El instituto comienza mucho antes de que toque el timbre, y termina mucho después de que vuelva a sonar. Cuidamos que esa bolsa de plástico dejada en el centro del pasillo no manche la estampa visual. Cuidamos de enjugar las lágrimas de cualquiera de nuestros alumnos que se acercan llorosos a preguntarnos si tenemos un ratito. Cuidamos que dos chicos cabreados no se peguen y se puedan hacer daño. Cuidamos de acordarnos de preguntar al compañero por su madre recién operada, o por su hija que ha sufrido de apendicitis. Cuidamos de llegar puntuales al lugar de trabajo, y no pisar mal la escalera que me subirá al departamento. Cuidamos de sacudir los paraguas los días de lluvia, y de devolver al conserje el que nos prestó los días de sol. Cuidamos de atender la duda templada del alumno, y al alumno tembloroso que la plantea por primera vez. Cuidamos de acompañar al chico despistado a su nueva clase, y al extraviado de llamar a los servicios sociales para ver a qué hora lo tienen que recoger. Cuidamos de llevar los exámenes el día que hay que entregarlos, y de que repasen la suma no vaya a ser que nos hayamos confundido. Cuidamos de tener los informes preparados para enviarlos con fecha y hora. Cuidamos esperar a los padres que sabemos llegarán tarde, y de preparar antes el mensaje que vayamos a decirles. Cuidamos de no herir con unas palabras malhechas, y de ser amables también con el desamable. Cuidamos de medicarnos lo antes posible para no perder la voz, y de que esta resuene hasta el último de la fila. Cuidamos de no gritar, no vayamos a herir a alguien. Y cuidamos de que no nos griten y malogren nuestra dignidad. Cuidamos de pisar a tiempo y apoyarnos si un mareo tambalea la clase. Cuidamos de no sentarnos para no perder la dirección. Cuidamos de estar hasta el final, por si alguien olvidó decirte algo u olvidaste aquella nota en la mesa del departamento. Cuidamos de seguir con paso firme, a pesar del encorvamiento de los años y de los olvidos de las vidas cansadas.