En el estudio que realiza Ortega sobre el pensamiento de Leibniz -Del optimismo en Leibniz (1948)- se presenta a éste como la culminación del racionalismo y del optimismo metafísico, al tiempo que se constata que allí donde estas tendencias culminan comienza el camino contrario hacia el irracionalismo y el pesimismo metafísico. Y es que Leibniz parece que sostiene su sistema en postulados injustificables racionalmente y profundamente pesimistas.
Como bien es conocido, el optimismo metafísico del filósofo alemán se expresa en la tesis de que "este mundo es el mejor entre los posibles". En su estudio Ortega repara sin embargo en la posibilidad de interpretar este principio como el comienzo de un profundo pesimismo que marcará la tendencia futura filosófica. En efecto, arguye Ortega, el mundo para Leibniz no es el mejor porque sea como es, sino que es como es porque es el mejor. La optimidad del mundo es la condición, o mejor, el fundamento de la existencia. Ahora bien, si el mundo efectivo es el mejor, es porque los otros posibles contienen una mayor cantidad de mal, son peores. Si son peores, el mejor de los mundos posibles ha de contener también algo de mal. Por tanto, concluye Ortega, el mundo absolutamente perfecto, bueno, no existe ni puede existir. El pesimismo aún se acentúa más si nos preguntamos por qué Dios pudo preferir el ser al no ser, dado el mal inscrito en lo más profundo de la naturaleza del mundo: si éste es esencialmente malo, ¿por qué iba a quererlo un ser infinitamente bueno?, ¿o es que Dios no es como se nos presenta en la teodicea?
En cuanto al segundo postulado, el racionalismo de Leibniz viene a decir que "todo cuanto existe es lógico (conforme a los principios de contradicción e identidad) y sólo lo lógico puede ser real." Leibniz aplica su principio de razón suficiente -"todo cuanto existe ha de tener su razón de ser"- a las dos modalidades de ser: primero, a la modalidad de lo posible y lo necesario y luego a la de lo actual y lo contingente. Lo posible y lo necesario, en efecto, necesitan de cierta razón para existir, es decir, tienen que existir porque no admiten la posibilidad de su contrario, siendo por tanto la lógica (principio de contradicción) el fundamento de dicho modo de ser.
No ocurre lo mismo con el ser efectivo o contingente, que es irracional en tanto que es sin una razón previa, pues cualquier hecho del mundo admite su contrario -es imposible que llueva y no llueva al mismo tiempo, pero son posibles tanto que llueva como que no lo haga- Por ello, piensa Leibniz aplicando de nuevo el principio de razón suficiente, lo actual y lo contingente, si carecen de una razón constitutiva, necesitan de una razón externa y distinta de ellos -de una causa- para existir. Ahora bien, esta causa -Dios- no ha podido crear el mundo de cualquier forma, pues ha tenido que atenerse a los principios de la lógica, de forma que, en virtud de su bondad, ha dispuesto elegir el mundo mejor, pero siempre entre los posibles, es decir, entre aquellos mundos cuyos hechos son compatibles o no contradictorios entre sí.
Por tanto, si Dios ha dispuesto que exista el mundo actual es porque es posible y es posible porque no admite contradicción. Se observa que toda su ontología descansa en el postulado de que "lo real es porque es posible y que lo posible es porque no admite contradicción." Este postulado, sin embargo, no admite posibilidad de prueba racional, de ahí que más arriba nos hayamos referido a la ontología de Leibniz como una teoría profundamente irracional. En efecto, no puede justificarse por la razón que el mundo se rige según principios racionales porque cualquier justificación de este tipo exigiría a la razón salirse de sus propios confines, lo cual es imposible.
Entonces, si la razón no se basta a sí misma y resulta insuficiente para demostrar el carácter racional del mundo, ¿por qué hemos de suponer que tiene que haber algún motivo por el que sólo sea posible lo que es conforme a los principios lógicos?, ¿por qué sólo ha de poder existir lo que tenga una razón de ser?, ¿y por qué la razón de ser la ha de determinar la lógica, el pensamiento?, ¿no puede el mundo, de suyo, ser irracional?, ¿no puede hallarse desprovisto de toda razón y lógica?, ¿no puede el ser flotar en una nada?
El loco,- ¿No oísteis hablar de aquel loco que en pleno día corría por la plaza pública con una linterna encendida, gritando sin cesar: ¡Busco a Dios¡ ¡Busco a Dios¡ Como estaban presentes muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron risa, ¿Qué te ha extraviado? -decía uno. ¿Se ha perdido como un niño? -preguntaba otro-. ¿Se ha escondido?, ¿tiene miedo de nosotros?, ¿se ha embarcado?, ¿ha emigrado? Y a estas preguntas acompañaban risas en el coro. El loco se encaró con ellos, y clavándoles la mirada, exclamó: "¿Dónde está Dios? Os lo voy a decir. Le hemos matado; vosotros y yo, todos nosotros somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dió la esponja para vaciar el horizonte? ¿Qué hemos hecho después de desprender a la Tierra de la cadena de su sol? ¿Dónde la conducen ahora sus movimientos? ¿A dónde la llevan los nuestros? ¿Es que caemos sin cesar? ¿Vamos hacia adelante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita? ¿Nos persigue el vacío con su aliento? ¿No sentimos frío? ¿No veis de continuo acercarse la noche, cada vez más cerrada? ¿Necesitamos encender las linternas antes del medio día? ¿No oís el rumor de los sepultureros que encierran a Dios? ¿No percibimos aún nada de la descomposición divina?...Los dioses también se descomponen. ¡Dios ha muerto¡ (Nietzsche, La Gaya ciencia)
Este post va dedicado a mi amiga y joven investigadora Alba, que tanto me ha contagiado su entusiasmo por la filosofía orteguiana.