Es la pertenencia a la construcción orgánica, que integra elementos técnicos y humanos, lo que determina las posibilidades de elección. El sistema técnico impone el espacio donde luego puede intervenir la voluntad. Uno no se adhiere a una construcción orgánica por un acto de voluntad, sino que, más bien, casi por el hecho de existir, se impone la obligatoriedad a pertenecer a ella. Desde el momento en que me siento ante el ordenador me instalo en una construcción orgánica, instalada, a su vez, en otras mayores. Google, por ejemplo, se presenta como un servicio, pero más bien es el usuario quien sirve a Google (pregúntenles a sus fundadores cuánto se embolsan al año por las búsquedas) El sistema determina también las posibilidades del lenguaje (y si no lean un tweet, un post); esto es, nos pone ante el espacio donde debe discurrir el juego, sabedor de que, si no juegas, no eres. ¿Estamos obligados a saludar cuando alguien nos ofrece en público la mano? No, pero nos sentimos impelidos a ello. Cabe la posibilidad de no ofrecer la mano, pero nadie lo hace. El hecho es que hoy en día necesitamos hacer uso de las nuevas plataformas para formarnos, relacionarnos, abrirnos y mostrarnos al otro.
Detrás de todo hay siempre un Zapparoni, que vive sustraído del ritmo frenético, rodeado de relojes de arena. Zapparoni es un mago. Conoce el truco. Introduce el remedio para un virus que él mismo ha expandido y luego se sirve de la vacuna que le inmuniza contra él. No siente la necesidad de vivir conectado porque tiene todo lo necesario para vivir. Se conforma con llevar una vida contemplativa, pero es precisamente esto, la vida contemplativa, lo que no está al alcance de quienes viven conectados: "Zapparoni
era un zorro astuto, que sabía vivir en su Malpertius y lo hacía a expensas de
los tontos, como los boticarios que cobran a precio de oro sus drogas y
remedios milagrosos mientras ellos y los suyos se mantienen sanos con los
métodos de sus padres.” (Abejas de cristal, E. Jünger)
¿Qué cabe esperar? El problema es que no se educa en los medios si no interesa consumir este tipo de educación. Y todo lo que se aparta de la tendencia consumista no interesa. Es decir, la pedagogía del uso, que ve la técnica como un medio, funciona, pero sólo en aquellos casos en los que el ser humano se comporta como un fin y la técnica como un medio. Pero ahora ocurre al revés: el sistema es el fin y el usuario el medio (esto ya lo dijo Taylor hace más de cien años en Los principios de la administración científica) Tampoco la ética kantiana, que apela a la voluntad, puede servirnos, pues precisa de un querer sustraído de las determinaciones impuestas o preestablecidas. Lo primero no es ya la apelación a la voluntad, sino la determinación del campo de elección, que puede o no incluir aquella posibilidad. No, en realidad, ni la ética ni la pedagogía pueden ayudarnos. De hecho, el concepto de "ayuda" es inservible, está en desuso, porque nadie la reclama. La ayuda puede existir cuando alguien la solicita, y alguien la solicita cuando la necesita. Pero, ¿y si no hay necesidad de ayuda? Las éticas para náufragos no sirven. No es mediante la ayuda como podemos afrontar la situación en la que nos encontramos. De hecho, la pedagogía del uso y las éticas para náufragos pronto adquirirán la belleza de los fósiles raros.
Lo único que puede desconectarnos es el encuentro con lo real. Al topar con lo otro, con lo absolutamente otro, sobrevienen experiencias ancestrales como la admiración, el extrañamiento, el misterio, capaces de producir sobrecogimiento, de suscitar la pregunta por el sentido. Tenemos que vernos desnudos, en sentido literal. Tenemos que vernos como seres naturales que pertenecemos a un mundo natural, que estaba ya mucho antes del mundo tecnológico que nos habita. Tenemos que vernos como seres infinitamente ignorantes, a pesar de lo que sabemos por Internet. Tenemos que ver en Google un buscador de respuestas ya preestablecidas. Tenemos que ver, en definitiva, que las respuestas a aquellas preguntas ancestrales sólo las podemos responder nosotros.