martes, 2 de septiembre de 2008

El veneno de los totalitarismos

En su ilustrativo ensayo Comunismo y nazismo. 25 reflexiones sobre el totalitarismo en el siglo XX (1917-1989), Alain de Benoist, en una de sus reflexiones, defiende la idea de que los totalitarismos son sistemas políticos sustancialmente distintos a las tiranías clásicas y a las dictaduras modernas. Para apoyar su tesis aclara las características que definen el totalitarismo, y que se resumen en lo siguiente: los sistemas totalitarios son 'religiones políticas', en cuanto que prometen un paraíso futuro mediante la instauración de un nuevo orden social, no ya más allá de la vida, sino en ella y por ella; se construyen a partir de una serie de axiomas considerados como verdades incuestionables; se basan en una concepción dualista del mundo, que distingue las fuerzas del bien, que promueven dicho orden social, y las del mal, que lo dificultan y deben por tanto ser aniquiladas; apelan a la voluntad humana para acelerar el proceso histórico necesario, es decir, para cumplir con las verdaderas leyes intemporales que rigen la historia e instaurar así ese nuevo orden; y por último, son sistemas reduccionistas que, como tales, pretenden reducir la diversidad humana a un único modelo o patrón de conducta (expresión de esa ley intemporal) e intentan, por tanto, suprimir la realidad plural, los modo antagónicos de pensar, de actuar, de sentir, en definitiva, todo aquello que no se ajuste a su pensamiento único.
Quizá el aspecto más temible y terrible de los totalitarismos se derive del valor supremo que atribuyen al fin supremo de instaurar el nuevo orden, porque es esta valoración la que justifica cualquier tipo de acto, por muy violento que sea éste - "La violencia estatal puede entonces ser vivida como una necesidad ética porque opera bajo la garantía de la trascendencia a la que responde la sociedad futura" - Puede ser, en este sentido, muy ilustrativo para un historiador analizar los mecanismos psicológicos que operan en el dictador y que explican esa condensación de valor en un único fin (auténtico objeto de veneración)
Esta atribución del valor a un único fin explica, quizá, el hecho de que los sistemas totalitarios, independientemente del grado de poder y de organización de sus instituciones, estén condenados por naturaleza a perecer. Considerando que dichos sistemas se legitiman y definen a sí mismos por su tarea, por su misión de perseguir y realizar esa meta última, se entiende que desde el momento en el que vieran cumplidas sus aspiraciones perderían la razón de su ser y la fuerza legitimadora que exigen sus proyectos. Por ello a estos sistemas no les basta con hacer desaparecer toda opisición. Necesitan, por el contrario, acabar con ella para de nuevo crear una nueva oposición, aunque sea inventada, y así su existencia siga teniendo un sentido, un valor, y su tarea una legitimación. Pero este proceso, por naturaleza, es inacabable, de ahí que se reproduzca hasta el infinito la reinvención de enemigos ficticios, incluso dentro del núcleo de los más fieles a la ideología, y el sistema necesariamente acabe autoaniquilándose.

4 comentarios:

Eva dijo...

Hola David (o también Dr. David :P),

He leido tu entrada del totalitarismo (creo que lo he escrito bien) y me ha gustado mucho :). Aplicando esto que comentas aquí a mi mundillo, creo que lo puedo extrapolar identificando a esos dictadores con las personas que creen ser el centro de atención, y que cuando se les acaban los argumentos para alzar la voz y hacersen notar, se las inventan... ¿qué crees tú? Un besico!

David Porcel Dieste dijo...

Hola Eva,

qué grata sorpresa tu visita, en efecto, pienso que uno de los presupuestos de toda forma totalitaria de poder (en cualquiera de sus manifestaciones y ámbitos donde aparezca) consiste en ese dogmatismo del que hablas, entendido como la incapacidad para cuestionar la ideología que el totalitarismo impone. Es esa ideología, ese sistema de verdades impuestas e incuestionables, la que legitima su sed de dominio, control y poder, y las imposiciones y aberraciones consecuentes. Claro que hay formas de domino e imposición más sutiles, como las que vivimos hoy día en algunos ámbitos de la sociedad. La cuestión es: ¿qué hacer ante ese discurso impositivo?, ¿cómo afrontarlo?, es decir, dado que está ahí, demandando de nosotros determinadas conductas, una respuesta, ¿qué actitud debemos de asumir para convivir lo mejor posible con él?...

Prometo dedicar el siguiente post al análisis de esas otras formas de domino más sutiles que hoy día podemos experimentar....

Un saludo y un besote muy grande,

David

Anónimo dijo...

Una visión muy acertada. Es parecida a la concepción de Hanna Arendt. Si no has leído la obra de Arendt "Los orígenes del totalitarismo", te la recomiendo encarecidamente (especialmente el tercer volumen, aunque ninguno tiene desperdicio).
Le echaré un ojo a esta que comentas.

David Porcel Dieste dijo...

Dasein:

agradezco la referencia, había oído hablar de esa obra, pero hasta el momento no he tenido oportunidad de leerla,

Gracias por la referencia y el comentario,