domingo, 29 de mayo de 2016

Lectores silenciosos (segunda parte)

Es la pertenencia a la construcción orgánica, que integra elementos técnicos y humanos, lo que determina las posibilidades de elección. El sistema técnico impone el espacio donde luego puede intervenir la voluntad. Uno no se adhiere a una construcción orgánica por un acto de voluntad, sino que, más bien, casi por el hecho de existir, se impone la obligatoriedad a pertenecer a ella. Desde el momento en que me siento ante el ordenador me instalo en una construcción orgánica, instalada, a su vez, en otras mayores. Google, por ejemplo, se presenta como un servicio, pero más bien es el usuario quien sirve a Google (pregúntenles a sus fundadores cuánto se embolsan al año por las búsquedas) El sistema determina también las posibilidades del lenguaje (y si no lean un tweet, un post); esto es, nos pone ante el espacio donde debe discurrir el juego, sabedor de que, si no juegas, no eres. ¿Estamos obligados a saludar cuando alguien nos ofrece en público la mano? No, pero nos sentimos impelidos a ello. Cabe la posibilidad de no ofrecer la mano, pero nadie lo hace. El hecho es que hoy en día necesitamos hacer uso de las nuevas plataformas para formarnos, relacionarnos, abrirnos y mostrarnos al otro.

Detrás de todo hay siempre un Zapparoni, que vive sustraído del ritmo frenético, rodeado de relojes de arena. Zapparoni es un mago. Conoce el truco. Introduce el remedio para un virus que él mismo ha expandido y luego se sirve de la vacuna que le inmuniza contra él. No siente la necesidad de vivir conectado porque tiene todo lo necesario para vivir. Se conforma con llevar una vida contemplativa, pero es precisamente esto, la vida contemplativa, lo que no está al alcance de quienes viven conectados: "Zapparoni era un zorro astuto, que sabía vivir en su Malpertius y lo hacía a expensas de los tontos, como los boticarios que cobran a precio de oro sus drogas y remedios milagrosos mientras ellos y los suyos se mantienen sanos con los métodos de sus padres.” (Abejas de cristal, E. Jünger)

¿Qué cabe esperar? El problema es que no se educa en los medios si no interesa consumir este tipo de educación. Y todo lo que se aparta de la tendencia consumista no interesa. Es decir, la pedagogía del uso, que ve la técnica como un medio, funciona, pero sólo en aquellos casos en los que el ser humano se comporta como un fin y la técnica como un medio. Pero ahora ocurre al revés: el sistema es el fin y el usuario el medio (esto ya lo dijo Taylor hace más de cien años en Los principios de la administración científica) Tampoco la ética kantiana, que apela a la voluntad, puede servirnos, pues precisa de un querer sustraído de las determinaciones impuestas o preestablecidas. Lo primero no es ya la apelación a la voluntad, sino la determinación del campo de elección, que puede o no incluir aquella posibilidad. No, en realidad, ni la ética ni la pedagogía pueden ayudarnos. De hecho, el concepto de "ayuda" es inservible, está en desuso, porque nadie la reclama. La ayuda puede existir cuando alguien la solicita, y alguien la solicita cuando la necesita. Pero, ¿y si no hay necesidad de ayuda? Las éticas para náufragos no sirven. No es mediante la ayuda como podemos afrontar la situación en la que nos encontramos. De hecho, la pedagogía del uso y las éticas para náufragos pronto adquirirán la belleza de los fósiles raros.

Lo único que puede desconectarnos es el encuentro con lo real. Al topar con lo otro, con lo absolutamente otro, sobrevienen experiencias ancestrales como la admiración, el extrañamiento, el misterio, capaces de producir sobrecogimiento, de suscitar la pregunta por el sentido. Tenemos que vernos desnudos, en sentido literal. Tenemos que vernos como seres naturales que pertenecemos a un mundo natural, que estaba ya mucho antes del mundo tecnológico que nos habita. Tenemos que vernos como seres infinitamente ignorantes, a pesar de lo que sabemos por Internet. Tenemos que ver en Google un buscador de respuestas ya preestablecidas. Tenemos que ver, en definitiva, que las respuestas a aquellas preguntas ancestrales sólo las podemos responder nosotros.

viernes, 13 de mayo de 2016

Lectores silenciosos

La historia de la racionalidad suele distinguir entre "racionalidad de medios" (saber cómo llegar a una meta) y "racionalidad de fines" (saber si esa meta es adecuada o razonable), y entonces cae en el lastimoso error de atribuir una autonomía a los fines y otra a los medios. Fines y medios, contra lo que nos dicen las políticas educativas o la investigación tecnocientífica, no son realidades separadas ni separables. Basta atender a la historia de la técnica del libro, como hace Nicholas Carr en su libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, para darse cuenta de que los cambios producidos en el medio obran en el elemento orgánico, emocional, cognitivo, creando por tanto nuevas necesidades y nuevas expectativas. Vistas así las cosas, ¿qué sentido tiene reflexionar sobre los medios sin tener en cuenta los fines o analizar éstos sin considerar aquéllos?

Carr describe cómo la lectura silenciosa, atenta, pausada, analítica, no era posible con la scriptura continua, cuando los transcriptores se limitaban a reproducir el lenguaje hablado. El esfuerzo que debía hacer el lector para separar mentalmente las palabras, las frases, los párrafos era tan arduo y costoso que no era muy habitual encontrarse con lectores silenciosos. Tanto es así que cuando alrededor del año 380 san Agustín vio a san Ambrosio, obispo de Milán, leer en silencio para sí mismo, se preguntó si Ambrosio no estaría en realidad ahorrando voz, pues se volvía ronca con facilidad. No sería hasta mucho después de la caída del Imperio romano cuando la forma del lenguaje escrito rompió por fin con la tradición oral. Por fin, en el siglo XIII, la scriptura continua quedó obsoleta. Ahora la escritura iba dirigida al oído y a la vista.

La generalización de los signos de puntuación, la colocación de espacios entre las palabras, aliviaron la tensión intelectual que requería el desciframiento del mensaje, propiciando la lectura silenciosa y atenta. El fin de la scriptura continua propició la creación de un nuevo tipo de lector: silencioso, paciente, analítico, creador de nuevos libros y afanoso, ahora, de nuevas metas. La lectura había despertado en el lector la necesidad de nuevos medios, aptos para la consecución de fines que antes no existían: “Los avances en la tecnología del libro cambiaron la experiencia personal de la lectura y la escritura. También tuvieron consecuencias sociales. La cultura en general comenzó a moldearse, de manera sutil pero evidente, en torno a la práctica de la lectura en silencio. La naturaleza de la educación y la erudición cambió, las universidades comenzaron a hacer hincapié en la lectura privada como complemento esencial a las lecciones magistrales. Las bibliotecas comenzaron a desempeñar un papel mucho más central en la vida universitaria y, en general, en la vida de la ciudad. La arquitectura bibliotecaria misma evolucionó. Los claustros y cubículos privados, pensados para la lectura oral, fueron arrancados y sustituidos por grandes salones donde estudiantes, profesores y otros usuarios se sentaban juntos en largas mesas de lectura personal y silenciosa. Libros de consulta como diccionarios, glosarios y concordancias adquirieron importancia como ayudas a la lectura. Era corriente encadenar los ejemplares de textos preciosos a las mesas de lectura. Para cubrir la creciente demanda de libros, comenzó a tomar forma una industria editorial.” (p. 87)

Por ello, desde la consideración de los medios como realidades que obran en los fines, transformándolos, regenerándolos, pierde todo su sentido esta pedagogía imperante que proclama el "aprender a hacer un buen uso de los medios", como si aprendiendo a usar los medios estuviéramos ya liberados de cualquier influjo de éstos sobre nosotros. El uso de cualquier técnica, como la del libro, nos convierte en seres expuestos a influjos orgánicos, cognitivos, que llegan a transformar no ya sólo nuestra manera de pensar, sino nuestras preferencias acerca de las nuevas técnicas que queremos medien en la búsqueda de fines.