miércoles, 26 de mayo de 2021

Vidas despropiadas

Una de las preguntas que debería hacerse quien todavía es capaz de pararse en el camino es si, durante al menos un día, ha hecho más libre a alguien. Si por un momento esta persona no ha mirado por los resultados, ha dejado de proyectarse en las cosas, incluso si ha doblado el telón para dejar a los espectadores vacíos, quizá pueda seguir haciendo camino, y hasta servir de ejemplo para otros encadenados. Aunque camuflada bajo alguna etiqueta bien considerada, esta persona siempre podrá decir que, al menos durante un día, vivió las horas sin que el tiempo pasara por ellas, creó palabra cuando había solo ruido, soñó como sueñan las nubes cuando todos duermen.


Jesús Quintero: "Señor Gala, ¿qué es lo más inteligente que se puede hacer en esta vida?"

Antonio Gala: "En principio yo le diría: irse a una playa. Pero en el fondo, de verdad, tengo que decirle que salir de esta especie de laberinto en que nos han metido, una vida que no es la nuestra y que no es la mandada. Que es una organización que necesita esclavos para seguir manteniendo la organización que necesita esclavos, y así hasta el final. Salirse de esta cadena terrible, desencadenarse. A riesgo de la soledad, a riesgo de la falta de comprensión, pero irse un poco al campo, en el mejor de los sentidos. Salir de esa extraña y monótona esclavitud de cada día. Darle a cada día su propio afán, pero también su propia sonrisa, su propio gozo, su propio color, su propia aroma. Eso es la inteligencia. Porque una inteligencia que no nos ayude a vivir, no la quiero. No me sirve para nada. No creo que le sirva para nada a nadie."

Quietudes voluntarias

Hay enfermedades que no se doblegan a los poderes presentes y persisten pese a la velocidad de los tiempos. Se instalan allí donde ya no sirven las medidas paliativas y amenazan con ocupar los puestos donde debería reinar el entusiasmo y la diligencia. Una de estas enfermedades, que desde hace décadas yace instalada en los corazones de tantos ciudadanos, es el quietismo de quienes profesan que el mundo va mal pero no hacen nada para cambiarlo. Se dirigen a él con la parsimonia del que mira a su ombligo y piensa cómo salvarlo de ser salpicado. Es el quietismo de quien con actitud derrotista ya sólo piensa en disfrutar del sol de los fines de semana mientras ve el mundo desmoronarse bajo sus pies. Es el quietismo de quien se ve ninguneado por las autoridades competentes y ni siquiera levanta la mirada para decir, o profesar, o gritar: ¡no soy un "0"!

Pero lo que no deberíamos olvidar, como siguen enseñando los grandes narradores existencialistas, es que también somos responsables de lo que no hacemos, ni decimos, ni sentimos. También somos responsables de agachar la cabeza y seguir comportándonos como unos perfectos obedientes, que entre queja y queja, se suman a loca marcha por ver quién llega antes a la meta y obtiene el mejor resultado. Porque, señores, en esto se han convertido las grandes sociedades del conocimiento de nuestro país: en auténticas fábricas de hombres y mujeres resolutivos, debidamente adiestrados para informar, rellenar y obedecer órdenes que palmariamente atentan contra el sentido común y el buen hacer de las personas.

Unas órdenes que, no lo olvidemos, están hechas solo para ser obedecidas.