desfondado, desprovisto de sostén... Saludos