sábado, 23 de noviembre de 2019

Épocas del estar

Y me pregunto..... ¿para qué estar informados? ¿De qué nos sirve estar conectados? ¿Por qué en su lugar no elegimos estar sentados? ¿O de pie? ¿O de rodillas? Y el mundo se hubiera llenado de sillas y rodilleras. ¿Qué tiene de más la información que la haga apetecible? ¿Llevará algún aditamento dosificable? Habría que preguntar a los químicos de la información por su composición. Seguro que ellos saben cómo administrarla, y cómo regular y gestionar su adicción, como las grandes tabacaleras, empresas de esteticismo y agencias de viajes. Sí, la información es el producto estrella de nuestra época. Claro que hay quien hace de las redes sociales una fuente de conocimiento, pero es una excepción, uno entre mil. Una anomalía en el sistema. Una rareza existencial, como los ángeles sin materia de santo Tomás o los estilitas que hacían del último capitel su alojamiento para ser. Y lo llamativo es que no nos cansamos.

                                            El último estilita en la cima del pilar Katskhi

La perversión comienza en el momento en que se busca la información por el hecho de estar informados. ¡Como si la información fuera algún tipo de oxígeno, o de luz! Lo que importa es el hecho de tenerla, que esté en nosotros. Y es que vivimos en la época del estar. Atrás quedaron la teoría del ser, de la sustancia y de la permanencia, y los corazones que aguardaban a que un testimonio anónimo revelara: soy gracias a ti. Atrás quedaron el deleite y la capacidad de contemplación, y el aburrimiento de quien sabe esperar. Atrás la mirada reposada y la intermitencia del alumbrado y de la noche. Épocas del estar, que precisan de pacientes y de estados, sólo para ser rellenados.

Si el ayuno y la abstinencia liberan idealmente al alma del cuerpo, no aíslan al ser humano en completa soledad. De ahí la necesidad de una separación espacial. Esta tomó dos direcciones: la elección de un refugio para vivir apartado, o el rechazo absoluto de todo alojamiento. El desierto se pobló de vagabundos y eremitas. Los primeros llevaron una vida ambulante, a veces rechazando toda clase de ropa, tanto por su preocupación por despojarse de lo vano como por su aspiración a un estado adánico. Así, María Egipciaca vagó durante décadas por el desierto cubierta tan solo por su espesa cabellera y alimentándose de un total de cuatro hogazas de pan. Otros, llamados subdivales[1], eligieron un lugar muy delimitado, donde vivieron de pie sin jamás moverse, en una condición voluntaria de «sin hogar». (Tacet. Un ensayo sobre el silencio, Giovanni Pozzi)



[1] Literalmente (los que viven) bajo la luz del día.

4 comentarios:

Robin de los bosques dijo...

Qué bonita reflexión.
La información se ha convertido en tesoro porque no deja de ser una fuente de dinero,pero además buscamos la información hasta la nausea para no estar, para llenar el silencio que tanto miedo da.
Hacer y estar en un refugio implican el vacío, una oquedad. Incompatible en este mundo saturado...
Muy interesante la historia del último estilista.

David Porcel Dieste dijo...

Sí, también veo que del tiempo se hace otro recipiente, desoyendo el silencio del paso de las cosas. Gracias por pasearte. Un abrazo.

M. A. Velasco León dijo...

QUien sabe esperar no está aburrido, en absoluto. El aburrimiento nace de esa necesidad del estar que pide un cambio permanente y permanentemente vacío, un cambio del envoltorio que en realidad no cambia nada. Del mismo modo, la información por la información no forma, sino que resbala en la superficie porque no pasa a formar parte de mi intimidad, no se hace yo, y en eso consiste conocer. Incluso su exceso diluye la frágil superficie del yo haciendolo perderse en el flujo permanente de una información desbocada, además de manipulada y manipuladora, pero esta ya es otra cuestión.

David Porcel Dieste dijo...

Así lo veo también. Gracias por el matiz