Cuando
se habla de los mitos se obvia el aspecto esencial que a todos reúne, y que se
relaciona con el hecho de que, por encima de todo, son manifestaciones vitales,
expresión de una vitalidad apenas visible en la existencia zombi y automatizada
del hombre contemporáneo. Los mitos son relatos explicativos del pasado, sí,
pero también, y fundamentalmente, signos de que seguimos vivos, anhelando lo
que nuestros padres siendo niños no nos lograron aclarar, buscando respuestas a
preguntas cuya formulación es a veces la respuesta, incorporando a nuestras
ajetreadas vidas el Gran misterio, aunque sea para decirnos que lo necesitamos
contar y escuchar:
“¿Por
qué la historia de Adán y Eva, que solo ocupa una página y media más o menos de
las 1.078 de la edición moderna de la Biblia del rey Jacobo que tengo encima de
mi escritorio, funciona tan estupendamente y con tanta facilidad? La escuchamos
por primera vez cuando tenemos unos cinco o seis años y ya no la olvidamos
nunca. La viñeta más tosca y esquemática la evoca sin más, quizá no en todos
sus detalles, pero sí en sus rasgos esenciales más básicos. Hay algo en la
estructura de esta narración que se le queda pegado a uno; literalmente es casi
inolvidable”. (Stephen Greenblatt)