La metafísica, por naturaleza, es una disciplina dependiente, indigente, incapaz de sostenerse o de crecer por sí misma. De hecho, el mayor riesgo de toda metafísica es que quiera echar a andar por sí sola y acabe perdiendo pie en cada intento. Ello ocurre cada vez que el metafísico se despreocupa de buscar un criterio de verdad firme y postula su objeto de investigación - el ser - arbitraria e injustificadamente. En lugar de echar mano de alguna teoría del conocimiento y fundar el ser en el conocer, la mala metafísica parte de un ser misterioso, incógnito, para explicar el ser conocido y el hecho del conocimiento. Es lo que acontece, por ejemplo, con el empirismo radical de Mach y Ziehen:
En el concepto de elementos que constituyen el ser para Mach hay, contra la voluntad de éste, una posición metafísica. Metafísica en el mal sentido de la palabra. Antes interpretábamos el empirismo radical diciendo que hallaba la realidad constituida por los elementos luz, sonido, etcétera..., fundándose en que la función cognoscitiva donde son sabidos, la sensación, era por completo pasiva. No hay duda que este pensamiento se encuentra incluso en la teoría de Mach. Pero por otro lado pretende este autor que veamos en los elementos algo previo a la distinción entre sujeto y objeto. Los elementos no son propiamente sensaciones, sino en cuanto después que ellos existen los consideramos en una relación de dependencia con una particular complexión de elementos, la cosa cuerpo. De modo que, primero, no eran sensaciones nuestras, contenidos del sujeto psicofísico, sino realidades ajenas y previas a todo acto de conocer. Con esto queda patente que la teoría del conocimiento del empirismo radical comienza por afirmar una realidad y procede luego a derivar de ella el conocer. Ahora bien, esto imposibilita la condición sin qua non de la teoría del conocimiento: proceder sin supuestos. El conocer no puede derivarse del ser, por la sencilla razón de que la posición del ser es un acto cognoscitivo, una función teorética que recibe su certidumbre de la que posea el conocimiento en general. (Ortega y Gasset, Sensación, construcción e intuición, 1913)
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