sábado, 14 de julio de 2012

Adoración al aspecto

El culto al bienestar y a la apariencia gobierna el alma del hombre contemporáneo. Acupuntores, osteópatas, homeópatas, naturópatas, aromaterapeutas.... llenan páginas de anuncios en una sociedad en la que la medicina alternativa compite con la científica en la búsqueda del ideal salvífico de "vida saludable". La salud ahora consiste en la ausencia de dolor y en cierto aspecto de eterno rejuvenecimiento. ¿Será que el hombre medio actual no sabe qué hacer con su tiempo y necesita consumir bienestar y belleza?, ¿será que se le emplaza a vivir instalado en cierto canon de vida impuesto por la industria farmacéutica y estética? El hecho es que el dolor se ha independizado de la enfermedad de que es origen y ya no se ve en él un medio para comprender ésta, sino un fin en sí mismo. El dolor se ha quedado sin raíz, puesto ahí, cosificado, dispuesto a ser tratado por sí mismo. Muestra de ello es que el paciente que acude a la consulta, aguardando una anestesia que alivie su dolor, se interesa en describir no tanto la sintomatología de su presunta enfermedad como la intensidad o localización de su malestar. La imagen, el aspecto, también se ha independizado del cuerpo, corruptible por esencia, y ahora prolifera un mercado encargado en vender y comerciar productos que reducen los síntomas del proceso irreversible temporal. El nuevo reto no es, como nos prometen, retardar el proceso de envejecimiento -por el momento, imposible-, sino camuflar de la mejor manera posible las huellas naturales que nos deja el paso del tiempo.

El aspecto preocupante, desesperanzador, no es el afán de bienestar y juventud, sino el carácter exclusivo de éste, que ahora invade el espacio vacío dejado por el advenimiento del nihilismo. Mucho debemos, sin embargo, a la conciencia del dolor y del paso del tiempo, gracias a la cual nos convertimos en seres indivisos, singulares, distintos de lo otro y de los otros. No es por el pensamiento como llegamos a diferenciarnos del mundo y del otro, sino por la opresión -siempre dolorosa- que éstos provocan en nosotros. Quizá, por ello, debiéramos preguntarnos por qué no adoramos al Dolor y a la Muerte en lugar de tratar vanamente de eliminarlos.

7 comentarios:

M. A. Velasco León dijo...

La llegada del nihilismo, como señalas, ha dado paso a un miedo atroz a la muerte y a un no saber qué hacer con la vida. Jaleados por la publicidad, giramos en el deseo del eterno retorno de una juventud, entendida como adolescencia provista de alta capacidad de adquisición económica, sin metas ni horizontes.

David Porcel Dieste dijo...

En efecto, creo que das en el clavo.

Manuel Marcos dijo...

Por los atajos del bienestar se llega al páramo de la desidia, donde no se echa nada de menos, ni siquiera una estrella, quizá esta crisis, paradójicamente, nos obligue a tomar conciencia del mundo y de hacer algo nuevo con él. Mi agradecimiento David por incluirme en tu lista de lecturas, me siento muy honrado de conoceros, y me alivia en esta tarde de un dolorazo de muela que me tiene un tanto amolado.
Salud
Manuel

David Porcel Dieste dijo...

Leí lo que me pasaste de Barthes. Muy bueno. Gracias a ti. Saludos

mareva mayo dijo...

"debemos a la conciencia del dolor"
"...sino por la opresión -siempre dolorosa-"

qué bello leerlo, se vuelve poesía.
Nos enseña más lo sucio, lo descartado y viejo. Abre los ojos y no promete quimera.

saludos y placer caer por aquí

David Porcel Dieste dijo...

El placer es mío.

Anónimo dijo...

Quieren hacer del dolor un desecho, pero no saben de qué dolor hablan.
No saben, y así identifican vida con anestesia, muerte con mierda, límite con la vorágine de las aguas negras cuando arrastran lo sucio y desaparece de nuestra mirada.

M.P