sábado, 12 de enero de 2013

Enero de 1.943

Enero de 1.943. Cuando cambian las tornas el diablo pierde el juego y la paciencia.

Observas desde la última fila como va cediendo el dominó, la espada se acerca, la pared se mantiene, bienvenido a la vanguardia.

El decrépito General sigue escupiendo órdenes y finge controlar la situación pero cuando decide arrojar sus últimas fichas sobre el tablero el pulso le delata y ya no te mira a la cara.

Tu batallón es un amasijo de chatarra y carne mutilada, títeres timoratos y tres o cuatro suicidas en busca de una medalla. Y nada más.

Te ajustas el casco de campaña, buscas un espejo, no te reconoces, el ritual resulta extraño y todo parece una pesadilla pero la artillería enemiga zarandea las bombillas de la última guarida y es la hora de salir.

En la antesala del matadero, cuando el enemigo pasa la cuenta y tú eres la última moneda, el comandante ya no parece tan buena compañía y borrosas van quedando las noches de tocata y fuga en el puesto de mando.

Y no será Dios quien te juzgue, no habrá cumpleaños para difuminar tus pecados, ni falso arrepentimiento en el último suspiro, el enemigo maneja los tiempos.

Para ti la guerra empieza y acaba el mismo día, qué cosa más rara.
                                                 
El Alto Mando aguantará un poco más, han puesto precio a su cabeza pero volarán primero la tuya.



Samuel Porcel

3 comentarios:

David Porcel Dieste dijo...

Buenísimo, Sam. Me quedo con "Y no será Dios quien te juzgue, no habrá cumpleaños para difuminar tus pecados, ni falso arrepentimiento en el último suspiro, el enemigo maneja los tiempos." Besos

Anónimo dijo...

Cada día más fuerte, tu relato. Apunta alto, hace daño, te obliga a mirar de frente y no deja sacudirte tus propios manchurrones.
Bravo.

Anónimo dijo...

Me ha llegado al alma: ¡vaya relato! Enhorabuena