jueves, 26 de noviembre de 2009

Tiempo demoníaco

En su Libro del reloj de arena Jünger advierte del retroceso espiritual al que conlleva la expansión de la forma mecánica de cuantificar el tiempo.
Los primeros relojes mecánicos, aquellos que consiguieron dar las horas y los segundos durante la totalidad del día y de la noche, con independencia de las intemperancias de las estaciones y del clima, introdujeron, sin quererlo, una infinidad de posibilidades vitales todas ellas regidas por las manecillas de estos siniestros aparatos. Hoy día el tiempo es algo que se puede comprar o vender, ganar o gastar, sincronizar, acelerar, dinamizar..., en fin, se ha convertido en algo imprescindible para organizar y marcar las pautas de nuestros quehaceres cotidianos. El tiempo mecánico constituye, en este sentido, un valor del que no podemos prescindir en nuestras actividades diarias. Forma ya parte insustituible de nuestra circunstancia y debemos contar con él si queremos participar en la vida contemporánea.


Pero el tiempo que nos brindan los relojes mecánicos, el mismo que nos abre la posibilidad de organizar y sincronizar el conjunto de nuestras actividades, paradógicamente, también coarta y limita peligrosamente nuestra libertad más primitiva y espiritual. Ese tiempo demoníaco, nos advierte Jünger, consigue subordinar el tiempo de la naturaleza a su tempo mecánico, uniforme y sincrónico. Muestra de ello es el deporte, en el que el ritmo natural del corazón debe adaptarse a las exigencias del tiempo mecanizado y numérico, haciéndose cada vez más preciso y uniforme. El verdadero problema radica, quizá, en que ese proceso de imparable subordinación alcance incluso aquellos espacios reservados para la vida espiritual y creadora. Estos ambientes, como el que se muestra en la obra de Alberto Durero San Jerónimo en su gabinete (1514), demandan nuevas formas de vivir el tiempo, más pausadas y sosegadas, imposibles de encontrar en la vorágine de las pequeñas y grandes ciudades donde impera ese ritmo demoníaco del que habla Jünger.

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