OLIMPIADA DE LOCURA. Muy sugerente y atrayente el título de la nueva
Olimpiada de Filosofía que nuestros compañeros manchegos han elegido para
acogernos el próximo curso en la sede nacional. Un título muy atractivo que
invita a pensar en formas quijotescas de conocimiento y adentramiento de lo
real, traspasando quizá los límites de las viejas dicotomías de razón y
sinrazón, realidad y apariencia, cordura y locura, sueño y vigilia. Cuando Euclides dictó sentencia y estableció aquello de que
el punto es la unidad mínima del espacio y el todo es mayor que cada una de las
partes, quienes le siguieron se considerarían unos locos. Y, sin embargo, ahora
está loco quien se aparta de lo que se espera que uno haga en clase de matemáticas. Todos nos hemos vuelto
euclidianos, hasta el punto de que la revolución ha sido las matemáticas no
euclidianas. ¿Tendría razón Cervantes con aquello de que "cuando los locos
se hacen mayoría, la locura se vuelve razón"? Por ello Kant, en su estudio
sobre el fundamento de la validez de las ciencias formales y empíricas, adopta
la locura normalizada, esa locura diluida en el sentido de lo común. Y es que
lo común ahora es lo que antes sólo compartían unos pocos locos.
martes, 27 de mayo de 2025
Olimpiada de Locura
jueves, 22 de mayo de 2025
Estar en lo alto
Quien quiere estar en lo alto no quiere
subir la montaña. Subir la montaña significa emprender viaje, decir adiós a
quienes dejamos atrás y vérnoslas solos en la noche. Es la aventura de quien
marcha solo a caminar, sin ninguna seguridad de que vaya a encontrar respuesta
o no se pierda en el camino. Estar en lo alto nos priva de lo esencial, que es
el camino, la dificultad de subirlo, la necesidad de ir superando las
dificultades, la alegría de ver que una idea ilumina nuestro paso y nos permite
seguir adelante, el placer del descanso cuando la travesía ha sido larga. La
obcecación por estar en lo alto nos aleja del camino, infinitamente, que deja
de verse como algo concreto, cercano, próximo, y, en su lugar, aparece en forma
de «no lugar», de posibilidad, de inmaterialidad. «Estar en lo alto» cancela el
deseo, la voluntad de aventurarse.
En la actualidad el imperialismo de la apetencia nubla el deseo, no lo deja salir, no aparece, y ya no sabemos de él. La apetencia funciona como eclipse del deseo, y entonces la vida se hace imposible: “El escenario de la modernidad convierte el deseo en apetencia. Si el deseo es algo que tiene como objeto un imposible, algo que nunca puede alcanzarse del todo, en el caso de la apetencia ocurre todo lo contrario. El aburrimiento parece surgir cuando el deseo no puede satisfacerse. Ahora bien, un placer cómodo y fácil de obtener también aburre. Por un lado, el actor no soporta ningún estar ahí que no le produzca un placer inmediato y constante, pero al mismo tiempo ese placer deja de tener interés para él. Es demasiado fácil. En ambos casos, su vida ordinaria queda colapsada por la depresión. Antaño, la depresión se caracterizaba básicamente por la incapacidad de sentir placer; en los actuales escenarios de la modernidad sucede lo contrario; hay depresión porque hay incapacidad de no sentir nada que no sea placer.” (Joan-Carles Mèlich, El escenario de la existencia)
sábado, 17 de mayo de 2025
Graduación
El acto de graduación es un ritual de transición, hacia la vida adulta. Y es esencial que quien lo inicia se sienta acompañado. Así nos sentimos, también, quienes acompañamos, en una noche de risas y sorpresas, de sueños incumplidos, de salones que se abrían para conversar con nuestra copa de plástico, de relojes que nos decían que la hora era importante, pero sólo para detenerlos y no marchar más. Noche de alumnos que se daban la mano para decirse que no estarían solos, de adolescentes que bailaban eléctricos mientras imaginaban que alguien los vería. Noche de historias personales que tan pronto salían se recogían. Noche y día mezclados, de baile, confusión, despreocupación, y móviles apagados. Noche de excesos que ahí se volvían defectos. Noche de revelaciones, de media luna, de autobuses vacíos y lágrimas evaporadas. Noche de miradas futuras, atentas, reposadas en palabras que quizá no fueran a sonar más. Un año más. Gracias.
domingo, 11 de mayo de 2025
En construcción
Había que construir el alma
la de los hombres
la de los pueblos
eso que se llamaba mundo estaba muerto
fue un albañil y su cuadrilla
quien tomó la iniciativa
pronto se sumó el herrero a la empresa
y el carpintero
y un guardia civil de paisano y fuera de servicio que se vio interpelado por la obra
y un abogado para pasar lista a los trabajadores
y un sacerdote epiléptico y desnortado en busca de un recuerdo perdido
y un poeta
y un filósofo que se encargaría de limpiar los cristales
los rumanos cobraban menos pero ayudaban con sus paladas llenas
y los negros que sonreían siempre y daban de comer a los pájaros testigos
había que construir el alma
no había planos
un ingeniero buscó en google algunos datos y nada halló
salvo encíclicas pasadas de moda y que estaban fuera del ámbito de la ciencia
alguien leyó un poema menor
de amor
y encontró un camino que pronto desembocó en un solar vacío
todos seguían manos a la obra
el alma estaba arriba
en la frontera del infinito
creían
como el tejado de la torre de babel
pero no hubo confusión de lenguas porque el silencio era la condición
y así el alma se fue haciendo
empezó de la nada y fue haciéndose una nada cada vez distinta
una nada necesaria
era la obra de todos los que trabajaban mirando arriba.
a un final que nunca llegaba y les daba la mano.
Miguel Porcel,
8 de mayo de 2025
lunes, 5 de mayo de 2025
Solarística
El mito de la caverna nos habla de la incomunicación, claro; o de la imposibilidad de comunicar, cuando la naturaleza nos lleva hasta ver transformados y distintos. Quien ha sido llevado a la luz no puede ver las sombras como las ven quienes todavía no saben de aquella. Por ello, al final, aparece el terror a ser arrancado del antiguo compañerismo, de la morada donde todo eran imágenes difusas y confusas aunque acogedoras. La incomunicación, o la imposibilidad de comunicar, lleva muchas veces a la desesperación y a la violencia. ¿Podríamos contactar, caso de encontrarnos, con lo que desde aquí llamamos ‘inteligencia extraterrestre’? ¿Podría ella contactar si diera con nosotros? Es uno de los grandes temas de la novela Solaris, de Stanislaw Lem, que cuestiona de un plumazo toda la ciencia y la literatura basadas en la presunción del contacto entre humanos y alienígenas, como si cualquier existencia, por ser extraterrestre, tuviera como la terrestre que funcionar entendiendo, sintiendo, queriendo, amando. Cuando miramos el mundo lo hacemos, y al hacerlo, lo habitamos. ¿Acaso sabemos vivir de otra manera?
“La solarística, decía Muntius, es un
sucedáneo de religión de la era cósmica, fe disfrazada de ciencia; el Contacto,
el objetivo que pretende, no es menos vago y oscuro que el trato con los santos
o el sacrificio del Mesías. Empleando fórmulas metodológicas, la exploración
equivale a liturgia, el humilde trabajo de los investigadores se traduce en
espera de una epifanía, de una Anunciación, ya que no existen, ni deben existir
puentes entre Solaris y la Tierra. Ese paralelismo obvio, al igual que muchos otros
(falta de experiencias comunes, carencia de ideas transmisibles) es rechazado
por los solaristas, de la misma forma que los creyentes rechazaban los
argumentos que cuestionan su dogma de fe. ¿Qué es lo que espera la gente que
suceda, una vez establecida la «conexión informativa» con los mares
inteligentes? ¿Un registro de vivencias relacionadas con una existencia
interminable, tan remota que no recuerda ni siquiera sus inicios? ¿La
descripción de los deseos, pasiones, esperanzas y sufrimiento liberados durante
los momentáneos partos de las montañas vivas? ¿La transformación de la
matemática en existencia encarnada, y de la soledad y el abandono en absoluta
plenitud? Todo ello constituye una amalgama de conocimientos intransferibles y
si intentamos traducirlos a cualquier lenguaje terrestre, los valores y
significados pretendidos se perderán, quedándose para siempre al otro lado.” (Solaris)